La reciente condena a prisión perpetua para tres policías de la Ciudad que asesinaron al joven Lucas González, junto a las penas por encubrimiento a otros seis efectivos, tuvo características inéditas, junto a falencias que se repiten en la justicia. Además de la celeridad con que se llegó a la sentencia, y la infrecuente ruptura del pacto de silencio institucional con la confesión de uno de los policías, aparece por primera vez el agravante por odio racial juzgado en la conducta de un uniformado. Por otra parte, con la teoría de la manzana podrida de por medio, quedan excluidos --al menos, en este primer juicio, ya que se abre otro proceso en el que ya fue señalado en los testimonios el jefe de la Policía de la Ciudad, Gabriel Berard-- los altos mandos y las responsabilidades políticas. 

Página/12 indagó sobre los alcances de la figura de "odio racial" aplicada a las fuerzas de seguridad. Y la forma en que este odio, socialmente construido, opera efectivamente cuando los policías "levantan" sospechosos, "aprietan", "verduguean" y, finalmente, disparan: ponen en práctica una suerte de "selección natural" que, paradójicamente --o no--, suele ser aplicada por personas del mismo origen social que aquellos a los que estigmatizan. Con un agravante en tiempos de vientos derechizados: es un odio fomentado, publicitado y hasta celebrado por las derechas que hoy lo levantan como argumento de campaña.   

Salen de una villa

“Estigmatizaron, lo discriminaron, los vieron dos veces porque eran morochos. Salen de una villa, de la 21-24, de un barrio carenciado como es el de Barracas, salieron de entrenar. Lo vieron, lo eligieron, lo esperaron, me lo acribillaron, me lo torturaron y me lo quemaron con cigarrillo”, dijo entre lágrimas el papá de Lucas, Héctor González, luego de la sentencia. "Villeros", "negros de mierda", "a vos también hay que pegarte un tiro", "¿dónde tenés la droga?", "¿dónde tenés el arma con la que mataste a tu amigo", contaron los jóvenes sobrevivientes que les gritaban los policías mientras los esposaban y maltrataban, con su amigo ya muerto. 

Lo que González describió, desde el dolor de padre, es exactamente lo que ocurrió y fue probado por la justicia: que esos chicos que salían de entrenar en Barracas Central y pararon a comprar una gaseosa en un kiosco de la villa, seguramente felices porque a Lucas acababan de decirle que quedaba en el club, fueron "elegidos", "seleccionados" por los tres policías de civil y a bordo de un auto sin patente, por sus características físicas y por el lugar en el que estaban. Muchas teorías podrán tejerse sobre lo que los policías buscaban, confundieron, las actividades ilícitas en las que ellos mismos estarían implicados. Lo cierto y lo concreto es que dispararon sobre estos pibes porque eran morochos y porque salían de una villa. O, contrafácticamente, que si hubiesen tenido otro color, otra pinta, otro auto, otro lugar de circulación, no los hubiesen confundido, involucrado, detectado, torturado, asesinado.   

Es imposible no ligar estos hechos reales y concretos con la "expresión artística" de un fallido precandidato a primer legislador de la Ciudad: "¿Qué hago con la villa 31? ¡Lanzallamas! ¡Entro con un lanzallamas! Golpeo casa por casa y pido título de propiedad. El que no lo tiene, ¡afuera!". O con tantas expresiones de una precandidata a presidenta que direccionan ese odio racial (los chorros, los piqueteros) en un "son ellos, o nosotros", implícito también en el slogan de campaña: "Es todo o es nada".

Otra observación: ¿por qué cayó en desgracia este fallido precandidato, que había saltado a la arena pública de las derechas justamente por estas expresiones en redes, ya que no se le conocen mayores virtudes? LN+ le dedicó todo un programa seleccionando únicamente un video que mostraba sus expresiones homofóbicas. "La gota que colmó el vaso" fueron sus dichos antisemitas (Sinagoga 12). Pero en la conversación pública pareció pasar desapercibido, tal vez más tolerado y hasta naturalizado, el "humor" bárbaro con el que estigmatizó a los villeros. "Salen de una villa y por eso hay que matarlos" parece ser un razonamiento que, socialmente, no llega a ranquear para el repudio. 

