“¿Qué significa no llevar como nombre Laura o Jane?”. Con esa pregunta la londinense Nabihah Iqbal se subía al ring en un texto que publicó en una revista online en 2018, justo después de editar su primer disco de canciones con influencias post-punk y leer reseñas donde la acusaban de hacer música sin referencias a la herencia de sus padres pakistaníes. “Demasiado blanca”, decía la crítica que rebalsó el vaso. Eran los días en que había decidido dejar atrás el seudónimo que usaba como DJ, Throwing Shade, para comenzar mostrar sus canciones en guitarra y grabarlas bajo su propio nombre. “Hola, me llamo Nabihah y hago música de guitarra eléctrica”, tituló con afilada ironía ese artículo al que solo le faltaba agregar: “Andá pallá”.

Del otro lado de la línea, en entrevista telefónica desde su Londres natal, ella misma completa la idea: “Es muy común que en la industria discográfica te digan ‘Oh, tu nombre es medio raro, no es tan cool, la gente no lo va a saber decir bien’. Y cuando te querés dar cuenta vos misma te sentís así. Nací y me crié en este barrio, jugando con las mismas figuritas y escuchando la misma música que cualquiera que creció acá en los noventa, de las Spice Girls a Oasis o bandas de metal. ¿De qué me acusaban con eso de demasiado blanca?”.

Un rápido repaso por su biografía da cuenta de la arremetedora personalidad detrás de la figura casi etérea de sus canciones: nacida en 1988, Nabihah es abogada especializada en derechos humanos, doctora en etnomusicología africana, DJ en discotecas under, el Tate Modern o Glastonbury, curadora del prestigioso encuentro anual de artes multimedia Brighton Festival, conductora de radio en la BBC y –como si faltara agregarle algo más de acción al asunto– cinturón negro y maestra de karate. Y encima graba muy buenos discos: ahí está el flamante Dreamer, su segundo como solista, lanzado en abril de este año con una particular mezcla de shoegaze y house progresivo que terminó de dar por tierra con cualquier especulación sobre cómo debería sonar.


Su nuevo disco iba a ser muy diferente al que finalmente fue, pero el cambio no sucedió por decisión propia sino por una cadena de eventos complicados. El primero de ellos tuvo lugar a comienzos de 2020, justo antes de la pandemia: llegó a su estudio y descubrió que lo habían vaciado en un robo. No solo se habían llevado sus equipos sino también las computadoras donde venía guardando el trabajo que había realizado para el disco. “Fue algo abrumador”, cuenta. “Y mientras la policía analizaba el estudio tras el robo recibí una llamada desde Pakistán de mi abuela. Mi abuelo, la persona que más amo en el mundo, había sufrido una hemorragia cerebral. Quedé en shock, no podía ni hablar”. Al otro día viajó a Karachi y acompañó a su abuelo en su proceso de mejora. Y entonces la atrapó la cuarentena. “Ahora que el álbum está terminado, que salió al mundo y la gente lo está escuchando y lo estoy tocando en vivo, es extraño pensar en cómo me sentía en aquel momento. La sensación era que no había manera de que todo eso pudiera suceder”.

Primero consiguió una guitarra acústica en una casa de música en Karachi y se dedicó a perfeccionar versiones de Jeff Buckley y Nick Drake en su habitación, tal como hacía en sus años de adolescente. Y en una caminata por la ciudad encontró el instrumento que la impulsó a comenzar de nuevo: un armonio usado a precio regalado que terminó llevando a lo de sus abuelos, donde continuaba viviendo a causa de las fronteras cerradas por el Covid. Poco a poco comenzaron a aparecer las canciones. “Las del disco que perdí habían sido creadas con la computadora en el estudio, pero con Dreamer fue muy diferente. Estaba sola con mi guitarra en una habitación, tratando de expresar todos esos sentimientos tan fuertes de esos días, y terminé llegando a algo que me sorprendió a mí misma”.


El armonio jugó una parte importante en ese viaje: “Fue fundamental para encontrar mi voz. Y muchas partes del disco, como la introducción o el final, las compuse con él, que permite unos drones fantásticos muy característicos de la música religiosa oriental. Es un instrumento que se ve seguido en las calles de Pakistán, con músicos que lo usan para tocar canciones tradicionales. Hacía tiempo que quería uno, estaba feliz”. La inclusión del instrumento en la apertura fue un guiño a Jeff Buckley, uno de los artistas que más había seguido en su adolescencia. “Mientras escribía el disco me la pasaba encerrada leyendo poesía y escuchando mucho sus canciones. El comienzo de su canción ‘Lover, You Should’ve Come Over’ arranca con un armonio, él estaba muy metido con la música Pakistaní. Hay un audio en YouTube donde está en Nueva York y toca en vivo una canción de Nusrat Fateh Ali Khan. La gente primero ríe, tomándolo a broma, pero al final terminan totalmente hechizados”.

