Blondie, la película de Dolores Fonzi, es una propuesta inteligente, una invitación a perderse en laberintos, que nos convoca tanto por lo que dice como por lo que oculta. Y esto es algo poco frecuente en el cine argentino.
Pero, ¿qué comunica realmente Blondie? ¿A quién le habla? ¿Cómo actúa ese transitar por este espíritu de época que, por un lado, funciona con paradigmas que atraviesan simultáneamente a grupos etarios diferentes y, por el otro, visibiliza desde sus historias mínimas la crisis de los conceptos con los que nos movimos en gran parte del siglo veinte?
Sobre ese plus que la mirada sociológica no puede capturar, Blondie se revela y busca resituar las preguntas permanentes en las lógicas de estos nuevos escenarios: ¿cómo se constituye lo familiar? ¿cómo impacta esa deconstrucción de lo materno que se arma y se desarma sobre los sedimentos de un imaginario hegemónico que el cine nacional expresó desde los años cuarenta hasta finales del siglo anterior?
Sin embargo, este no es un cine escrito desde los padecimientos, aunque la protagonista sepa que su papel siempre estará tensionado por la mirada de la historia, con minúscula pero también con mayúscula. Y que, de alguna forma, esa matriz -la mayoría de las veces- se nos presenta en clave defensiva, otorgándole legitimidad y paisaje a ese modo de comunicar.
- “¿Vos pensas que yo no puedo entender?
- ¿Qué soy una madre como todas las demás?”
Le dice Blondie a su hijo. O, cuando en ese querer saber cómo la percibe Mirko a ella, le pregunta directamente si él preferiría tener una madre con pareja y que todo funcionara dentro de lo esperable.
También es cierto que Blondie no cuenta con muchos ejemplos que le permitan analizar esas otras modalidades desde donde habitar ese ser madre y mujer que a veces se confunden y otras se superponen. De hecho, la hermana, que quizás es quien con mayor fidelidad se ajusta a ese modelo, un día escapa de la noche a la mañana abandonando hijos y marido.
Tampoco Blondie es tributaria de las narrativas feministas o emancipadoras. Incluso cuando le cuenta a Mirko por qué no pudo abortarlo a los quince años, se termina preguntando –nada más ni nada menos- sobre el lugar que ocupa el deseo en la novela familiar.
Frente al discurso de odio que crece en el afuera, el micro mundo de Blondie es un universo poblado de amorosidad, con vínculos que se toman o se dejan, que se comparten o se armonizan sin que por eso se desconozcan las tensiones y los conflictos (con Pepa -su madre- quien vive apenas cruzando la calle; con Martina, su hermana mayor).
Blondie actúa sin guiños para la tribuna. A veces aparece como demasiado ausente de las grandes proclamas y consignas cotidianas. Pero también puede leerse como un modo original de cuestionamiento a la política desde otro lugar del que lo hacen los discursos individualistas o meritocráticos.
En la década del 60, Quino podía retratar a una ascendente clase media urbana en un solo cuadrito de historieta: el papá de Mafalda limpiando el Citroën nuevo un domingo a la mañana. El desvencijado auto que Blondie usa para trabajar marca un claro quiebre entre uno y otro tiempo.
* Psicólogo. Magister en Planificación y gestión de procesos comunicacionales UNLP