"Ese comportamiento policial hay que ubicarlo en el escenario de esas narrativas violentas que plantea la derecha", confirma Sabrina Frederic, directora del iInstituto de políticas sobre delito, seguridad y violencias En Foco, además de exministra de Seguridad de la Nación y actual titular de Cascos Blancos. "Porque lo que hace la derecha es deshumanizar a los que están marginados, para negarlos y expulsarlos, de eso se trata su discurso. Por eso es importante simbólicamente que en el juicio por el crimen de Lucas se exponga el odio racial. Se están poniendo las cosas en otro lugar, condenando a quienes, bajo esa perspectiva, terminan liquidando al distinto, al desigual", celebra.  

Odio racial, perfiles racializados

"Que el racismo sea parte de los fundamentos y que se describa un elemento que está casi siempre presente en los casos de violencia institucional, ya sea como racismo, clasismo, o una mezcla de las dos cosas, es inédito. Es un precedente fundamental que marca una diferencia respecto a muchos casos que no llegan a nada. Es muy importante visibilizar esta dimensión, no sólo al interior de la propia policía, sino como parte de la sociedad en que vivimos, de una Argentina que no reconoce su racismo", marca Frederic. Compara el caso con la reciente condena a perpetua a dos policías de Córdoba por el asesinato del joven Blas Correas, un hecho muy similar. Y marca otro hecho casi inédito, que un policía haya declarado cómo fue la maniobra de encubrimiento: "Muestra quiebres dentro de una institución donde no hay homogeneidad, no es una corporación", señala. 

"Hannah Arendt decía que 'las estructuras no van a juicio', esto es, difícilmente se puedan desandar rutinas institucionales o poner en crisis un imaginario social que contribuye a estructurar las prácticas burocráticas a través de una sentencia. No se le puede pedir a la justicia estas tareas, que necesitan otro tiempo y otra intervención por parte del Estado, no solo sobre las propias burocracias sino sobre el resto de la sociedad. La justicia está para reprochar oportunamente las acciones de las personas que se alejan o transgreden la legalidad", pone en contexto el investigador de la Universidad de Quilmes Esteban Rodríguez Alzueta, sobre la posibilidad de "cambio" a partir de una sentencia que reconoce el odio racial.

Destaca, sin embargo, un aspecto: la sentencia de la justicia "sirve para cristalizar una demanda que determinados sectores de la sociedad, la militancia social y los organismos de derechos humanos venimos reclamando hace tiempo: que la policía trabaja con perfiles racializados", define el autor del libro Yuta, el verdugueo policial desde la perspectiva de la juventud.

Con todos los números puestos

¿En qué consisten esos "perfiles racializados" policiales? "En este país tenés más chances de ser detenido y cacheado por la policía, subido a un patrullero y demorado en una comisaría, si sos joven a si sos adulto, si sos joven varón a si sos joven mujer, si sos joven, varón y vivís en un barrio pobre a si vivís en otro barrio residencial. Y si encima el joven varón que vive en un barrio pobre es morocho y tiene determinados estilos de vida y pautas de consumo (se reúne con sus amigos en la esquina, viste ropa deportiva, anda con capucha, usa gorrita), ese pibe tiene todos los números puestos para ser merecedor de la interpelación policial", explica Rodríguez Alzueta, director del Laboratorio de estudios sociales y culturales sobre violencias urbanas.

Desde este espacio crearon, entre otras cosas, Yuta, un podcast sobre verdugueo policial, y una serie de videos cortos en redes dirigidos a jóvenes, buscando divulgar cuestiones que el investigador explica en diálogo con Página/12: "El policía no es un extraterrestre, es un emergente social: detrás de la brutalidad policial está el prejuicio vecinal. El mapa subjetivo que tiene el policía en la cabeza para realizar su trabajo no es muy distinto al mapa subjetivo que tiene el vecino para moverse en el barrio. Por ejemplo, si el vecino va caminando por la calle y ve que viene caminando una señora mayor, no va a cruzar y agarrar fuerte su mochila. Pero si ve que enfrente suyo vienen dos jóvenes morochitos que andan con gorrita y ropa deportiva, es muy probable que cruce furtivamente la vereda y tome más fuerte su cartera sobre el pecho. Desandar las rutinas institucionales implica poner en crisis los procesos de estigmatización vecinal. No hay que subestimar estos estereotipos que orientan a los vecinos, porque son los que lo ponen en guardia, porque activan pasiones punitivas que se convierten en el mejor punto de apoyo para que las policías se ensañen sobre esas personas y no sobre otras. La 'portación de rostro' no es patrimonio de los policías. No hay olfato policial sin olfato social".

