En 1996 Martín Gambarotta entró en la arena de la poesía argentina y desde entonces su nombre ocupó un lugar central. Esa preminencia no fue dada por la prepotencia de trabajo, es decir, por la insistencia en la publicación, o la participación en actividades vinculadas, por la tarea de columnista, de tallerista, de opinólogo, ni nada por el estilo. No es ahí donde está la respuesta al aura de este poeta, sino en su obra. Así debería ser siempre, pero lo curioso, en este caso, es que se trata de una obra breve. Después de su debut con el mítico poemario Punctum, vinieron otros dos libros: Seudo (2000) y Relapso + Angola (2005). A eso se suma la plaqueta Para un plan primavera (2011) y Refrito (2007), una antología personal publicada en Chile. He ahí todo. Y, sin embargo, cada uno de estos libros dejó una marca profunda en la gramática y en los imaginarios de ese reservorio del lenguaje que es la poesía. Reservorio, oráculo y cápsula para enviar al espacio. Versos como escritos en piedra, no en la arena, aunque alguna vez también vayan a serlo.
Por eso, la noticia de un nuevo poemario de Gambarotta sorprende, algo que, en medio del océano de novedades editoriales, es una verdadera novedad. El libro se llama Sangría, lo editó Rapallo –revista y editorial de poesía- y podría venir a cerrar la tetralogía iniciada en 1996. Aquel primer libro, Punctum, partió en dos la década, permitiendo el ingreso en la poesía de ciertas zonas de la política que parecían olvidadas. No era solo desencanto el clima de la década neoliberal, había algo mucho más brutal para nombrar y también una forma de hacerlo. Así se abría una obra que en Sangría se retoma, con continuidades y diferencias. Desde el primer poema estamos en el universo de este poeta que nos agarra y no nos suelta hasta el final: “Dan a entender que podrías llegar/ a ser como ellos, te alientan a que / intentes ser como ellos, te tratan / como si fueras igual a ellos /porque saben que nunca / serás uno de ellos.”
Y esos a los que se refiere estarán presentes a lo largo de todo el libro. El poeta se encuentra en una mesa como un convidado de piedra, o que será piedra a la brevedad. Es, digamos, el invitado no deseado, al que sirven de beber, emborrachan, se ríen de sus chistes hasta que de pronto ya no lo hacen. Una belicosidad asordinada sostiene la voz poética. Aunque no es del todo claro contra quién lucha, o si la lucha verdaderamente sucederá. Lo que se percibe más bien es una paranoia disparada. Esos ellos podrían en cualquier momento colar algo raro en la bebida. Un jarabe negro mezclado con otro jarabe negro.
Sangría está conformado por poemas más bien cortos, secos, contundentes, casi carentes de signos de puntuación y que sin embargo van construyendo una trama narrativa que en esa fragmentariedad acumula tensión. Los motivos se retoman de un texto al siguiente desarrollándose o combinándose de una manera nueva. Como siempre, los poemas de Martín Gambarotta son razonamientos, el pasaje de un verso a otro responde a una lógica racional implacable. La lógica es la estructura que gira sobre sí misma, como un cubo mágico. Los elementos de esa combinatoria pueden ser la sangre, el vino, el hielo, una remera de la guerra de las galaxias, un león de plástico tirado en el suelo.
Algo notable de estos poemas es su propensión a la rima interna, o más bien al chirrido. Todo el tiempo se juega con los sonidos, las aliteraciones, los anagramas. Hay una música entre las palabras que las vuelve hipnóticas. Como el hacha de los hechos. Como la sangría: tu sangre un poco más fría. Es en estos juegos donde la poética de Gambarotta parece avanzar hacia una zona nueva donde los versos forman un cóctel que puede embriagar, pero también puede explotar en cualquier momento.
Este visitante inoportuno que es el poeta, en una cena a la que fue y no fue invitado, atraviesa todos los poemas y nos deja pensando si ese lugar de incomodidad, de paranoia, no será también la literatura. Nadie llama escritor a un poeta y esa marginación es también un resguardo. Una sombra donde es posible muchas cosas: pelear, burlarse, hacer caras raras, chocar las palabras hasta que se deformen. Para alguien que, además, dice mucho publicando poco es claro que la literatura no es una profesión, sino más bien una fatalidad.
Desde el Punctum inaugural, que punzó una década emergiendo del plano de la poesía joven más inofensiva para herir, de algún modo, para dejar una marca en el lenguaje, llegamos a Sangría. Por su nombre nos hace pensar en un efecto retardado, o en una zona donde la violencia de ese primer pinchazo se ha recibido y asimilado. Hay rastros de sangre y de vino en la arena.