Desde Barcelona

UNO Antes que nada y primero que todo está el calor: el calor que congela el cerebro. La ola que asfixia más que ahoga. Y ahí, flotando en el océano de su propio sudor, lo único que transpira para Rodríguez es que toda esa gente perteneciente a la tiburona variedad de los políticos no piensa quedarse quieta ni quiere callarse ni dejar de hablar. Sacan pecho y muestran colmillo y se supone que conversan, pero monologan y les gusta tanto más oírse que escuchar. Óiganlos oírse sordos a todo lo que no sea la propia voz. Rodríguez los viene escuchando desde hace ya una semana muy larga cuando se inauguró oficialmente la campaña ya pre-inaugurada desde aquella mañana de lunes en la que Pedro Sánchez anunció adelanto de elecciones generales luego de la debacle de aquel domingo en autonómicas y municipales y... El verbo --en principio-- es debatir. Así hubo desatados cruces à deux (con un impotente Sánchez gesticulando facialmente más que Jim Carrey en The Mask y un Feijóo con aire de sinuoso mayordomo asesino); la inesperada por prolija orgía de los siete portavoces; y, mañana mismo, trío desparejo (porque Feijóo decidió que no acudirá por "modelo incompleto y carente de interés"). Y análisis post-orgásmico de "lenguaje no-verbal" y todo eso. Pero el único que se debate entre el hastío y la desesperación es Rodríguez. Así que decide bajar el volumen de la televisión (otros cambiarán de canal y se administrarán opio en pupila acerca de las últimas novedades acerca del matrimonio de Tamarita Falcó o de los cuernos a meterse en los sanfermines para acabar cantando eso de "Pobre de mí") y subir la voz de Cat Stevens en King of a Land, su nuevo disco.

DOS Y el nuevo disco de Cat Stevens (también conocido como Yusuf, pero Rodríguez nunca se acostumbró a eso ni piensa acostumbrarse) es otro disco de Cat Stevens rebosante de sus habituales slogans/mantras y promesas y buenas intenciones y mensajes de sabia advertencia para la ciudadanía oyente. La diferencia reside en que --en su ingenuidad y optimismo-- Cat Stevens no da gato por liebre. O que, al menos, en que canta verdades muy afinadas con la voz de siempre. King of a Land es un disco (otro disco suyo) que no miente. O al menos, lo que no es poco, que parece creerse todos y cada uno de sus versos. Y a Rodríguez --a esta altura de una realidad cada vez más enana-- con eso le alcanza. Y, claro, el chispeante y vital King of a Land acompaña y refresca mejor que todos esos desafinados pactando o traicionándose en camino al 23 de julio donde y cuando para algunos llegará el Apocalipsis y para otro un nuevo Génesis y para el resto de la ciudadanía un nuevo Éxodo a ninguna parte y descubrir que todos han sido rebautizados con un mismo nombre: el del trabajoso Job.

Por eso, Rodríguez opta por el trabajador Stevens quien --en la canción que da título a su nuevo disco-- maúlla armoniosamente algo que puede escucharse casi como un programa de gobierno y una declaración de intenciones. Todo lo que él haría de poder hacerlo, de ser rey que se sabe real. Mientras tanto y hasta entonces, Cat Stevens canta mientras ahí afuera se diseccionan las mentiras descaradas y caraduras que Trump legitimó y se ponen a punto las urnas electorales que resucitarán o enterrarán, hagan sus apuestas, hagan sus encuestas.

