Y entonces un libro de ensayo se convirtió en un poema. Porque eso es entre otras trasmutaciones La pequeña voz el mundo, el libro que reúne algunos de los textos que Diana Bellessi escribió entre 1998 y 2010.
Un cuerpo móvil y poético con vértebras de ensayo, una alquimia sin trampas, hecha a nado por las brazadas que la lengua poética ondea en la adversidad de los días. Hay, en los lugares a los que Bellessi llega, una caudalosa contemplación, patria de variaciones -contorsiones de la lengua- y preguntas, muchas preguntas: “¿Qué hace la voz lírica sino volverse a preguntar las mismas y viejas cosas que el espíritu humano borra siempre y nunca olvida?”. Bellessi interroga lo social y lo político, la intimidad y las primaveras, como resultado (no es el único para dicha de quien la lee), la intemperie se exhibe sin cortejos, en latido puro, en arte entero, y le hace frente a las amenazas (las reales y las que acechan como si lo fueran) que respiran en la veracidad de los sueños y en la calle.
Las palabras aletean de manera distinta cuando una poeta escribe un ensayo. La pequeña voz el mundo, publicado por Taurus en 2011 y reeditado ahora por Caballo negro editora, es también un recorrido a pie que no esconde las consignas crueles ni los tropiezos: “¿A qué le temo más? A encubiertos gestos demagógicos ¿En quién? En mí misma por supuesto ¿Y qué detesto más? Que me digan en algún momento que estoy rescatando algo, giros del habla de la gente con la que me crié, o cantos de culturas condenadas, las de los pueblos indígenas por ejemplo. Como si me picara una víbora salto y digo: ellos me rescatan a mí.”
Lo dice y de inmediato también dice que recuperamos migajas emocionales, en la curva sinuosa de las variaciones Bellessi camina entre construcciones tras la invención flexible de alguna identidad. La picadura y su reacción urgente están dirigidas a una palabra, a la palabra que se ha convertido en la piedrita en el zapato. Esa palabra es la palabra rescate. Para seguir andando, y como si se tratara de la entrada de un diccionario de usos y costumbres, Bellessi explica que rescatar es aludir a algo perdido o a punto de perderse. Ante el peligro, zambullida en la definición y en sus consecuencias secuaces, saca la piedra del zapato y elije una palabra nueva: empujar.
“Prefiero pensar que me empujan, que mis parientes de sangre y mis parientes de elección, a los que supuestamente rescato, son la auténtica vanguardia (…).” Palabras y cálculos bien hechos alojan espacio para el movimiento, la proximidad está a salvo y la trasmutación de La pequeña voz del mundo sigue de parranda en vocación decidida. Versus y frase son dos palabras (quien lea estos ensayos descubrirá otras) que sirven como botón de muestra de este regalo poético que esquiva el titubeo de quienes no saben regalar y obligan al otre a elegir su propio regalo convirtiéndolo en una especie de rehén de la indecisión ajena.
Lejos de ese titubeo, Bellessi despliega -regala- versus como palabra de pertenencia y diferenciación. Además, versus es ritmo, definitivamente es ritmo, a La pequeña voz no le gusta estar quieta. “Naturaleza versus cultura, o ADN versus conciencia, parecen reactivar la tragedia en el arte modificando básicamente uno de los personajes en la escena. Si me preguntan cuál de esos elementos es modificado por el arte, diré que es versus: el frente a frente, o volverse hacia el opuesto.” La otra palabra, frase, se saca el traje de sintagma ordenado por las leyes de la lengua y sale a bailar y a buscar los encuadres con el efecto tímido de la pincelada certera que inventa el cine: “¿Hay visto ustedes cómo frasea la música llevándonos por el hocico, o llevando nuestro espíritu adonde quiere? (…) Y han visto ustedes en el cine frasear a las imágenes en movimiento como olas del mar o como baldes de agua echada sobre las baldosas de un piso”.
La frase de Bellessi es la frase que viaja en la barcaza de la lengua comunitaria, la que reinventa miradas y escuchas, la que está viva. Con una frase empieza un poema: “cuando ella (la frase) me encuentra, por accidente diría, el poema se resuelve, halla su sentido y cause.” Las palabras revoltosas de Bellessi no dejan de hablar de la vida, no dejan de hablar de la muerte, una “memoria arrojada al océano del tiempo” para enlazar y concentrar latidos.
La experiencia de la poesía es un derecho, dice entonces Bellessi, “como un relámpago todo se nos da y se nos quita, está en nosotros tomarlo ir en una cadena solidaria que nos encuentre despiertos para el pase del tesoro, es decir, la sensibilidad humana”. La pequeña voz del mundo también es una biblioteca, salir a su encuentro página tras página o mordiendo el anzuelo y leyendo el índice onomástico: Ascasubi, Biaggioni, Góngora, Gruss, Gutiérrez, Levertov, Johnston, Rukeyser, Thénon, Yupanqui…es salir de viaje, salir al patio.
Un plan maestro que planta una vocal o un díptero o un pistilo en el jardín de los implantes y los deja asentar en la boca semi abierta. Perfección barroca también de la ausencia que tan perfectamente la escande mientras espiamos por las rendijas de las citas. La voz de Muriel Rukeyser se escucha en el recuerdo de Bellessi y es eco en el bar de la avenida Broadway donde la descubrió. En la cadena solidaria un libro lleva a otro: “¿Quién hablará de estos días/sino yo/sino tú?”. “No vayas a olvidarte del tiempo/Dilo. Dilo/ El universo está hecho de historias, /no de átomos.” (Muriel Rukeyser, Contéstame, baila mi danza, Selección, traducción y notas: Diana Bellessi, Ediciones Ultimo Reino, 1984).
“Poniéndonos a bailar en la misa del mundo” escribió -eligió- Bellessi como última oración de su libro, una misa en lenguas para la despedida que no lo es.