El 20 de julio se festeja en muchas partes del mundo, Argentina incluida, el “Día del Amigo”, en referencia a la llegada de los primeros astronautas a la luna. Sin embargo, esta efeméride no se festeja en todo el mundo. Cuando tradicionalmente se celebra el “Día de los Enamorados”, el 14 de febrero, muchos países de Latinoamérica lo nombran también como “Día del amor y la amistad”. Como si la amistad fuese el hermano ignoto de una estrella de Hollywood rutilante, el carácter celebratorio de lxs amigxs queda rotundamente devaluado y eclipsado frente al Amor con mayúsculas.
Esta doble cualidad que se le otorga a esta fecha puede leerse como una escisión que jerarquiza un mundo (Amor) sobre el otro (amistad); siendo el segundo quien queda ahogado en una marea de bombones, ositos de peluche y rosas que no son para lxs amigos, sino que están reservados A LA PAREJA (monógama). Una pauta limitante que hace que, evidentemente, solo quienes la tengan pueden participar plenamente de este festejo VIP. Porque, si estás solterx, no hay nada que celebrar. Es un problema, más bien, que hay que solucionar (sobre todo, obviamente, si sos leídxs mujer y sos heterosexual. El mundo queer ofrece otras gratificantes licencias y laxitudes).
Lazos profundos
Salir del libidinoso, decadente, solitario, triste y promiscuo estanque de la gente soltera es fundamental para ser codificadx, casi de forma inapelable, como unx adultx confiable, serio, “elegidx” y legítimo, bien encaminadx. Ser “elegidx” por amigos, no, no es suficiente. Los amigos son intercambiables, frágiles, circunstanciales y hasta banales, un paréntesis de afecto hasta que llega el amor verdadero; por el contrario la pareja es, en su versión ideal, consolidada, celebrada y para toda la vida. Ser afiliadx a La Pareja tiene muchas más ventajas (materiales/legales) y prestaciones y es, también, una medida del tiempo.
Sin embargo, la conjunción “Y” (de la fecha que mencionábamos antes) también puede entenderse como ese barro que enchastra las fronteras entre los dos universos porque, al fin y al cabo, el amor y la amistad hablan dos dialectos diferentes del mismo idioma. De hecho, en español, la frase “Te amo” está solamente reservada para amores románticos; en inglés “I love you” también está habilitado para lxs amis. A su vez, en inglés hay dos formas de abordar la experiencia de la soledad (dentro de esta narrativa, soledad = estar solterx). “Solitude” (soledad buscada/deseada) y “Loneliness” (soledad triste/ agustiosa). Decir de forma superadora que unx está “disfrutando de su soledad”, opera como un eufemismo de “estoy bien y solterx”. Pero, invariablemente, arrastra quizás cierto manto de tristeza.
Amistad versus amor romántico
Mientras que el amor romántico tiene infinitos guiones que nos ayudan a decodificarlo, la amistad transita un terreno singinicativamente menos diáfano, más confuso, sopechoso y de arenas movedizas. Con pocas reglas de etiqueta y protocolos ambiguos. Hacer nuevos amigxs no es tan sencillo como parece pero tampoco imposible. Que unx destine su tiempo a buscar nuevxs vínculos amistosos en vez de una nueva o mejor pareja, genera desconfianza, pero puede ser mil veces más gratificante. Se espera que lxs amigxs surjan espontáneamente, sin esfuerzo, o que sean “de toda la vida”, lo que desliza cierto matiz de compromiso, entereza y coherencia en unx.
Quienes quieren empezar a tener citas románticas por fuera de sus círculos sociales pueden entrar a Tinder, Ok Cupid o Bumble, que tienen sus pautas implícitas, ¿pero para hacer nuevos amigxs? ¿Cómo hacemos para pasar de la charla superficial al intercambio amistoso profundo sin espantar al otrx, cuando no hay besos en la boca de por medio, que zanjen un tipo de intimidad más claro? ¿Cuándo se empiezan a mandar memes mutuamente porque “esto es re vos” y “sí, somos”? ¿Cuándo le preguntas a lx otra cómo está y no esperamos una respuesta genérica, sino una actualización de sus asuntos? ¿Cómo hacer para transitar esa incomodidad de invitar a tomar un café a unx y que no se sepa si es una cita romántica u “otra cosa”?
