Lo que pasó con la breve y fallida precandidatura de Franco Rinaldi tal vez sea olvidado en los próximos días. Después de todo, en el fragor de una campaña pasan muchas cosas y el vértigo nos va llevando de un tema a otro. De todos modos, este caso es importante para entender un fenómeno que va más allá de lo que pasó con las frases “desafortunadas” y la miserabilidad de quienes salieron a defenderlo. Es importante porque demuestra que, más allá de los esfuerzos de la derecha local por importar lógicas racistas del hemisferio norte, la sociedad argentina sabe cuáles son sus límites. Y, al mismo tiempo, muestra que debemos hacer un esfuerzo por ver lo que este episodio dice y oculta de la interna partidaria de Juntos por el Cambio.

Del lanzallamas a la Sinagoga/12

El 24 de junio, la lista del precandidato a jefe de gobierno porteño Jorge Macri, importado de Vicente López a la Ciudad de Buenos Aires por su primo Mauricio, anunció su lista de legisladores que va a competir con la de Martín Lousteau en el mismo frente político. En el primer lugar de la lista de Macri, aparecía Franco Rinaldi, un politólogo de la UBA y supuesto experto en aviones que se hizo conocido en la derecha tuitera por sus ciclos de streaming durante la cuarentena. Uno de sus hits sería haber acuñado el término "infectadura".

Unos días después del anuncio de la lista, los dirigentes del espacio que compite con ellos en la interna pidieron la impugnación de este candidato. ¿Por qué? Porque se fueron conociendo recortes de ese programa de streaming en el que Rinaldi fue llenando, uno por uno, los casilleros del facho argentino promedio. Atacó a gays, al hablar de que a un periodista “le hierve la cola”, a pobres al decir que habría que entrar con un lanzallamas a la villa 31; a judíos, al llamar a este diario Sinagoga/12 como lo hacía uno de los antisemitas más conocidos de la historia argentina, y al burlarse del apellido artístico de una periodista judía, acusándola de estar ocultando su identidad; y dijo que el movimiento Black Lives Matter era, en realidad, Black Lies Matter.

Tras un pedido de disculpas que no fue tal, y al ver que el tema seguía escalando, Rinaldi anunció su renuncia a regañadientes y Macri las aceptó diciendo que así se pondría fin a “la polémica”, como si se tratara de un intercambio de Intratables y no de ofensas de su cabeza de lista. En el medio, amigos de Rinaldi y dirigentes del sector de Patricia Bullrich (la diputada nacional Sabrina Ajmechet y el precandidato a diputado nacional, Martín Yeza, entre otros) ensayaron una defensa al decir que esto se trataba de otro ejemplo más del poder de “la cultura de la cancelación”. Salieron a comparar a un provocador amateur con comediantes como Ricky Gervais y ¡hasta con Voltaire

Quisieron convertir un hecho bastante simple (un precandidato sale a decir barbaridades, la reacción social es adversa y se tiene que bajar) en una defensa de la libertad de expresión.

Stand up, stand up para divertirse

Rinaldi y sus exégetas salieron a decir que entendimos mal, que en realidad estaba haciendo stand up, stand up para divertirse, y que no debemos juzgar a alguien por lo que hizo en “su vida anterior” o en un “asado ampliado” (los videos eran de 2020 y 2021, cuando ya era una persona pública y estaba hablando en público). Él mismo dijo que sus dichos formaban parte de un experimento artístico que buscaba correr límites.

“Ya no se puede decir nada…” es un latiguillo que se repite ahora que la derecha corre a la izquierda por izquierda. Como si detrás del slogan la pregunta animal fuera en verdad: “Ya no podemos discriminar como antes, entonces, ¿ahora qué? ¿Qué clase de democracia es esta?”

Se repite en automático pero se repara muy poco en el desacuerdo que existe sobre lo que significa en concreto "cancelar". Y se repara menos todavía en el debate que existe en torno a si el fenómeno realmente existe. La definición de lo que sea que signifique referirse hoy a la “cultura de la cancelación” o la “cancelación” a secas va virando atropelladamente según quien la enarbole: puede aplicarse a incidentes tanto online como offline y definir reacciones colectivas que van desde lo que raya la justicia por mano propia hasta una discusión en redes sociales subida de tono. Y también secuencias que llegan a la intimidación, el acoso y el acuerdo tácito de dejar a alguien sin trabajo, sin saludo y fuera del mundo.

Entonces, ¿Rinaldi fue cancelado? Invocar la dimensión lapidatoria de la “cultura de la cancelación” es el procedimiento en boga para victimizar a un victimario. Lo que hubo no fue cancelación (no recibió ninguna sanción legal y puede seguir diciendo lo que se le antoje), sino simplemente lo que en ciencia política se llama accountability o rendición de cuentas. En criollo, hacerse cargo de lo que se dice y hace.

Te estás portando mal, serás cancelado

¿Y entonces? ¿“Ya no se puede decir nada”? ¿Son los feminismos, los activismos lgbtti, indígenas, antirracistas, los responsables de un clima de mordaza? La periodista y escritora Lucía Lijtmaer en su ensayo Ofendiditos (Anagrama) parte de términos que vemos en el discurso contemporáneo, como “autocensura”, “corrección política”, “nuevo puritanismo”, “caza de brujas del siglo XXI”, para pensar nuestra crispación de época.

