RÍMINI 6 puntos

Rimini; Austria/Alemania/Francia, 2022

Dirección: Ulrich Seidl.

Guion: Ulrich Seidl y Veronika Franz.

Duración: 114 minutos.

Intérpretes: Michael Thomas, Tessa Göttlicher, Hans-Michael Rehberg, Inge Maux, Claudia Martini.

Disponible en MUBI.

No es tarea sencilla enfrentarse al cine de Ulrich Seidl, provocador nato que usualmente ilummina con las zonas más horrendas del ser humano. Y de una parte de Europa, la más cercana al estado del bienestar. Ya en Dog Days (2001), el film que lo hizo internacionalmente famoso, pero también en títulos previos como Models y posteriores como los integrantes de la trilogía Paraíso, el austríaco encuadra a sus personajes y ambientes de manera tal de generar en el espectador un rotundo rechazo, la posibilidad de la empatía obturada casi en su totalidad. Por su descripción sinóptica, Rímini, estrenada en el Festival de Berlín en 2021 y coescrita por Seidl y su esposa, la también realizadora Veronica Franz (Goodnight Mommy), parece correrse un poco de los temas y tonos habituales en su obra. A tal punto que el concepto central –cantante melódico que supo tener algún éxito décadas atrás pasa los días sobreviviendo en hoteles de tres estrellas ante un público de la tercera edad– podría ser el origen de un típico relato de segundas oportunidades, entre el patetismo, la resiliencia y la expiación.

Pero Seidl es Seidl y, si bien esos elementos están presentes, incluido el reencuentro del protagonista con una hija a quien no veía hace más de quince años, Rímini corre por carriles paralelos. Seidlianos. Aclaración pertinente: el título señala el lugar donde transcurre gran parte de la acción, la soleada ciudad de la costa adriática, aunque los días invernales distan mucho del frenesí turístico veraniego. Allí vive Richie Bravo (notable Michael Thomas), con sus camisas desabotonadas, sus pantalones faroleros y la faja que evita que la panza exceda el límite de lo tolerable. Richie canta en vivo con una pista pregrabada ante una pequeña audiencia de fans, en su mayoría mujeres, ganando algunos pocos cientos de euros por performance, ingreso que complementa con sesiones sexuales pagas de alguna groupie empedernida, que el realizador filma con su habitual estilo franco y directo, con toda la carne en el asador. El abuso de los cigarrillos y el alcohol completan la experiencia Bravo, un hombre solitario, absorto en su propio purgatorio.

Que el protagonista confunda a su única hija con un posible “levante” lo describe bastante bien, aunque Tessa, que llega de la mano de un novio inmigrante, no quiere saber nada con reanudar esa relación inexistente. Apenas sentirse resarcida por el dinero que el padre le negó a lo largo de toda la vida. Con ese esquema dramático, apoyado en algunos típicos “planos Seidl” –cámara fija, organización visual simétrica– de los gigs hoteleros de Bravo, Rímini describe el novedoso desequilibrio en una vida usualmente organizada en su caos. Por supuesto, no falta oportunidad para que el protagonista eche mano a un recurso horrendo para conseguir los euros demandados, una traición en cualquiera de sus posibles acepciones.

El hecho de que el padre de Bravo, amnésico e internado en un geriátrico en Viena, sólo recuerde una vieja canción nazi de los años 30 inyecta una capa sociológica que se suma a una vuelta de tuerca cerca del final que no conviene revelar aquí. De esa manera, la película intenta reflexionar sobre el estado de las cosas en la sociedad austríaca (y, por extensión, europea) desde los tiempos del nacionalsocialismo hasta la actualidad, con la crisis de la inmigración ocupando regularmente las portadas de los periódicos. El “feísmo” en Rímini no llega a las alturas usualmente presentes en otras películas del realizador, pero ahí está, a veces agazapado y otras tantas en primer plano. Seidl estrenó casi en paralelo Sparta, con la cual Rímini integra una suerte de díptico, pero la de ese profesor de gimnasia pedófilo instalado en Rumania es otra historia, que generó no escasas polémicas cuando fue estrenada en el Festival de San Sebastián.