Esto es curioso porque lxs amigxs son, generalmente, nuestro primer vínculo de amor más allá de nuestra familia. Sin embargo, podemos pasar toda la vida afiliadxs al sindicato de la amistad, sin entender del todo sus reglas. Desde que somos niñxs, nuestrxs cuidadorxs y maestrxs nos enseñan las bondades de la amistad y el “compartir con lxs compañeritos” como si lxs amigxs fuesen un bálsamo de risas, amor y vínculos democráticos y horizontales. Pero lxs amigos representan, en muchxs casos, nuestros primeros corazones rotos: angustias demoledoras que ni siquiera podemos nombrar porque no hay una palabra específica para darle cuerpo a la tristeza, ansiedad y decepción que implica una pelea con un amigx.
Algo que puede suceder en cualquier momento de la vida, pero que muchas veces no se aborda seriamente porque los grandes dolores adultos deben estar reservados ¿para algo más contundente? Esta columnista conoce demasiadas personas que, tras haber cortado con una amiga, siguen soñando con ella, en escenarios oníricos donde vuelven a estar juntas o se dicen lo que no pudieron manifestarse cara a cara. Donde se reclaman lo que no pudieron reclamarse, porque a la amistad no se le hacen reclamos. Que Google te muestre, aleatoriamente, fotos con ella, puede ser una experiencia demoledora. Esas separaciones pueden ser mucho desoladoras que haber cortado con unx novix. Tal vez, elles, sean más intercambiables de lo que pensamos.
Dramas infantiles, como que tu amiga favorita prefiera pasar más tiempo con otra compañerita y no con vos, enterarte a través de otra que no te invitó a su pijama party y que, en el campamento, quiera poner su bolsa de dormir al lado de la de otra nena y no de la tuya, puede significar una desazón brutal y un estado de confusión generalizado. ¿Por qué antes sí, y ahora no?: angustias que lxs adultxs devalúan con frases como “¡sean amigas entre todas!”, “¡las amigas se comparten!” y demás frases que no hacen más que acrecentar la bronca.
En la infancia temprana, la pubertad y la adolescencia, también nos enteramos que la amistad no es tan democrática como nos la pintaba la maestra de salita de cinco, y representa un complejo juego de poder y jerarquías. A través de ritos como elegir a una “mejor amiga,” como una confidente especial por sobre las demás, seleccionar a las reciben velitas en los bat mitzvas y las que se sientan en la mesa principal de las fiestas de quince, significa que entran en un círculo rojo de amistad al que no todas pueden acceder.
Pero estas ansiedades son frutos de amores incondicionales y apasionados, incluso muchísimos más potentes que un primer beso con un compañerito de quinto grado en una matiné, completamente olvidable. Las amigas que se pasean por todo el patio del colegio agarradas de las manos cantando canciones, las que se pasan cartitas de amor por debajo de los bancos, las que duermen haciendo de sus pies un sandiwch y las que se quedan hasta que salga el sol imaginando cómo será la casa en la que vivirán juntas cuando sean viejas, son amores anfibios entre el romance y la amistad.
Amores rebeldes que, eventualmente, pueden caer en disciplinamientos y castigos si transgreden ciertas normas héterosexuales y que, a su vez, son más frágiles de lo que pensamos porque, abruptamente, pueden perder todo el terreno ganado frente a El Amor con mayúsculas. Esta misma columnista recuerda cómo, en su adolescencia, juntarse con las amigas era una fiesta, hasta que aparecían los chongos de turno, y rápidamente todas redirigían su energía para concretar el encuentro con ellos. De esa forma, el tiempo juntas se transformaba en un premio consuelo, en un pla B, en un tiempo muerto hasta que llegue algo más emocionante. La amistad se devalúa más fácil de lo que creemos y no tenemos guiones para hacer planteos y exigencias. Como dice Dumbledore al final de la primera entrega de Harry Potter: “hay que tener coraje para enfrentar a los enemigos, pero más coraje para enfrentar a los amigos”.
