La tragedia de Hernán Reyna va más allá de la pérdida temprana de su vida, cuando tenía treinta años recién cumplidos. Se agrava al dimensionar todo lo que podría haber realizado. Tantas canciones, tantos discos que se perdieron junto a él. Sin embargo, como si fuera una botella arrojada al mismo mar Mediterráneo donde Hernán murió en el verano de 1994, algunos de esos temas que se suponía que nunca iban a llegar aparecieron en casetes que fueron recuperados en 2022 y se publicaron hace pocos meses en CD por el sello Mucha Madera. Un consuelo para recordar a un personaje enigmático del rock argentino de la segunda mitad de los ochenta. Un compositor que no llegó a dar todo lo que se esperaba de él y que quizás empiece a ser reescuchado gracias a este lanzamiento y a un futuro documental que aún está en preparación.

“Hernán era un talento increíble, un talento fuera de lo común. Y era una persona fuera de lo común. Era como un extraterrestre: no se adaptaba a la sociedad y a las formas de vida que hay en esta tierra. Yo tuve muchísima suerte de tocar con él”, dice Federico Oldenburg, uno de los impulsores de Darwin: Canciones recuperadas 1990-1992, que reúne nueve demos que Reyna realizó junto al propio Federico y el bajista Daniel Santamaría en estudios montados en Madrid y en Hamm, ciudad cercana a Dortmund, en el oeste de Alemania.

Con Sol y Fede, en Javea

Federico habla vía Zoom desde la capital española, donde vive desde 1989, cuando llegó siendo un periodista/músico que buscaba abrirse camino tras dejar una Argentina detonada y grupos que no habían podido durar demasiado. Uno de ellos era El Corte, una banda liderada por Reyna y por Javier Calamaro que publicó dos discos, reeditados en 2021, que se mantienen por fuera de los repasos convencionales de aquella época y sólo sobreviven en la ingrata categoría “de culto”, un eufemismo para hablar bien de propuestas que no conectaron con la escucha popular. El Corte, que ni siquiera está en Spotify, de alguna manera todavía espera ser descubierta. Y la historia de Hernán Reyna aparece como la mejor puerta de entrada para hacerlo.

Desde su departamento ubicado en el Barrio de las Letras, cerca del Museo del Prado, Oldenburg –hoy un recnocido periodista gastronómico– cuenta que acaba de recibir su copia de Darwin. “Estoy súper emocionado, porque esto fue una obra artesanal”, dice. Él mismo se encarga de explicarlo en el sobre interno del CD, en un texto que tiene un título que puede resumir el espíritu del proyecto: “Nueve canciones para recuperar emociones”.

Darwin era el segundo nombre de Reyna, que venía de una familia (según dicen sus propios miembros) que sería descendiente del legendario científico. Ahora también es el título del disco, que surgió como un desprendimiento anticipado del documental en el que trabajan Martín Wain y Daniel Flores, quien ya se ocupó de esta historia en Gente que no, el libro sobre “postpunks, darks y otros iconoclastas del under porteño en los 80” que publicó Ediciones Piloto de Tormenta en 2009.

“Pensé que sería una pena que en el documental aparecieran solamente trocitos de las canciones, y por eso se me ocurrió sacar este disco. Para que la gente tuviera la oportunidad de escucharlas enteras. Me pareció que no había derecho a tenerlas guardadas en un cajón”, dice Oldenburg.

Flores, actual director de la edición argentina de la revista Rolling Stone, tiene su existencia melómana atravesada por Reyna. “El primer disco de El Corte es el primer disco que compré en mi vida. Lo compré porque escuché un tema en el Tom Lupo Show. Lo fui a comprar al Musimundo de Cuenca, en Villa del Parque”, cuenta.

Ese primer disco homónimo publicado en 1986 fue la declaración de principios oscuros de Reyna y Calamaro. Casi una performance que fue grabada en una sola noche en un depósito que Obras Sanitarias tenía en el barrio de Devoto.

“Un día llegó Javier, a quien yo conocía casi desde niño por mi amistad con Andrés, y me dice ‘Conseguí el mejor lugar del mundo para grabar’. Se trataba de uno de los tanques de agua maestros de la Capital Federal. Un edificio del tamaño de una cuadra”, recuerda el ingeniero Mario Breuer, quien también trabajó en las cintas recuperadas de Reyna. “Desde afuera se lo ve como un edificio de seis o siete pisos, de los cuales los últimos tres eran tanques de agua gigantes. Javier me dijo 'Acá quiero grabar'. En ese lugar gigantesco y monstruoso. Por supuesto, el único demente que estaba dispuesto a hacer un trabajo así era yo”, sigue.

Ese disco, hoy histórico en su génesis, no fue la mejor presentación. “Es imposible, no puede sonar en ningún lado eso, es muy oscuro”, opina Flores. “Si bien había venido The Cure a la Argentina y esas cosas estaban en boga, el primer disco es muy extremo en cuanto a canciones y a cómo está grabado. El segundo es más luminoso, pero tampoco es tan fácil”, completa, refiriéndose a El camino contrario, de 1987.

Las cosas cambian en los demos que se escuchan en Darwin. Instalado primero en Alemania y luego en España, Reyna trabajó con Oldenburg y Santamaría canciones menos herméticas. Federico opina que las registradas en el estudio Sótano A, que montaron en Madrid, donde también se grabaron algunas de las canciones de Grabaciones encontradas, de Andrés Calamaro, “son más rockeras, un rock estilo más de los noventa, quizás un rock más argentino”. Dice que tienen un estilo más “cuajado”, y que si las hubiesen tocado en vivo o hubiesen seguido haciendo canciones así, podría haber sido un grupo con una propuesta más uniforme.

La historia se corta de manera abrupta en enero del 94, cuando Hernán salió a navegar por el Mediterráneo junto a su novia Sol y dos personas más. Hacía un tiempo ya que la pareja vivía en Jávea, cerca de Valencia, donde Hernán parecía haber encontrado una estabilidad que le abriría una nueva etapa. No pudo avanzar. Falleció ahogado durante una tormenta que dio vuelta la embarcación. Sol sobrevivió y décadas después aportó su testimonio y material para el documental, aún sin título definido.

“Hernán escribía constantemente sobre el agua, sobre las ballenas. Hablaba del mar, del agua, de las gotas, de los tragos. Todo era agua en su poética. Y murió ahogado. Eso es bastante loco”, dice Flores. No fue el único que lo notó. Javier Calamaro dedicó una versión alternativa de “Cuero de serpientes”, de El Corte, para Hernán. Lo hizo en 2008, durante su recordado show bajo el mar en la Patagonia. Quizás Javier no estaba dando un concierto para las ballenas, después de todo. Quizás intentaba conectar con su amigo.