Si hablamos de rivalidades importantes que congreguen a grandes masas de aficionados, es cierto que podemos referirnos a clásicos como el de River y Boca en nuestro país, a un Real Madrid-Barcelona en España, o a un Inter-Milan en la península itálica, por citar algunos casos. 

Pero si nos referimos a esos clásicos argentinos tan domésticos como populares que se viven con gran pasión, y al mismo tiempo son una fiesta para el paladar, estamos hablando del derby más dulce y más rico: el Superclásico del pastelito criollo, el que puede llevar a las discusiones más acaloradas en una reunión familiar o juntada de amigos, o celebración entre compañeros de trabajo: el team dulce de membrillo vs. el team dulce de batata.

¿Por qué esa clásica rivalidad glotona jamás adoptó la forma de partido de fútbol? Me pregunté a mí mismo. Y yo mismo me respondí: este mes patrio la haremos realidad. Junté a seis amigos, dos primos, cuatro contactos de Facebook, tres compañeros del trabajo y al portero de mi edificio, y en el polideportivo del barrio armamos el desafío.

El partido prometía más que candidato a presidente en campaña electoral. La llegada más clara del Team Membrillo fue al vestuario. Habían salido a la cancha con ganas de comerse crudo a los rivales, pero hasta la primera media hora, terminaron haciendo dieta.

Mi primo Mariano, un carrilero que en algún momento se caracterizaba por desplegar un gran ida y vuelta, jugó cansado y decidió suspender la vuelta. Por eso tal vez, el Team Batata jugó más cómodo que Chano en el Ital Park subido a uno de los autitos chocadores. A los 15 minutos el delantero Gogo Morete (Team Batata), quedó más solo que Grabois en acto de Milei y metió el primero. 

El arquero “membrillar” parecía provenir del Deportivo Halloween, porque era de terror. Tenía menos salidas que Robledo Puch y menos reflejos que espejo de telgopor. Se comió tres goles más, y eso hizo que su equipo quedara más desconcertado de que vegano en un asado familiar. Evaristo, delantero del Team Membrillo, intentó hacer magia en el área rival pero con menos gracia que el Mago sin Dientes e inició el inédito hobbie de perderse goles. 

El partido terminó 4-1 con el triunfo del Deportivo Batata. Los que jugaron para Membrillo está claro que son un equipo del futuro. No con futuro. Del futuro, porque en el presente no le ganan a nadie. Sus jugadores lo dieron todo, sobre todo lástima. Más que “fútbol champagne”, jugaron un “fútbol agua saborizada”, pero con agua de Montevideo.