Pasó una feria del libro cargada de contenidos más que interesantes. En ese marco me tocó incitar un debate que considero urgente sobre todo cuando hablamos de 40 años de Democracia, y alertar sobre los riesgos a los que se ve sometida ante la falta de regulación de ciertas dinámicas que fueron estableciéndose con el uso de las redes sociales.
Durante la charla recorrimos diversos libros y autores que vienen analizado los cambios culturales que se desprenden del uso de las nuevas tecnologías de la información, en especial pusimos el foco en cómo nos adentramos en la era de la postverdad y cuáles son aquellas prácticas comunicacionales que afectan los derechos de la ciudadanía y la participación democrática.
Como para trazar una línea temporal de saberes que fuimos adquiriendo estas últimas décadas, charlamos sobre la transición de la era del libro a la era de la convergencia, y de cómo el cierre del paréntesis de gutemberg nos trajo a lo que varios teóricos describen como la vuelta a una segunda oralidad. De esa manera recorriendo autores como Henry Jenkins, Thomas Pettitt, Alejandro Piscitelli y Manuel Castells sentamos las bases para comprender las dinámicas comunicacionales que dieron espacio a fenómenos de desinformación en los que posteriormente nos adentramos.
De alguna manera en la charla establecimos cómo pasamos de ese relato tecnooptimista, en el que distintos movimientos sociales utilizaban las herramientas con la idea de que la comunicación estaba siendo democratizada, a la preocupación que derivó en los debates de la gobernanza del internet cuando dimensionamos cómo el usufructo de las empresas nos sometió a la tiranía de los algoritmos.
Desde una provincia donde vivimos el fervor del uso de las redes sociales, donde demandas populares como el Famatina No se Toca o el despliegue de los movimientos estudiantiles en la toma de la UNLaR nos hicieron sentir esa supuesta democratización que nos proveían empresas foráneas que se adueñaron de nuestro tiempo invertido en internet, una década después observamos como todas esas dinámicas globales fueron de la mano con los retrocesos en materias de derechos que está sucediendo en el mundo producto de dinámicas disfuncionales de desinformación.
La extrema derecha supo usufructuar los discursos de odio como un comodity para capitalizarlos electoralmente y esto devino en muchos fenómenos sociales observables. Cuando el escándalo de Cambridge Analitica salió a la luz en 2016 para los Argentinos no era mucha sorpresa, porque la misma empresa usó nuestro país como prueba piloto de lo que posteriormente se hizo con el Brexit y con las elecciones de Trump en Estados Unidos. Nosotros fuimos conejillos de indias de lo que conocimos como grieta en aquel entonces por lo que fuimos naturalizando prácticas disfuncionales mucho antes que grandes autores las analizaran con la profundidad con la que podemos debatir dichos fenómenos al día de hoy.
Lo que con muchísima claridad Byung-Chul Han nos alerta en Infocracia: "La digitalización y la crisis de la democracia, no era algo que entendiéramos hace casi 20 años cuando empezamos a debatir la gobernanza del internet. Pero hoy, después de haber padecido las consecuencias de muchas campañas financiadas y organizadas para desinformar y posicionar discursos de odio en desmedro de nuestros avances de derechos humanos, entendemos que la desregularización de las empresas que concentran el poder en redes sociales digitales instalaron prácticas que trascienden las leyes de los estados y que están socavando todos los principios democráticos a nivel global".
Por otro lado, Andrew Marantz en Antisocial nos da un pantallazo antropológico de cómo estas empresas contribuyeron a la degradación de la información logrando que la mayoría del consumo se centre en entretenimiento y propaganda por cuestiones comerciales. Por ende hoy sabemos que la libertad de empresa se impuso por sobre otros derechos humanos fundamentales y quienes debieran haber estado buscando la forma de defender estos derechos estaban muy ocupados en tratar de dominar estas herramientas, en lugar de combatir los perjuicios sociales que se iban desplegando con su uso.
En este contexto, La Rioja que está en el proceso de una reforma constitucional provincial trató de hablar de gobernanza y lejos de entenderse la complejidad de la problemática, automáticamente se lo redujo a la clásica censura de los funcionarios que se sienten injuriados en un debate público.
El debate de la gobernanza no es un debate fácil, pero estamos viviendo algo que el filósofo Karl Popper nos advertía ya desde 1945 con la paradoja de la tolerancia, sosteniendo que "La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia". Y un poco es algo que podemos observar hoy en internet cuando la libertad de expresión trasciende muchos límites de lo legal, cuando queda a merced de las plataformas discernir según sus normas qué contenido es censurado, cuando las narrativas que legitiman la violencia son virales porque responden a activadores favorecidos por algoritmos que lucran con nuestra atención y donde la misma libertad de prensa se ve supeditada a este tipo de dinámicas.
Debatir la gobernanza, aquí o en cualquier lugar del mundo es de alguna manera entender entre otras cosas eso que Popper nos decía: "Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes".