En Obstáculos, el libro que su par Eduardo Valverde le presenta hoy a las 19.30 en La Fávrika (Tucumán 1810, Rosario), el prolífico poeta rosarino Luciano Trangoni logra la madurez absoluta de su lírica, aquella que al comienzo parecía sonar como eco de la oscuridad del mundo pero ahora revela su propia tiniebla luminosa, tremenda y tierna. 

Lo que parecía, en su narrativa, un mero realismo lúgubre, logra ahora da cuenta de su programa profundo: poner un pie en la tradición de los poetas malditos, los del alma condenada que canta. Y no es que una posibilidad se oponga a la otra: si el conde de Lautréamont viviera en la post-pandemia, sería realista su poesía. Y Trangoni, que vive en Rosario en esta época, ha templado su lira en esta nota exacta. La cuidada edición, por el sello local CR, capta su desolada atmósfera en la foto de tapa de Luisina Raffo.

Autor, en poesía, de La confusión de las lenguas (2012); El sanatorio de los hechiceros imaginarios (2016); Los obreros de la tierra (2019) y Ceremonial del abismo (2021), Trangoni avanza a través de las sombras en un camino genuino de conocimiento del mal, por el que se adentra sin perder la inocencia. Del realismo al mito, ha explorado la figura de Hécate (la diosa de las encrucijadas, la que abre las puertas al inframundo) y los pliegues más retorcidos no solo de la locura, sino de la crueldad con que se trata a los locos. Algo inefable del alma resplandece en el sufrimiento psíquico y es esta poesía la que puede ponerle palabras, sin dejar de cachetear con la mano libre a los verdugos.

Extraña el efecto de bálsamo de estos versos tan desesperados: pocos logran hablar del horror con tanta belleza. La belleza de los versos de Luciano Trangoni es directamente proporcional a la valentía con que mira a los ojos de lo monstruoso. Y lo monstruoso es lo real, ni más ni menos. El yo lírico de Obstáculos representa al humano esclavizado de hoy: una persona normal, con alguna adicción. Sin ripio, sin excesos verbales, casi sin adornos, ese yo casi kafkiano da cuenta de su padecimiento vital como quien relata una pesadilla sin pestañear. Cada poema dice lo suyo, contundente, un testimonio sin firma. Cada testigo deja paso al siguiente y entre todos arman desde sus aislados escondites un alegato coral. Pero es la misma voz, aunque parezcan hablar diferentes personajes. 

La portada sobre foto de Lisina Raffo.

Lo novelesco del realismo social de su obra narrativa aparece en su poesía como oficio en la construcción de mundos y personajes. Los zapatos de los muertos (novela, 2006), Acá no hay dónde (novela, 2009) y 17 pesos y monedas (cuentos, 2010) anuncian esto que gana eficacia al condensarse en poema: la capacidad de contar una historia, o de mostrar una situación. Suelen ser situaciones trágicas, sin salida a la vista. Trangoni se para en el infierno y habla. Su voz se parece un poco también a la del César Vallejo de los Poemas humanos. "Soy el pez/ que el río odia", enuncia; "soy un extranjero y venero la soledad". Y dice además, comprometido con el humedal del litoral en llamas: "soy el caballo muerto en la isla, / el carpincho que agoniza sobre un mar de brasas... pero también soy el silencio / el dinero que se mueve dentro de un sobre". En la figura del extranjero sobreimprime Trangoni el nombre del poeta místico Jacobo Fijman, marginal y manicomializado; la imagen del caballo muerto, o moribundo, cuyo cuello abrazaba un Nietzsche enloquecido o demasiado lúcido, va y viene de la literatura una vez más. Un nombre más reciente se suma a los de Sócrates y Diógenes: el de Santiago Maldonado.

La palabra "obstáculos" recurre, con su eufonía esdrújula. Cuando el referente cotidiano cae, se abre paso la alegoría: "el fuelle que empuja tu sangre/ reclama con autoridad/ que mantengas la respiración/ que abras los ojos una vez más/ aunque no haya nadie en ninguna parte // todo el mundo está ahora/ regando las plantas/ arrancando/ las hojas muertas".  Luciano Trangoni nació en Rosario en 1974. Colabora en Rosario/12.