En un cúmulo de inequidades que espanta, el recrudecimiento del discurso de la derecha, envalentonada por una oposición tanto diezmada como dividida, parece inundar todas las perspectivas mediáticas.

A pesar de las mejores intenciones de muchos y muchas, cada tanto irrumpe en el horizonte mediático alguna sandez de algunos candidatos que valientemente sientan posición desde una psicopatía furiosa.

Como dijo Pepe Mujica, el problema no son ellos, sino ustedes que les dan pelota.

Quiero creer que muchos deberían de certificar un apto en salud mental antes de candidatearse a algo, porque si hay algo que muchos y muchas tenemos, es memoria y resulta que (al menos yo y creo que no soy la única) siento que estoy transitando una especie de déjà vu horroroso…

Hitler asumió por elecciones legítimas, el innombrable de Anillaco también; lo mismo Mauricio y Bolsonaro.

A 40 años del advenimiento de la democracia duele ver que los violentos de siempre no sólo crearon su propio partido político sino que a partir de ahí tiran líneas de pensamiento aberrantes (“el divorcio es un problema del posmarxismo”, “el que quiera andar armado, que ande armado”, “hay un 80 % de probabilidades de que Santiago Maldonado esté en Chile”, “hay que dolarizar la economía”, “dejar que el libre mercado nos gobierne”) y una larga lista de etcéteras….

No sólo son negacionistas (“No fueron 30.000”) sino que también están reivindicando las violencias que hemos padecido todos los argentinos.

Duele ver que en un país que tuvo movilidad social ascendente (cualquier obrero podía tener un hijo ingeniero o médico) la clase media ha sido diezmada y empobrecida y los pobres estructurales o los jóvenes de los barrios más populares “ascienden” socialmente a través del narcotráfico.

También duele ver profesionales jóvenes que se van porque en otros países consiguen mejores trabajos y, a la vez, la cantidad de estudiantes extranjeros universitarios que tenemos cuando muchos argentinos son analfabetos.

Son inequidades que espantan.

Este nunca fue un país de rosas, pero tan así creo que nunca fue.

El modelo del neoliberalismo se llevó puesto todo: en un país en donde el ascenso social era casi natural, la sociedad se está escindiendo en castas, con una masa enorme de excluidos que lo más que pueden es acceder a un plan social (olvídate de la casa, el auto, el trabajo en la oficina y los dos hijos, que era el modelo de la Mafalda de Quino, ese modelo setentoso que parece que se nos perdió por el camino).

El proceso militar fue un modelo de país que logró imponerse a través del exterminio, tanto de gente como de ideas. Muchos todavía lloramos por la revolución que no fue y muchos de los 30.000 ni siquiera eran revolucionarios.

Duele ver en la trama discursiva de los líderes de la oposición la apología y la perseverancia de ese exterminio adhiriendo fielmente al mismo modelo. Parece que hay alguien que se olvidó de que alguna vez fue montonera.

Con la figura de Cristina proscripta en lo jurídico se cae necesariamente la cabeza presidenciable y la candidata natural del partido político más popular de todos.

¿Existirá alguna figura presidenciable en su reemplazo dentro del mismo frente?

El problema es que nadie le llega ni a la mitad de los talones. Y en esta encrucijada preelectoral la derecha, como muchas otras veces, gana: la cabeza de Cristina es lo que quería la mazorca de la oligarquía argentina. Y ahí la tiene. Cristina es la piedra en el zapato que jode, también jode a muchos del propio partido.

En un país en que después de 40 años de democracia parece que nos dimos cuenta de que con la democracia sola no alcanza para comer, curarse y educarse, el pacto social del “Nunca más” parece resquebrajarse a gritos. Si un psicoanalista de la talla de Fernando Ulloa planteó que era necesaria la ternura, que era necesario reconstruirnos desde la ternura en los tiempos de la post dictadura, pareciera, también que a muchos y a muchas esa ternura se les extravió por el camino (o mejor dicho nunca la tuvieron).

Nos espantábamos por la tracción a sangre de los pobres caballitos de los carritos, sufridos, mal alimentados y ultratrajinados y no nos espanta ver los carritos a tracción humana, a cualquier hora del día y de la noche, rescatando de la basura lo que se pueda rescatar (para comer o vender), ni los niños vendiendo lo que sea en donde sea y a la hora que fuere, ni los que viven en las calles que, lamentablemente, cada día son más.

Pareciera como que necesariamente la exclusión socioeconómica borra al otro como semejante haciendo desaparecer de él los rasgos que hacen a la humanidad y que lo definen como persona, rompiendo el código de la ética y creando el de la inmoralidad (Bleichmar).

Cuando los desocupados de los años ’90 perdían los atributos que los definían como personas, como hombres proveedores (ferroviarios, obreros metalúrgicos, ingenieros de empresas), porque eran sostén de familia y su ser estaba definido en torno a su labor, perdían, incluso para sí mismos y su grupo social, su lugar en el mundo, su lugar de pertenencia socioeconómica.

Peor fue, mucho peor, los desclasados o excluidos que irrumpieron a partir del 2001, la mayoría beneficiarios de planes sociales. Entonces cuando pasan cosas como la pueblada en Empalme por el asesinato de Máximo Jerez en Los Pumitas (barrio toba), todos se horrorizan y salimos en los noticieros de todo el país.

Como me dijo una amiga de Empalme: “Tendrían que hacer eso en todos los barrios de Rosario”. Porque la obscenidad de las grandes y lujosas torres sobre la costa del Paraná y la voracidad de los nefastos incendios de la isla de enfrente obedecen a la lógica del capitalismo, lógica, que en esta ciudad está muy bien alimentada desde las divisas del narcotráfico.

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