Karin Dreijer es una artista que no sólo cree en el poder político de la música sino que también lo materializa. Debe ser porque su irrupción en la escena se produjo a mediados de los '90, durante el auge del “terrorismo cultural”, un accionar político con el que el arte interpelaba a su época y luchaba por el derecho a la interpretación social. Eran tiempos de la Batalla de Seattle, del movimiento antiglobalización y de la llamada de atención de la avanzada ecologista. Si un referente de ese modelo, el artista británico Heath Bunting, suele basar su obra en la creación de sistemas abiertos y democráticos mediante la modificación de las tecnologías de la comunicación, la cantante, compositora y productora sueca encontró en la canción de sustancia pop una vitrina para levantar la bandera para la política socialista, feminista y de género. Sin embargo, antes que elegir quedarse fuera del sistema, ella prefirió infiltrarse.
Su militancia a través del arte es tan a rajatabla que en la previa a la separación de The Knife, su otrora grupo, Dreijer estableció como condición para sus entrevistas que sólo las haría con mujeres que pudieran comprobar que tenían una relación activa con la política. Por eso sorprende que la artista se encuentre al otro lado del Zoom, desde su hogar en Estocolmo, sin imponer requisito alguno. Ni siquiera para hablar de Radical Romantics, el más reciente álbum de estudio de su proyecto solista, Fever Ray. “Se dice que soy compleja para las entrevistas, pero nunca dejé de hacerlas. Aunque como ya me hice mayor, no estoy haciendo tantas”, explica. “Entramos en un proceso complejo del álbum, que es el de las giras. Se viene una etapa intensa de trabajo. Y quizá no voy a tener tiempo para más notas. Quiero ir a tocar a Sudamérica, es un deseo que tengo desde hace mucho tiempo. Por eso me hice hueco en la agenda para hablar con medios de allá”.
-Hay muchos mitos en torno a tu persona y a tu personalidad artística. ¿Te gusta cultivar ese imaginario?
-Yo me encargo de crear música, lo que implica diferentes emociones y sentimientos. Es por eso que los personajes y las imágenes que aparecen en mis videos o en torno a la estética del proyecto ayudan a reforzar esta idea. No tiene nada que ver con mi vida privada y las historias que cuento tampoco pretenden centrarse en ella.
Parece que sucedió hace años luz, pero antes de que se produjera la fiesta de presentación de su nuevo disco, en un viejo matadero de la capital sueca, Dreijer ya era popular gracias a un comercial de un televisor de pantalla plana lanzado en 2006. En ese momento, el mundo desconocía que la canción del spot era suya. O más bien de The Knife. Todos pensaban que “Heartbeat” pertenecía a su paisano José González (de padres argentinos). Si el cantautor lo reinventó en clave de folk bucólico, el tema original (incluido en el disco Deep Cuts, de 2003) es un pop electrónico tan groovero, hechicero y sagrado como los patinadores de su video. Esa versión era precisamente lo que el grupo necesitaba para su visibilidad, al igual que para la amplificación de su tercer álbum, Silent Shout, publicado ese mismo año y considerado un disco clave de los 2000. Y es que los de Gotemburgo tenían suficiente hambre para encender una revolución cultural que reflejara esa etapa bisagra.
De hecho, al otro lado del Atlántico existe la certeza de que la artista de 48 años es algo así como la nueva Björk. Y no sólo por su manera incómoda de mostrar lo simple y por revelar la puridad de la vanguardia; también por su debilidad por los disfraces excéntricos, las letras paradójicamente cándidas, las sugerencias vocales a los elfos, y esa música inquietante basada en ritmos y sintetizadores. Estos paralelismos seguramente hubiesen quedado descartados si ninguna de las dos fuera nórdica. Pero ellas se encargaron de legitimarlos y alimentarlos con la colaboración que consumaron en el EP Country Creatures (2019). “Desde los años '50, Estados Unidos tuvo gente en Suecia para vender la cultura occidental”, afirma la cantante y compositora originaria de una nación que se tornó en paradigma de la cultura pop a partir de ABBA. “Con el avance de la ultraderecha en mi país y el resto de Europa, hoy mi principal interés es la política. Y luego el arte”.
Tras la disolución de The Knife, aparato político electropop articulado junto a su hermano Olof entre 1999 y 2014, y con el que sacaron cinco discos, el homónimo primer álbum de Fever Ray, en 2009, exploró las frustraciones de la maternidad. Ocho años más tarde, Karin volvió a darle vida a su álter ego con Plunge, donde abordó su epifanía sexual queer mediante letras explícitas y una propuesta sonora hedonista orientada a la pista de baile. Aunque en esta ocasión, esa bruja adolescente de su debut, que se subió al trampolín de una pileta hogareña a descargar todo su poder en el video de “When I Grow Up”, decidió raparse la cabeza en honor al momento en que Britney Spear se atrevió a hacerlo. “Me encantó esa imagen porque significaba un nuevo comienzo”, dice la escandinava. “Me criaron para ser una niña o una persona femenina, y esa idea en Suecia es muy estricta. No existían las palabras para lo no binario y poco se sabía sobre las personas trans. Nadie hablaba de eso”.
En Radical Romantics, a ese personaje comenzó a crecerle el cabello de vuelta. “Sigue urgiendo la excentricidad”, ratifica Dreijer. “Al igual que las nuevas canciones, este personaje ahora es más relajado y sabio. Tiene un poco más de experiencia. En la pandemia entendí que las cosas se resuelven solas, sin que tengas mucho que hacer al respecto”. Conformado por 10 temas (dos de ellos fueron coproducidos por el icono del rock industrial Trent Reznor), el tercer álbum de Fever Ray es un decálogo acerca del amor. Uno incómodo, vale la pena aclara. Y es que, pese a esta nueva fase de autodescubrimiento, el inconformismo sigue latiendo. “Para poder amar, tenés que conocerte a vos mismo y cuáles son tus propias necesidades. Hay que aceptarlo, lo que puede ser difícil. Con eso viene una especie de tristeza, que creo que está mucho más presente en este álbum. Pero no es una tristeza devastadora sino una muy pacífica”.
Un rasgo que atraviesa a la obra de la artista, que antes que no binaria se autopercibe como “fluida de género”, es su cualidad para entretejer observaciones íntimas y humor con pensamientos siniestros e ideas extravagantes. Otra característica que la distingue es su fascinación por la polirritmia, a tal punto que en sus primeras giras contó con la percusionista argentina Liliana Zavala. “Me crie con un montón de jazz. Eso se lo debo a papá”, revela. “Lo rítmico siempre me interesó, incluso en la danza. Y eso me llevó hacia la electrónica. De la misma forma que me sucede con las palabras, intenté combinar todo eso en la música”. Aunque el pop electrónico aún es su vehículo, esta vez le baja un cambio. Lo evidencia el single “Kandy”, donde grabó con su hermano tras ocho años. Si bien ése fue un momento divertido, Radical Romantics es un disco que no le huye a nada: “Cuando el mundo se cae a pedazos, puede ser hermoso estar quieto”.