La crisis hídrica que afronta Uruguay puso en la superficie un problema de escala global que nadie se animaba a tratar y se pateaba a las próximas generaciones. Finalmente llegó el día en que la ficción más distópica se hizo realidad: tras una pandemia de efectos devastadores como fue la de la covid, la falta de agua se hizo presente y ahora también perjudica a naciones que en el pasado estaban a salvo. El crecimiento demográfico, los patrones de consumo y los modelos productivos de un sistema capitalista híper-extractivista constituyen los componentes principales de una problemática que emerge con fuerza.
En el país vecino, los bidones de agua dulce vuelan de los comercios (se establecen restricciones de compra por persona), se mezcla con la salada y disminuye su calidad. La sequía que afectó al Embalse Paso Severino, la principal reserva de agua para potabilizar en Montevideo, y la negligencia política se combinan para crear un panorama sin precedentes.
Aunque en Argentina sería más difícil que suceda lo que pasó en Uruguay (por sus características ambientales y un mejor acceso al agua dulce que proviene del Río de La Plata), ninguna nación está exenta. “Hay grandes porciones de la humanidad que tal vez nunca han tenido un acceso seguro al agua. Incluso en nuestro propio país hay regiones en que la seguridad hídrica no está garantizada. El cambio climático promueve la amplificación de fenómenos extremos como las sequías, o bien, las inundaciones que nos pueden perjudicar”, explica Miguel Pascual, investigador del Conicet en el Instituto Patagónico para el Estudio de los Ecosistemas Continentales.
Eventos que cada vez serán más frecuentes, intensos y de mayor duración. Así, en distintas partes del mundo, comienzan a observarse situaciones que nunca antes se habían advertido, como la falta de agua en Uruguay, que constituye el eslabón visible de una larga cadena de sucesos subyacentes. No obstante, no es una excepción: el mundo todavía recuerda la crisis hídrica de ciudades como San Pablo en 2015 o Ciudad del Cabo en 2018.
Qué se consume y de dónde viene
Las ciencias sociales enseñan que los conceptos dependen del contexto. Por lo tanto, aquello que es "crisis" es un punto geográfico determinado, puede significar "total normalidad" en uno distinto. “De acuerdo a donde uno se pare, la situación es completamente distinta. Tenemos sitios con problemas de sequía y otros con inconvenientes por el exceso de agua. En los que hay agua, quizás hay mucha cantidad y no calidad, o bien, a la inversa. Frente a esto, regular el consumo no sería un objetivo cuando hay abundancia, pero cuando hay sequía sí”, expresa Pascual.
Un matiz que también apunta Esteban Jobbagy, investigador del Conicet y especialista en Ecohidrología en el Instituto de Matemática Aplicada de San Luis. “No podemos perder de vista que una crisis implica que algo a lo que uno estaba acostumbrado deja de funcionar. En el mundo, hay muchísima gente que vive con una infraestructura hídrica muchísimo peor que la tenemos en el Río de La Plata. Lo que para Uruguay es una crisis, para naciones de África o Asia representaría una situación espectacular”.
En Argentina, el consumo es variopinto: existen grandes porciones de población rural que consume el agua cruda, es decir, sin potabilizar y que no está conectada a una red pública. Sin embargo, también hay personas que viven en conos urbanos que tampoco tienen un acceso directo, por lo que deben acercarse a puntos determinados a buscar agua. También están los grupos de vecinos que hacen perforaciones y la extraen por su cuenta.
Incluso aquella que se caracterice por tener una calidad adecuada, atraviesa un proceso de potabilización para asegurar los parámetros sanitarios básicos y prevenir contaminación bacteriana. “La potabilización es una regla general del agua de consumo en las ciudades. Ahora bien, las exigencias son completamente distintas según los casos, por lo que pueden aparecer problemas con metales pesados, agroquímicos e, incluso, remedios”, destaca Pascual. Contaminantes complejos que plantean nuevos desafíos a la rigurosidad con la que se realiza el procedimiento de potabilización.
