Toda persona que ame el cine, algo de le debe a Fernando Martín Peña. Es una deuda de gratitud, por su tarea infatigable, traducida en investigaciones, libros, rescates, revistas, artículos, descubrimientos, proyecciones, y preservación. Militante incansable por una Cinemateca -algo que el estado continúa postergando, sin una voluntad política en el horizonte que cambie el panorama-, Peña es sinónimo de legado en celuloide: acumula en su casa cantidades extraordinarias de material en fílmico que comparte de manera ritual, en ciclos y programaciones.

Por estos días, El Cairo Cine Público exhibe La Vida a Oscuras, el documental que Enrique Bellande (Ciudad de María, Camisea) le dedica a Fernando Martín Peña, cuya proyección del viernes pasado contó con la presencia del director. “La experiencia de ir al cine es una parte de esta película. Esa experiencia fue algo muy poderoso en mi infancia, y siento que fue mutando con el tiempo. No sé si parte de eso se cuenta en la película, pero es una piedra basal, la del ritual cinematográfico. Así que es muy lindo vivir la película en sala, respirarla con otras personas alrededor”, señala Enrique Bellande a Rosario/12.

-¿De qué manera conociste a Fernando?

-Lo conocí en la FUC, en el ’91, yo soy de la primera camada. Tuvimos a un docente en Historia del Cine que fue reemplazado por Fernando. Eran sus primeras clases, tenía 22 años pero ya era una enciclopedia. A partir de allí lo vi muchas veces, fui su público. Hoy tiene esa figura de preservador, pero en esa época él era programador y también coleccionista, pero ni de cerca en la escala que tiene hoy. Era un agitador, te hacía descubrir miles de películas, y a partir de allí fueron más de 30 años de ver las películas que programa. Por eso, la película tiene algo de agradecimiento, y creo que él tenía que ser también parte del cine, pero en la pantalla.

-En la película no deja de haber una intimidad puesta en juego, ¿cómo fue convencerlo para participar?

-No fue lo más fácil del mundo, en el sentido de que Fernando tiene una bien ganada fama de cabrón; al mismo tiempo, yo estaba tranquilo, porque nos conocemos. No somos amigos, pero nos vimos muchas veces a través de los años y sabía que él valoraba mi trabajo anterior. Creo que la primera persona a quien le mostré Ciudad de María fue él, y la programó después en el Malba. También programó mi siguiente película en el Bafici. Pero más allá de eso, fue difícil, complicadísimo. En cuanto a la intimidad, no sé si llegamos a eso alguna vez, porque el personaje es cerrado y era todo complejo de negociar. Y eso es algo que le entiendo, son las reglas de juego. Hay algo duro cuando hacés un documental, porque vas a intrusar una vida ajena, pateás la puerta y decís: “hola, dejame entrar”. No sé si me gustaría que me lo hagan a mí, pero tampoco sé por qué lo hago yo.

-En todo caso, hay una intimidad vinculada al trabajo, al vínculo con las películas.

-Lo que pasa es que en él vida y trabajo se fusionan. Siempre digo que llegué un poco tarde, porque cuando empecé a filmar, él todavía dormía entre las latas; luego se hizo una casita en el fondo, donde dice que no deja entrar las películas. Por otro lado, las proyecciones fueron difíciles de filmar y cada plano de la película es de un día diferente, en una sala de cine te podés mover muy poco; lo mismo pasa en las cabinas, están llenas de cosas y elementos. Todo fue muy fatigoso, de un proceso complejo y largo.

-¿Cuánto tiempo te llevó realizarlo?

-Empecé en el 2015, pero no fue un laburo constante. Trabajamos mucho los primeros tres años y después pasó un poco de todo, me pasó un tren por arriba. A esta película la hice muy solo, más de la mitad estuve grabando el sonido, filmando y también editaba. Y cuando te pasan cosas te desviás, así que en un momento me desligué y no la quise hacer más. Es lo que pasa normalmente con este tipo de trabajos. Yo trabajo en una editorial (Blatt & Ríos) y Fernando venía posteando textos en Facebook desde 2013, a esos textos los reunió para una editorial con la que tenía un contrato que se cayó. Yo se lo propuse a la editorial, el libro se editó (Diario de la Filmoteca) y fue fantástico. Participé como una especie de editor visual, son 365 entradas de un diario imaginario, contando un día a día, cuando abre una lata y pone un rollo para ver qué hay. Puesto a hacer ese trabajo visual, fue también el modo de volver a meterme en la casa de Fernando, fue el empujón final que la película necesitaba. Luego tuve unas conversaciones con él, acerca de temas sobre los que a mí me interesaba escucharlo, ahí la pudimos cerrar y luego estrenar.

-Su tarea coleccionista, de preservador, inevitablemente refiere a la ausencia de una Cinemateca nacional; no creo que haya sido el tema inicial pero seguramente se impuso.

-La película no nace con esa idea, pero es una información que había que contar. Él se hace cargo de lo que no se hace cargo el país. Hay una misión que es más grande que él. Coleccionaba como un excéntrico o fan, pero esa deriva lo llevó a estar juntando lo que todo el mundo está tirando. Eso había que contarlo, y es desmesurado. De hecho, hay algo para mí muy triste, hacia el final, cuando dice que al morir su colección será donada al estado. Creo que es trágico cómo lo dice, para mí quiere decir que está tan resignado a la existencia de una cinemateca en la Argentina, que lo que imagina como única posibilidad es que al morirse el estado tenga que lidiar con todo este material. Pero todo esto fue moldeándose a medida que avanzaba la película. Así como el cierre de Cinecolor, al que pudimos filmar y del que me enteré, literalmente, el día anterior. Fue extraño y poderoso. Son cuestiones que terminaron dando una mini-forma narrativa. Pero lo que yo quería era filmar lo que él hacía, como ese ciclo que tenía en la ENERC, que fue fabuloso. Dos o tres años en un lugar muy mágico, con Fernando haciendo funciones los viernes, los sábados, y tres los domingos, con temas como “espías”, “correos”, “trenes”, “Stalin”, “Film Noir”, etc. Yo trataba de ir a todas. Era como salir del mundo en un cohete espacial, con Fernando comandando la nave cada semana.