Lijtmaer cuenta que el salto de la expresión académica de “corrección” a la arena de la política convencional se produjo en 1991, en un discurso del entonces presidente norteamericano George H. W. Bush. “La noción de corrección política ha desatado controversia por todo el país y aunque el movimiento nace del encomiable deseo de borrar los restos que permanecen de racismo, sexismo y odio, reemplaza los viejos prejuicios por otros nuevos. Declara que hay ciertos temas y ciertas expresiones de las que no se puede hablar e incluso ciertos gestos que no se pueden hacer. De una manera orwelliana, las cruzadas que piden un comportamiento correcto destrozan la diversidad en nombre de la diversidad”, decía Bush abriendo la tranquera a la noción contemporánea ultraconservadora de corrección política. Y asentando dos presupuestos: que es un movimiento organizado y consciente de sí mismo; y que limita la libertad de expresión.

No es casual que Rinaldi se declare fan de Bolsonaro, Trump, Díaz Ayuso y los líderes de la derecha contemporánea que buscan ofender para, así, limitar derechos e ir contra las sectores sociales históricamente segregados en forma de chivos expiatorios. Sin ir más lejos, en un acto de Vox celebrado este fin de semana, su secretario general Ignacio Garriga se bajó del escenario para pelearse a las trompadas con un ciudadano que tenía la bandera del arcoiris en un acto en Barcelona. 

El gobierno de extrema derecha de Italia está buscando quitarles la maternidad compartida a las madres lesbianas. Los partidos ultraortodoxos de Israel dicen que los gays son una amenaza más grande que los grupos terroristas. Pero la derecha argentina del Pro, conservadora y hasta reaccionaria a veces, no la tiene servida con este tipo de expresiones que Rinaldi quiso importar a la marchanta.

Una de las tesis más potentes del libro de Lijtmaer es que las formas de rebelión contra la mordaza de lo “políticamente incorrecto” que sacan a comentaristas y otros voceros de las derechas de nuestros días funcionan como escudo detrás del cual se dan permiso de añorar una sociedad en caja, “el orden natural de las cosas”. Ese que existía antes de que los feminismos y los movimientos de la diversidad, entre otras expresiones de los activismos del siglo XXI, llegaran a desordenarlo todo. 

La supuesta preocupación por la libertad de expresión no es más que una coartada para atentar directamente contra el derecho a la protesta. Y esto se vincula, precisamente, con el caballito de batalla de otro candidato, del mismo espacio y en otro distrito, que pide “bala o cárcel” para los ciudadanos que se manifiestan en las calles.

Que un fascista no tape el bosque

El principal argumento de Lousteau para impugnar a Rinaldi era el de que el candidato fallido no representa los valores de Juntos por el Cambio. Lo que Lousteau no dijo es que él apoya a candidatos que no se diferencian demasiado de Rinaldi. El principal aliado de Lousteau y Horacio Rodríguez Larreta es Gerardo Morales, gobernador de Jujuy, líder de la UCR y precandidato a vicepresidente. Jujuy es un tembladeral, y distintos sectores de la sociedad civil denuncian la suspensión del Estado de Derecho, con detenciones arbitrarias y hasta el ingreso de la policía a la universidad. De eso no se habla.

En la provincia de Buenos Aires, los candidatos que encabezan la boleta de Larreta y Lousteau para el Senado nacional son José Luis Espert, economista neoliberal que propone hacer lo mismo que Morales está haciendo en Jujuy, y Cynthia Hotton, una negacionista que además es una de las caras más visibles de la oposición a la ley de matrimonio igualitario (2010). Hotton dijo recientemente que no se arrepiente de aquel voto.

Rinaldi quedó fuera de competencia, y en la interna macrista esto fue leído en clave partidaria, de quién le ganó un poroto a quién en la pelea entre Larreta y Bullrich. Espert y Hotton, expertos en hacer declaraciones de tenor similar contra mujeres, lgtbi y pobres, tienen serias chances de entrar al Senado. ¿Ellos sí representan los valores de Juntos por el Cambio de los que habla Lousteau?

La discusión generada por los dichos de Rinaldi sirve para esbozar los límites de la sociedad argentina, que podría ser menos conservadora y discriminadora de lo que muchos dirigentes de la derecha creen. Sirve para ilustrar los límites de la conversación pública y arriesgar que la ultraderecha sin complejos a la europea (e incluso a la brasilera) no se importa de manera automática a estas tierras. El debate no se agota en la figura de Rinaldi; e invita a poner el foco en los mecanismos de defensa que se generan (ver atentados contra la libertad de expresión en todas partes y disfrazar de víctima a quien hace de los dixit de odio su seña particular) cuando les marcamos a los reaccionarios que ya está, que se pasaron varios pueblos.

Son discursos que se construyen defensivamente en momentos de disputa por el sentido. Lamentos de una época que cruje al retirarse. Que un fascista que quedó en orsai no tape el bosque.