¿Cómo se produce el deseo sexual? ¿Se potencia desde el propio cuerpo o por estímulos externos?, ¿o por ambos? La sensibilidad erótica, ¿se toma vacaciones o está activa veinticuatro sobre siete? El deseo libidinoso, ¿solo se enciende en momentos agradables, o es frecuente calentarse también en situaciones penosas? ¿Es éticamente censurable cachondearse fantaseando con relaciones prohibidas?, ¿o lo censurable es pasar a la acción? El deseo no se clausura por un acto de voluntad, pero un acto de voluntad puede bloquear la compulsión a ceder ante un deseo impropio.
La hipótesis que propongo es que el deseo sexual, en lugar de inhibirse, se enardece en ciertas situaciones críticas o de desgarro amoroso. Existen personas con necesidad de masturbarse compulsivamente en medio del llanto por un abandono. Desde este marco teórico nos zambullimos en los senderos abiertos por las preguntas iniciales -y otras que van surgiendo- sin penetrar (al menos en esta nota) en los morbos personales, esos que todes llevamos in pectore. Secretos inexpugnables. Fantasías obscenas y contrarias a “la moral y las buenas costumbres”. Estas “perversiones” solo lo son si se realizan en contra de alguien, pero son inobjetables en la fantasía. “Soy libre en mi pensamiento”, desafiaba el esclavo estoico reafirmando así su existencia por miserable que fuera (Hegel agregó que con la libertad de pensamiento no basta).
Mahatma Gandhi en su autobiografía cuenta que su padre estaba moribundo. Él permanecía junto al lecho todo el tiempo. La angustia lo atravesaba y también el desconcierto porque cuanto más sufría por el deterioro del padre, más deseo sentía de mantener relaciones sexuales. A punto tal que abandonó la habitación paterna y busco a su joven mujer para eyacular su acuciante calentura. No obstante, tan pronto como comenzó el coito se escucharon tres golpes en la puerta. El padre había muerto.
Esta coincidencia lo llenó de culpas y, siendo muy joven y sin consultarlo con su esposa-niña (nunca manifestó culpa por su machismo) se impuso abstención sexual de por vida. Pero cuando era anciano llevaba a su cama a una o dos nenas cada noche. Siempre eran diferentes, excepto dos sobrinas nietas a las que frecuentaba y que, como las demás, debían acostarse desnudas. Gandhi lo justificaba diciendo que así ponía a prueba su abstinencia, sugiriendo que no tenía relaciones con las nenas. Se supone que la pedofilia del prócer es el motivo por el que nunca le otorgaron el Premio Nobel de la Paz, a pesar de haber sido nominado cinco veces.
Existe la posibilidad de excitarse sexualmente en medio del dolor, del mal humor, del mal olor. El deseo más que natural es cultural. En la naturaleza la sexualidad humana no constituye un caso especial. Pero a diferencia del sexo animal, el humano es altamente culturalizable. Incorpora deseos que -a veces- la ética rechaza. Pero somos seres racionales y, a diferencia del resto de la animalidad, responsables. No de lo que deseamos, sino de lo que hacemos.
La incertidumbre es un afrodisíaco eficaz, como a veces lo es la angustia, la alegría o la ansiedad. Se producen situaciones en las que se busca un lugar privado para masturbarse, y luego seguir lidiando con conflictos del hogar, los trámites, los desencuentros laborales. “¡Lo odio tanto que me lo cogería y chau!”, decía una empleada respecto de su autoritario jefe. El morbo es indiferente a lo políticamente correcto. No se maneja por códigos éticos, hace la suya. Ingmar Berman, un referente del pensamiento crítico en el cine, deja constancias en sus memorias de la violencia psicológica que ejerció sobre sus mujeres. Violencia que, como en varias de sus películas (y en su vida misma) se resolvía en encontronazo sexual.
El sexo es implacable y misterioso; personas que rechazaríamos en una situación real, de pronto irrumpen en nuestros descarrilados delirios eróticos. El Ave Fénix que retorna y retorna. Y no necesariamente calientan cuerpos hegemónicos, aromas deliciosos, licores espirituosos o músicas sugerentes. Podemos excitarnos con lo sórdido o lo lúgubre. En algunas regiones chinas se acostumbra hacer un striptease en los funerales. Otras culturas comen y beben en abundancia en ceremonias mortuorias. Se reafirma la vida desde los apetitos corporales.
Governare è piú bello que fornicare es una sentencia atribuida a Maquiavelo. En el éxtasis sexual se “posee” a una persona unos instantes, en cambio, en el ejercicio del poder se “posee” a varias durante mucho tiempo. Las relaciones de poder son erotizantes: los soldados nazis tenían erecciones cuando Hitler los arengaba. Hubo mujeres italianas que le suplicaban a Mussolini que las embarazara. Síndrome de Estocolmo, en la realidad, Portero de noche, en la ficción cinematográfica.
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Una herida fresca cruza una pierna. Una boca la succiona como si fuera una vagina. Sexo exacerbado por sangrientos choques de automóviles. El deseo implacable no distingue géneros, es libre. Se asume como deseo sin connotaciones morales, a lo Sade. La película Crash, de David Cronenberg, soportó prohibiciones provenientes de morales represoras y reaccionarias. Se la consideró peligrosa para el público. ¿Dónde verían el peligro? ¿En mostrar antros oscuros del deseo sexual? Morbos que en mayor o menor medida nos pueden picotear a todes. Saltemos al campo iliterario, Virginie Despentes -víctima de una violación colectiva- confiesa que desde niña fantaseaba con ser violada, era placentero. ¡Que horrores debió soportar en cambio cuando ocurrió realmente! He aquí la distancia entre los meros sueños de la imaginación y al pase a la acción. Por el contrario, es la víctima quien se empodera si pasa a la acción resistiendo. Esta autora se refiere al poder de los fantaseos eróticos. “A los hombres les gustan los hombres, Nos explican cuánto les gustan las mujeres, pero sabemos que son solo palabras. Se quieren entre hombres. Se follan unos a otros a través de las mujeres, mucho de ellos piensan en sus amigos mientras la meten en un coño”. Sin pensamientos estimulantes ni una masturbación se logra. Esa sinestesia sexual de pensar en alguien mientras te revolcás con otre es uno de los combustibles de la excitación. Al calor de sus lenguas de fuego el sexo deviene aún más implacable y la vida más soportable (mediante autoerotismo, en pareja o en grupo).