Volver a pensar lo judío supone la reiteración de algunas preguntas, pero también la puesta al día de un itinerario personal y colectivo donde el pensamiento se actualiza y se expande, se reencuentra y se estiliza. El mundo es otro, es el mismo, se ha vuelto a ensombrecer, vive en la luz y el ocaso. De un tiempo a esta parte ha sido posible rastrear un mundo contemporáneo que vislumbra lo judío en el simpático y encapsulado ídish de Poco ortodoxa en Netflix, en las series israelíes Fauda o Shtisel, en los crueles desbordes de Netanyahu o en la cancelación de Woody Allen, pero también y siempre de regreso, en la aún vigente alegría crítica de Spinoza y en la tradición emancipatoria humanista que atesoran Marx, Freud y Benjamin.
La experiencia de Ricardo Forster en la reflexión teórica y ensayística es sofisticada y voluminosa, de una riqueza evidente, y el campo a pensar encuentra con sus trabajos finalmente una modificación en sí mismo, una ampliación panorámica y conceptual, en la medida en que ese pensamiento producido, ese conocimiento sintetizado, no pasará por alto ni dejará indemne cada segmento interrogado. Al cabo de varias décadas de trabajo, Forster nos ofrece un compendio que agrupa reflexiones balanceadas, donde supone vislumbrar un cierto aire conclusivo. Ahora observamos, en su flamante libro Por el desfiladero de la cultura y la barbarie: en torno a lo judío, que el viaje intelectual de Forster podría pensarse como el largo pasaje de un primer tiempo juvenil en los setenta que hace foco en un socialismo crítico en la nueva izquierda, que encuentra luego un lugar de interrogación comprometida en la filosofía, a partir de revisiones intrínsecas al humanismo producto del drama de las represiones y los exilios latinoamericanos, hasta desembocar en el camino de las lecturas recientes de Walter Benjamin, la palabra poética, un marxismo crepuscular y literario, y el itinerario de una diáspora judía errante, igualmente anhelante de la tradición emancipatoria. Nada será igual desde los ochenta en adelante en el modo de pensar la cultura y la política, para ningún sector. Pero mientras que para amplios sectores del Club de Cultura Socialista, las revistas Puntos de Vista, Prismas y otros espacios académicos que se sentían cómodos bajo el sol de la socialdemocracia y el agua tibia institucional, Forster mantuvo entreabierta una perspectiva ensoñada, mesiánica quizás en un sentido profundo, acaso romántica, según la cual no todo estaba dicho de una vez, sellado en los arcanos de bibliotecas inertes, sino que había algo imprevisto aún por encontrar. Cercano a Nicolás Casullo, un foco especial merecía prestar atención a los designios de la memoria política, a la condición espectral de biografías desbordadas, rotas y exánimes, que todavía buscaban prestar testimonio para la historia nuestra. Estaba pendiente la opción de reencontrar una palabra que tuviera para decir sobre lo político.
Ahora bien, después de quince años intensos de participación activa en la política nacional, como referente intelectual de diferentes grupos que se manifestaron en apoyo al proyecto kirchnerista donde se expresó públicamente, escribió textos e impulsó programas y contenidos culturales hasta involucrarse en la gestión pública, Forster considera entre deseable y necesario acaso recobrar un espacio personal de interrogación sobre la modernidad y sus largos efectos.
En línea con sus dos últimos libros, que parecen alejados de aquel momento más partidario, Forster parece haberse lanzado a recuperar una agenda mayor de la crítica cultural a la sociedad globalizada del neoliberalismo. Allí nos encontramos con El derrumbe del Palacio de Cristal, una observación aguda del mundo en pandemia, y luego La sociedad invernadero, una incursión filosófica sin pesimismos ni diagnósticos que nos arrojen a la resignación. Con este nuevo libro, casi al filo de una nueva coyuntura mundial y nacional, Forster va contra el fleje en uno de los temas más cautivantes de la modernidad: lo judío, su tiempo y su contradicción, la tragedia del humanismo y, por momentos, la propia deshumanización de la cultura contemporánea.
Organizada en cuatro partes, Forster aborda primero la travesía de la diáspora como un nombre sin lugar, la batalla contra el olvido, la ficción marrana y el (des) habitar el exilio. Luego, la larga huella de aquellos que fundaron la lucidez moderna y pensaron desde el riesgo: Walter Benjamin, Paul Celan y Jacques Derrida. En tercer lugar, Gershom Sholem y la interpretación, la cábala y el mesianismo. Y tan luego, el drama de Auschwitz. La persistencia de la barbarie y la mirada puesta en un mundo que oscila entre prácticas concentracionarias y la sociedad del espectáculo. Entre un modo que ingresa en el umbral de la modernidad biológica desplegando el poderío de la técnica sobre el propio cuerpo, el punto en que la especie y el individuo quedan al borde a la apuesta misma de la supervivencia, un nuevo triunfo del capitalismo que no hubiese sido posible sin el control disciplinario del nuevo biopoder, que creó “cuerpos dóciles” a través de una serie de tecnologías apropiadas. Forster apuesta al lenguaje en la transmisión de un pensamiento frondoso, cautivante, que golpea la razón cuando hace hablar al corazón, y cuando actualiza, Holderlin en mano, que el hombre sigue siendo mendigo cuando razona y amo cuando sueña. Por último, Forster se aventura a pensar Israel y lo judío en el propio borde de la existencia moderna, en la interrogación misma del humanismo judío, cuando se trata de convivir con el pueblo palestino, pero también de advertir en ciertos episodios de la Europa actual cómo se ha ido haciendo una larga construcción de la islamofobia como el nuevo fantasma bárbaro a conjurar, tan lejos tan cerca, que se vive como algo tan deshumanizante como el antisemitismo. “Un largo camino histórico, un desvío del tiempo, para escapar del más brutal de los reduccionismos que intenta convertir a la cultura musulmana en una cultura de bárbaros, mientras que hace de Europa la cuna de toda civilización posible”, señala Forster, en el borde de un judaísmo decolonial, acaso mientras propone una reapertura de lo judío como última huella legible, como el instante final de un mundo cyborg Terminator, desinteligente y artifical, cruel y (ab) errante.