La misma pinta, distinta gorra

No es novedad, pero sigue resultando impactante. Entre las fotos que dejó el juicio por Lucas González, estaban las de los condenados. Si de "perfiles racializados" se trata, los policías que dispararon tenían el mismo perfil --el mismo color de piel, las mismas características físicas-- que aquellos a los que dispararon por villeros: la misma pinta, distinta gorra. ¿Cómo incorporan y disocian los policías esa "racialización" que marca gente de su mismo origen?

Frederic y su equipo han trabajado mucho este tema de las semejanzas sociales y la relación con la violencia policial (hay gran material en sus libros La gendarmería desde adentro, Los usos de la fuerza pública, o en Cómo se construye un policía, de Mariana Galvani). 

"Es un mecanismo complejo que debe ser tenido en cuenta porque, a diferencia de lo que pasa con el racismo en la policía francesa, que es blanca, o estadounidense, que no es sólo blanca, hay una dimensión que hace las semejanzas entre personas que creen haber hecho mucho para tener una vida diferente, pero que en sus contextos de trabajo están en permanente contacto con sus grupos de pertenencia. Está el tema del espíritu sacrificial que la institución impone, y todo ese mecanismo de distinción, cuando se asienta en un sacrificio, es un boomerang. Por eso las políticas de conducción de las fuerzas de seguridad tienen que tender a la dimensión del cuidado del personal", marca la exministra. 

"Siempre les digo a mis alumnos que uno aprende a ser policía mucho antes de anotarse y pasar por una academia policial. Uno aprende a ser policial jugando al poli-ladron cuando tiene 5 años. Se aprende el trabajo policial viendo series por televisión, pero sobre todo cuando se es adolescente y la policía te para por la calle para molestarte, destratarte o maltratarte. Cuando un joven llega a la academia policial no es una página en blanco, llega con esas experiencias previas que luego la institución policial interpela y llena de sentido", suma Rodríguez Alzueta. 

"Pero esta activación hay que leerla además dentro de un marco más amplio. Porque el policía a través del destrato y maltrato que ejerce puede activar la autoridad con la que fue investido, es una manera de decir, 'yo existo', 'tengo poder', 'yo no soy vos' y, sobre todo, 'yo ya no soy vos'. De modo que esos repertorios de acción aprendidos previamente y que la institución certifica y refuerza, son una manera de reproducir las desigualdades sociales al interior de los mismos sectores sociales. Más aún, la puesta en práctica de estos repertorios son una manera de generar malentendidos al interior de los mismos sectores sociales".  

La responsabilidad política

En el caso del crimen de Lucas González, las fuerzas policiales quedaron más expuestas --y fueron juzgadas con mayor celeridad-- que de costumbre. Pero de algún modo la teoría de la manzana podrida cortó la cadena de responsabilidades (aunque se abre otro proceso en el que ya fue señalado en los testimonios el jefe de la Policía de la Ciudad, Gabriel Berard). "Me resulta extraño que la justicia no haya hecho recomendaciones o sugerencias, no hay tenido definiciones respecto de cómo la conducción política de la policía debe actuar de aquí en adelante. Porque la responsabilidad política de este asesinato es del Gobierno de la Ciudad, no es sólo de la Policía", marca Sabina Frederic. 

"Quedarnos sólo con el jefe de la Policía, que puede ser también parte de la cadena de responsabilidades, también me parece limitado. Acá hay una forma de conducir a la policía, y esa responsabilidad política está en el jefe de Gobierno y en el ministro de Seguridad y Justicia, que se abrió por completo. No digo que les correspondan penas o condenas, pero sí resulta evidente que con tantos policías involucrados, hay algo más que un puñado de policías racistas asesinos. Y eso la justicia no lo marcó".