Toia Salvay es una artista visual y profesora de pintura de San Fernando. Con veintitrés años, expuso en el Centro Cultural Recoleta, la Usina del Arte y diversos espacios privados. En Instagram, construyó una pequeña comunidad que se encuentra día a día en torno a su obra, presentada siempre con poemas o relatos breves, que interrumpen la vorágine de lo virtual creando microclimas poéticos. Sus pinturas están atravesadas por mujeres solas o en compañía, sacudidas por el viento o sedientas de calor, en la playa o en los espacios urbanos verdes e invernales del San Fernando en donde vive. En todas ellas, la sensación de pérdida y desazón está presente. Son mujeres cerradas por melancolía, diría Blaisten.

- ¿San Fernando tiene un lugar en tu obra?

- Sí, más después de la pandemia. De más chica, entre los quince y los dieciocho años, odiaba vivir acá. Hice la secundaria en Capital y me parecía que todo lo divertido, atrapante y cautivante estaba lejos. En esa época, para mí, San Fernando era la nada misma. En la pandemia, cuando estuve forzada a estar en mi casa, tuve que recurrir a mis espacios, mi barrio, para encontrar imágenes. Fue ahí que me agarró una nostalgia…Todas esas cosas que disfrutaba de San Fernando aparecieron, cosas que en su momento no tenía presente por estar obnubilada con Capital. Y así empecé a pintar un montón. Viví toda mi vida en otra casa a unas cuadras de acá y la extraño mucho. Era una casa italiana vieja, chorizo, con pasillo, sin luz, un patio interno compartido y una terraza enorme en la que se podía ver todo San Fernando. A ella, la pinto y le escribo muchos poemas. Vivir acá es un placer. Salir, ver cielo, árboles, andar en bicicleta. Eso está siempre en lo que pinto.

- ¿Qué relación tenés con el pasado?

- Hasta cierto punto, hubo un largo periodo del pasado que fue muy feo. En mi casa era todo lindo, todo muy cuidado y tierno, pero hacia afuera me era todo muy difícil. Yo no soy una chica club, ni hago deporte, era diferente y me costaba vincularme con la gente que me rodeaba. Gente que ahora me he reencontrado y pude conectar mucho. En su momento, no. El pasado en general, para mí, tiene dos partes: una hermosa de mi infancia y otra, más difícil. Era muy sensible y era lesbiana sin todavía saberlo. Eso fue difícil.

- Además de trabajar como artista, das clases para niños en una asociación civil de San Fernando ¿Ves un vínculo entre esta tarea y tu obra?

- Desde que empecé a dar clases con niños me di cuenta que ellos pintan mucho más parecido de lo que me esperaba al modo que a mí me gustaría pintar Tienen un desinterés enorme en las reglas generales y, aún así, en su afán por cumplirlas hacen cosas muy buenas. Tomo muchas cosas de lo que ellos hacen a partir de las consignas que les doy.

- ¿Esta fascinación por la impronta de los niños se conecta con tu nostalgia por tu infancia?

- Se conecta con la emoción que ellos tienen en el “uy, hoy hay arte”. Me emociona compartirles artistas y que ellos puedan encontrarse por primera vez con eso. Hay niños que de repente se conectan con Fernando Fader, por ejemplo, y los ves intentando replicar esas luces y nubes. Hay otros niños que necesitan algo más caótico o oscuro y se emocionan con eso. Ese ver la primera vez en el que se encuentran con el arte sin ningún peso ni prejuicio me gusta, casi que lo recuerdo en mí.

- Tu obra tiene cierta melancolía ¿Lo reconocés?

- Sí, soy melancólica por deporte. Me encanta. Lo que me resuena, suele ser melancólico. No es una melancolía estrictamente triste. Son cosas que para mí guardan mucho valor y cuando las veo repetidas en imágenes en el mundo me calan hondo. Me gusta pintar “melancólicamente” porque creo que es la partícula sensible que me mantiene despierta, que me hace disfrutar salir a caminar a la facultad o el trabajo o encontrar un atractivo en las pequeñas interacciones. Sí, la melancolía es un condimento necesario para que las cosas que pinto tengan peso visual o emocional, que caigan por su propio peso.

- ¿Qué otros condimentos hay?

- La luz siempre me sorprende, como si fuera la primera vez que lo veo. La luz, la melancolía y…la familia, la comida, los rituales.

- En el último tiempo dejaste los espacios para centrarte en las personas ¿A qué se debe?

- No sé… Calculo que fue porque me enamoré de una forma que nunca me había pasado. De repente, los espacios ya no me rodeaban sólo a mí, sino que éramos nosotras viviendo y comentando el mundo. Además, la empecé a pintar. Las imágenes que retengo cambiaron mucho por eso. Ya no miro el paisaje, sino que la observo a ella y después está el paisaje. Un poco fue eso y otro poco debe haber sido consecuencia de la pandemia. El aislamiento frenó el ritmo acelerado de las cosas.

- El texto escrito y la poesía están muy presentes en tu obra.

- Siempre escribí, incluso antes de pintar. Después apareció lo visual y fue otra herramienta. No digo que ahora surja primero lo textual y después la pintura, pero en un momento empecé a compartir mis obras acompañadas de textos con la idea de completar una imagen previa. Tampoco tenía la certeza de que alguien lo leyera, porque en Instagram prima lo visual. Después comencé incluir poemas en las mismas pinturas y, así, instalé esa dinámica de compartir mis pinturas con microrrelatos

- ¿Cómo te llevás con hacer de Instagram una galería?

- Más o menos. Me he llevado muy mal, pero creo que la experiencia cambia mucho. Todo queda homogeneizado en internet. Sin embargo, también me interesa el desafío. Como todo se consume ya digerido, me gusta tratar de lograr detener la mirada, interrumpirla. Trato de encararlo por ahí porque Instagram, al fin de cuentas, es una herramienta y hay que encontrarle la vuelta.

- Me contabas que estás en un punto en el que empezás a poder ver en retrospectiva tu obra ¿Qué observás?

- La verdad estoy muy orgullosa. A pesar de que expuse mucho, hasta el año pasado nunca le había dado entidad a mi carrera de ser artista, algo que todavía me cuesta hasta decirlo. Yo estudiaba biología, hacía trabajo de laboratorio y pintaba en mi casa. Así que poder ver en retrospectiva lo que hice en ese tiempo y poder decidir que puedo dedicarme a esto, es algo que me enorgullece mucho. Me falta mucho para aprender, estoy verde, pero poder ver el camino que hice me pone contenta.

- Las mujeres son sujetos privilegiados en tus cuadros ¿Lo buscás o surge naturalmente?

- Empezó solo. Siempre pinté a mujeres naturalmente. Después, en el proceso de pintar, me di cuenta, lo fui pensando. Por un lado, tengo una historia familiar muy matriarcal, con una abuela alemana muy tremenda que bajaba línea. Por otro lado, nada, me gustan las mujeres. A los diecisiete años me dí cuenta de que me enamoraba de ellas, fue tremendo y un proceso que duró muchos años. Por último, yo soy mujer. Me miré mucho toda la vida por cuestiones de enroscarse por la imagen propia. En la pintura me perdoné muchas cosas que en la vida no podía hacer. Formas, pliegues, vestimenta que en el día a día rechazaba pero que en la pintura veía que eran un elemento diferencial. Cuando hice las paces con eso, cuando pude unir lo que pinto con el día a día, fue muy importante. En las mujeres de mis pinturas está eso: mi familia, las personas con las que me enamoré y mi propia imagen.