“¡Tenemos a uno!”. El aviso a los gritos lo dio un agente de la Gendarmería a otros que corrían tras los pasos de un grupo de integrantes de la comunidad Pu Lof en Resistencia de Cushamen, en Chubut. Señalaba a Santiago Maldonado que se había quedado sin poder cruzar el río, aferrado a las raíces de un árbol con el agua hasta las rodillas. La escena fue descripta por un testigo que declaró el fin de semana bajo reserva de su identidad. Otro dijo que desde la orilla opuesta pudo ver a varios gendarmes golpear a una persona, subirla a un camión Unimog y luego a una camioneta. La reconoció como Santiago por la campera que llevaba puesta. Una mujer testimonió sobre la presencia del joven, que había ido a dar apoyo a las protestas mapuches. Las tres declaraciones arrojan datos fundamentales: no sólo afirman la presencia de Maldonado en el lugar, que había sido puesta en duda por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, sino la vinculación de los gendarmes con los últimos momentos en que fue visto y que el Gobierno hasta ahora insistió en cuestionar. Recién ayer –cuando se cumplieron dos semanas de la desaparición– entregó, tras una intimación judicial, los nombres de los uniformados que actuaron en el lugar, aunque tampoco está claro si la lista está completa.
Estos tres testimonios cruciales forman parte de la causa en la que se investiga la posible desaparición forzada de Santiago Maldonado y el papel de la Gendarmería, que el lunes 31 de julio empezó protagonizando un operativo para despejar la ruta 40 donde la comunidad reclamaba la libertad de su líder, Facundo Jones Huala, y al día siguiente directamente irrumpió en el territorio habitado por unos treinta mapuches donde los testimonios describen una persecución. El primer procedimiento se hizo con la orden del juez federal de Esquel, Guido Otranto. Por la noche ya no quedaba nadie interrumpiendo el camino. La siguiente aparición de los gendarmes fue a la madrugada, todo indicaría que con varios vehículos que fueron repelidos con piedras; luego cerca de las 11 de la mañana, cuando los miembros de la comunidad volvieron asomarse a la ruta, se inició la cacería dentro ya de las tierras recuperadas por los mapuches, adquiridas por Benetton a comienzo de los noventa. Esa segunda etapa, el 1º de agosto (día de la desaparición de Santiago), se hizo sin orden judicial, según dijo públicamente el juez Otranto y fue decisión de la Gendarmería a la que le había habilitado para actuar el Ministerio a cargo de Bullrich, con la presencia en la zona de su jefe de Gabinete, Pablo Noceti.
Desde el comienzo, los integrantes de la Lof en Resistencia –un grupo al que el Gobierno insiste el calificar como “terrorista” sin poder atribuirle más que su autodefensa con piedras lanzadas– mostraron su temor a prestar declaración por considerarse bajo permanente amenaza. Finalmente, desde el viernes último y a lo largo del fin de semana, un equipo de la fiscalía federal a cargo de Silvina Avila y de la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin), que dirige Félix Crous, pudo acceder a tres personas ofreciéndoles el resguardo de su identidad y en dos casos incluso de su rostro (declararon sin que se vieran sus caras). Tanto esta causa como la que tramita el habeas corpus confluyen en el juzgado federal de Otranto.
Los tres relatos resultan complementarios y confluyen en la presencia indudable de Santiago Maldonado en el lugar y el accionar brutal desplegado por la Gendarmería y que, según fuentes de la causa es “imposible desvincular a esta altura del hecho investigado”. Hasta ahora, el Gobierno, incluso en tribunales, afirmó que ninguna de sus fuerzas de seguridad tuvo ni tiene detenido a Santiago (lo que no quita que haya podido ser apresado de manera ilegal). Hoy Bullrich será interrogada en el Congreso (ver aparte).
La primera en declarar fue una mujer vinculada a la comunidad, quien describió la presencia de Maldonado allí como alguien que había llegado a darles apoyo y colaborar con sus protestas, según pudo cotejar PáginaI12 por allegados la investigación. Dijo que lo vio cerca de una garita de seguridad de la propia comunidad que se encuentra a unos cincuenta metros de la ruta. En una crónica publicada por la revista Cítrica que cita algunos testimonios si exponer los nombres, contaron incluso cómo era Santiago en el trato con ellos, y que le decían El Brujo y El Vikingo. Le hacían bromas por su barba, y recordaban que les había dicho que sí un día él no estaba deberían bautizarlo LHT: “las hice todas”.
Otro testigo, que ofreció un relato en forma anónima y sin repreguntas, contó que en el momento en que un grupo de Gendarmes se les abalanzó ya dentro del predio donde vive la comunidad, corrieron hacia el río Chubut, que está a unos 400 metros de la ruta 40. Es un río bajo, con ramas en el fondo. Según su relato, todos llegaron a cruzar menos Santiago, a quien pudo ver desde la otra orilla, aferrado a las raíces de un árbol que se hunden en el río, con el agua hasta las rodillas. Y allí fue que vio a uno de los Gendarmes agarrarlo y gritar “¡Tenemos a uno!”.
Por último, un tercer testigo detalló que desde la otra orilla pudo ver que un grupo de gendarmes golpeaba a una persona. Que le pareció que era Santiago, porque identificó su campera. Que lo subieron a un camión Unimog y que luego de allí lo pasaron a otro vehículo. Todos los testimonios describen a los gendarmes envalentonados en esa segunda jornada, cuando dos de ellos –además– estaban heridos por las pedradas que les lanzaban para tratar de alejarlos.
Según relato que refleja la revista Cítrica, los gendarmes habían entrado “a punta de pistola disparando y disparando”. “Nos tirábamos por diferentes partes porque la lluvia de balas no cesaba. Ahí es donde el compañero Santiago no logra cruzar”, da cuenta la publicación, donde los testimonios hablan de armas disparos con balas de plomo. Ese último sitio donde es visto Maldonado, rampa abajo al borde del río, es donde los perros entrenados en seguimiento de olfatos se detenían cuando seguían el rastro que tomaban de un gorro que pertenecía al artesano y que había sido hallado en un rastrillaje.
La demora en los allanamientos e inspecciones en tres escuadrones de Gendarmería (en Esquel, San Martín y El Bolsón), que demoraron ocho días, conspira obviamente contra el hallazgo y la determinación de algunas pruebas de vital importancia. Por ejemplo, el defensor Fernando Machado –quien presentó uno de los habeas corpus– advirtió que cuando fueron a inspeccionar las camionetas que habría utilizado la Gendarmería en los procedimientos algunas de ellas habían sido lavadas y una tenía rota la faja de seguridad. En un Unimog se hallaron pelos, una soga y restos de una mancha que podría ser de sangre. Todo esto se cotejará con la muestra de ADN aportada por Sergio, el hermano de Santiago. Ayer se levantaron más rastros de otra Unimog que habría estado dentro del predio.
Cerca del juzgado aseguran que ayer, finalmente, después de una intimación la Gendarmería entregó la nómina de los agentes que participaron del operativo y el detalle de todos los vehículos, aunque no especificaron detalles. Está pendiente, además, un análisis de las comunicaciones (ver aparte). Entretanto, el Centro de Estudios Legales y Sociales se presentaría como querellante en la causa sobre la desaparición. El caso adquirió tal magnitud que también la Comisión Interamericana de Derechos Humanos analiza pedidos de medidas cautelares. El Comité contra la Desaparición Forzada de Naciones Unidas ya pidió una acción urgente del Estado para encontrar a Santiago.