El interrogante que se abre, en este sentido, es el siguiente: ¿de dónde viene el agua que llega a los consumidores por distintas vías? Principalmente, detalla Jobbagy, a partir de tres canales. “La mayor parte de la que consumimos es agua de lluvia en Brasil, que viaja por el Paraná, llega al Río de La Plata y a lo largo de toda esa cuenca abastece a muchas ciudades. La segunda fuente está dada por agua subterránea, dulce y constante, aunque presenta la dificultad de tener altas concentraciones de sales de arsénico”. Y continúa: “La tercera está dada por las cuencas internas del país, que se forman a partir de las nieves de montañas y sierras. Si bien el agua suele ser de muy buena calidad, el inconveniente es la cantidad”.
Un derecho que no se cumple
En 2010, la ONU reconoció el acceso al agua y al saneamiento como un derecho humano. Y cada 22 de marzo, desde 2018, se celebra el Día Mundial del Agua para avanzar en las tareas de concientización y la importancia del cuidado de ese recurso fundamental.
Pero en la práctica, la concientización no alcanza. Si no hay agua en un sitio, la gente se desplaza hacia donde ese recurso está presente. A partir de las sequías en 2017, más de veinte millones de personas en África y Medio Oriente debieron abandonar sus hogares. El agua, al igual o más que el petróleo, será fuente de tensión geopolítica. Los países implicados podrían invadirse, desarrollar una carrera armamentística, entrar en guerra por el recurso.
Según un trabajo realizado por el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua, durante la segunda mitad del siglo XX, se registraron 507 eventos conflictivos entre países, de los cuales 43 resultaron en acciones militares a causa del agua. Al respecto, Jobbagy reflexiona: “A nivel local hubo grandes problemas. Parte de los conflictos que tuvo Israel con sus vecinos tenían a un gran lago dulce como foco. Globalmente, desde mi perspectiva, no representará un problema”.
Y le quita dramatismo a la situación, en parte, porque los avances tecnológicos podrían habilitar otros escenarios. “Muchas ciudades de Asia en la actualidad están marchando hacia desalinización del agua de los océanos. A partir de allí, las fuentes dejan de representar un obstáculo y el nudo a resolver es el costo energético de ese proceso. Tendremos más conflictos por la energía que por el agua”.
A comienzos de 2023, expertos de la Academia de Ciencias de la provincia de Cantón (sureste chino), comunicaron el diseño de una membrana de alto rendimiento y bajo costo, útil para desalinizar el agua de los océanos. A partir de la técnica que utiliza energía solar, la membrana separa el vapor de agua, de la marina o residual. La buena noticia es que se trata de una tecnología sostenible y fácilmente escalable. Este es uno de los 140 proyectos que el Ministerio de Recursos Naturales del gigante asiático presentó para cumplir con su objetivo.
El agua habilita el desarrollo sostenible, permite las actividades productivas y la vida en el planeta, dice la ONU en su página oficial. En el presente, de hecho, las actividades agrícolas consumen el 70 por ciento del agua. “El consumo, la demanda, el modelo productivo que tiene como base al desarrollo agrícola, todo se combina. Todos los lugares en los que hay irrigación intensiva, como el valle central de California, se caracterizan por un consumo tremendo. En nuestros valles sucede algo parecido, ya sea en Río Negro o en Chubut”, comenta Pascual. Ni mencionar a las actividades mineras que, como es de público conocimiento, también hacen lo propio.
En concreto, desde hace décadas la demanda crece y la oferta se achica. Según Naciones Unidas, 2.200 millones de personas carecen de acceso a servicios de agua potable. La mitad de la población mundial no tiene servicios de saneamiento gestionados de forma segura, lo que en muchos casos conduce a enfermedades diarreicas que afectan a los grupos más vulnerables. De acuerdo a la UNESCO, 300 mil menores de cinco años fallecen cada año por esta causa.
La Tierra es un mundo signado por la desigualdad. En las próximas décadas, las disputas entre países podrían tener al agua como epicentro. Un recurso que parece infinito aunque no lo es. Para ser justos, nada lo será mientras la principal especie depredadora sea la humana.