TRES Por suerte para Rodríguez, Cat Stevens sigue en la suyo. Y tantos años después, Cat Stevens --nacido en Londres en 1948 y bautizado Steven Demetre Georgiou, londinense hijo de padre griego y madre sueca, dueños de restaurante cercano a Picadilly Circus-- sigue siendo tan curioso como un gato que no muere. Artista que en un primer momento --a finales de los '60s-- triunfa como ídolo teen-angelical con hits propios con recargados arreglos orquestales como las muy Kinks "Matthew & Son" y "Granny" y "Grandsons", la muy pegadiza “Here Comes My Baby” (hit para The Tremeloes), el standart instantáneo “The First Cut Is the Deepest” (Rod Stewart lo agradece), “I Love my Dog” (donde entona eso de "Amo a mi perro tanto como a ti / Pero tú puedes desaparecer mientras que mi perro siempre estará allí") y la psicótica y hoy impensable por políticamente muy pero muy incorrecta "I’m Gonna Get me a Gun". De pronto, una tuberculosis lo acerca a los bordes de la muerte y lo hospitaliza por un año. Para cuando regresa, Cat Stevens es vegetariano, meditabundo trascendental y cuenta con unas cuarenta canciones formidables escritas durante su convalecencia. Canciones que --entre abril de 1970 y marzo de 1971-- graba no en uno ni dos sino tres álbumes que lo convierten en estrella mundial de ventas millonarias y producto perfecto. Productiva perfección que no rebaja ni una nota la incuestionable calidad de Mona Bone Jakon (título que invoca al alias con el que el cantautor se refiere a su pene), Tea for the Tillerman y Teaser and the Firecat. Allí, "Lady D'Arbanville", "Trouble", "Wild World", "Hard Headed Woman", "Father and Son" (que en verdad es lo que quedó del proyecto frustrado de un musical sobre la Revolución Soviética), "Peace Train", "The Wind", "How Can I Tell You", "Morning Has Broken", "Moonshadow", "If I Laugh"... Todas y cada una de ellas con voz que parece no tener edad y look de impecable hippie-dandy sexy-simpático donde convivían lo mejor de Carnaby Street y lo mejor de Laurel Canyon.

Sí: Cat Stevens era más transparente que Bob Dylan; menos torturado que Leonard Cohen; tan melodioso como Simon and Garfunkel; menos malicioso que Randy Newman; sin los traumas de James Taylor o Jackson Browne; carente de la histeria de Elton John; e igual de delicado que su compañero de sello Nick Drake pero con mucha mejor suerte. Y en 1975 casi se ahoga en Malibú y --mientras se hundía y flotaba-- prometió, si sobrevivía, dedicar su vida a Dios. Y hace casting de deidades y se impone el Corán. Y --suele ocurrir-- la fe en algo que ya no es sí mismo volvió al hasta entonces genial en apenas excelente. Y, a finales de los '70s, se desilusionó con todo ("No me interesa la McMusic para oír masticando hamburguesas") y desaparece a Cat Stevens para que aparezca Yusuf Islam, quien se dedica a sus cosas: grabar numerosos álbumes de música devocional/infantil de circulación/difusión limitada y hasta a sacar uñas aprobando la fatwa contra Salman Rushdie por blasfemo (declaraciones que luego matizaría/negaría), donar buena parte de sus abundantes royalties a obras benéficas, ser considerado terrorista en potencia por Estados Unidos (negándosele la entrada) y ser depositario del premio Man of Peace otorgado por el mismo comité del Nobel.

Y por fin vuelve a maullar en 2006 con An Other Cup. Y sigue siguiendo con Roadsinger, Tell 'Em I'm Gone, The Laughing Apple y el remake tan innecesario como apreciable de Tea for the Tillerman 2. Ahora, King of a Land es más de lo mismo de siempre y está muy bien que así sea. Y ahí, en las pantallas, los mismos de siempre prometen más de lo que quieren o pueden cumplir mientras Cat Stevens quisiera ser real sin realeza (y ya conspiran en cuanto a que el diestro Juan Carlos I prepara su inmediato retorno a la patria si gana la derecha) para poder ser todavía más real de lo que se es y lo que es por verdadero.

Que así sea, así es.

 

Aunque Rodríguez no puede sino pensar que --si le tocase a él ser rey de esta guillotinante tierra-- su primera y única y revolucionaria medida sería la de abdicar.