Así y todo la amistad, en la adolescencia, tiene muchas más licencias que en la vida adulta y habilita más promiscuidades, irreverencias y disrupciones alegres, frente a las pautas castradoras de mapapis preocupadxs porque sus hijas sean unas vagas licenciosas. No por nada, varixs repetían/repiten como un mantra: “Si todos tus amigos se tiran de un puente, ¿vos también te tirarías?”, cuando descubren que una se compró, a escondidas, su primer atado de cigarrillos. La pregunta resuena en loop y, honestamente, vale preguntarse ¿por qué no? Ese arrojarse al vacío y la incertidumbre, que tanto demonixan lxs xadres, muchas veces implicaba/implica gestos de complicidad, adrenalina, liberación y goce colectivo. Aunque más no sea ratearse de la escuela para ir a fumar porro en las vías del tren.
La biografía amistosa
Si seguimos la historicidad de la propia biografía amistosa, llega cierto punto de la vida donde la amistad se vuelve sospechosa y hasta una mala influencia. Como mecioné al comienzo de este artículo, entra en la categoría de lo superficial, banal y hasta infantil; sobre todo si estas amistades están vinculadas a las fiestas, que son el súmum del espacio/tiempo perdido, libidinoso, promiscuo y corrompido, en dentrimento de lo productivo y decente (esperable para una mujer de +50, que no quiere ser una vieja reventada). Como en mi adolescencia, a partir de los 30, cada vez más las amigas empiezan a priorizar sus parejas y redirigen su energía a hijxs y esposxs, a quienes se les destinan, por default, sus más significativas prácticas de cuidado, sobre todo, material. Y es entendible, porque la precarización de la vida exige, invariablemente, prioridades. Pero, también es válido preguntarnos: ¿a quiénes priorizamos? ¿Qué pasa con los no-priorizadxs?
En un artículo publicado por Caleb Luna, el autor augura: “el amor romántico nos está matando” y se pregunta: “¿quién nos va a cuidar cuando estemos solteros?”. En este texto, desarrolla cómo el amor romántico es el vínculo que más asegura reciprocidad e inversión de tiempo/energía y afectos, cuidados fundamentales para sobrevivir en una sociedad cada vez más hostil, neoliberal, cruel, desigual, individualista y del “sálvese quien pueda”. ¿Qué pasa con las personas que, por distintas cualidades, estamos devaluadxs dentro del mercado del amor romántico por gordxs, madres solterxs, trans, queers, viejxs, discas, pobres, enfermxs y/o no nos adecuamos a las normas canónicas que exije la belleza blanca, flaca, joven y occidental? ¿O que simplemente no queremos afiliarnos al amor romántico?
¿Quién nos va a dar esa intimidad y esos cuidados? “Recibí estas cosas de relaciones platónicas cuando era más joven, pero a medida que envejezco más y más de mis amigos entran en relaciones serias, es cada vez menos frecuente hasta el punto de ser casi inexistente. Tal vez a medida que nos volvemos menos ingenuos, o más protegidos de más años de dolor, o más agotados por más años en la fuerza laboral, tenemos menos energía para distribuir y más cuidadosos de dónde lo hacemos”, afirma Luna.
La retórica de que el “auto-amor” es la llave para sobrevivir en un capitalismo despiadado, cimienta la narrativa de que “lxs solterxs” podemos ser una carga para la gente en pareja, cuando les pedimos cuidados/ayuda material o una inversión recíproca de tiempo y cariño. Saber que no somos priorizados es alientante, terrorífico y hostil. “No quiero ser amado. Quiero que me cuiden y me den prioridad, y quiero construir un mundo donde el amor romántico no sea un requisito previo para estas inversiones, especialmente bajo un régimen actual con un potencial tan limitado para que los cuerpos sean queridos”, dice Luna.