Su devoción por los aspectos religiosos de la música y la poesía van de la mano con su espíritu combativo. En 2018 sus conocimientos sobre música africana la llevaron a participar de African Express, el proyecto creado por Damon Albarn para difundir la obra de artistas de ese continente en todo el mundo. Pero su experiencia no fue todo lo positiva que esperaba. Ese mismo año, tras pasar una semana en Sudáfrica colaborando con artistas locales a través de ese proyecto, Nabihah terminó bajándose del tren y publicando una carta en sus redes en la que denunciaba las condiciones laborales de los músicos involucrados en el proyecto. “La semana pasada participé del proyecto African Express en Sudáfrica”, comenzaba el texto, que ilustraba con una foto del contrato. “Tuve la oportunidad de colaborar con artistas locales creando mucha música, algo verdaderamente inspirador. Pero el proyecto también fue una experiencia que me abrió los ojos acerca de cómo funcionan las cosas en la industria. Al final de la semana, todos los artistas, yo misma incluida, recibimos este contrato que decía que, a cambio de la suma nominal de una libra, African Express se quedaba para siempre con los derechos de toda la música que creáramos. ¿Cómo se supone que esto signifique ‘el compromiso de apoyar la música africana’?”.

African Express respondió con un comunicado en el que manifestaban que el proyecto no tiene fines de lucro y que todas las ganancias se invierten en los gastos de alojamiento de los artistas y en la producción de los eventos. “En esos momentos me alegro de haber estudiado abogacía antes de entrar a la música”, confiesa Nabihah al teléfono. “Porque se ven muchos malos contratos, pero ese era definitivamente el peor. La razón por la que junto a otros artistas decidimos exponerlo fue porque primero hablamos con ellos y les dijimos ‘esto es muy poco ético’, pero simplemente nos ignoraron. No hicieron ningún esfuerzo por mejorarlo. Así que al final decidimos que era importante que la gente supiera cómo funcionaba el proyecto, porque es justamente con contratos así que la colonización nunca va a terminar. Y fue una lástima, porque la experiencia de trabajar junto a todos esos músicos fue realmente fascinante”.

Esa sensación física de una canción como hechizo a la que refería al hablar de Jeff Buckley está muy presente a lo largo de Dreamer. Un hechizo con aura de triunfo frente a las circunstancias: “Creo que la diferencia más grande entre las nuevas canciones y las que perdí está en que las ideas eran algo así como más abstractas en todo lo anterior”, cuenta. “Dreamer trata sobre experiencias, cosas que me pasaron y cómo me sentí frente a ellas. Así que siento como si conectara de una manera mucho más profunda con estas canciones”. Sus estudios en etnomusicología jugaron una parte importante en todo eso. “En gran parte del mundo la música no está ahí afuera solo como entretenimiento, hay algo más profundo ligado a sus ritos, sus religiones, su relación con algo más allá. En cualquier canción siempre hay elementos que conectan con los comienzos de la música, y las sensaciones que eso nos despierta no llegan de ninguna otra cosa en nuestra vida. Es algo muy poderoso”.

Un mito egipcio sobre el paso a un más allá donde el peso del corazón se compara con el de una pluma había dado título a su primer disco de canciones, Weighing Of The Heart. El título de Dreamer llegó a través de los primeros versos de un poema de Arthur O’Shaughnessy: “Somos los hacedores de música/ y somos los soñadores de sueños”. “El poema es de mediados del siglo XIX, aunque se hizo conocido con la primera película de Willy Wonka. Es el primero que me hizo llorar, y a la vez era el favorito de una amiga que falleció mientras escribía el disco. Me fascina esa idea: por más que andes a los tropiezos tratando de crear algo, como puedas, con lo que tengas, eso mismo puede dar forma a un mundo al que se transportan quienes lo escuchan”.

“In Light”, la canción que abre el disco, transcurre durante siete minutos con drones de armonio procesados en post-producción, acordes de guitarra eléctrica con efectos que se van acumulando y voces etéreas sobrevolando todo, una alfombra mágica que invita al oyente a ese mundo del que hablaba. Pero a partir de “Dreamer”, el siguiente track, todo se transforma en otra cosa: baterías, secuencias de sintes arremolinados y entrelazados, programaciones electrónicas y guitarras deudoras del indie británico ochentero. Todo interpretado por ella misma, con su voces sobre los arreglos y dándole al álbum un aura conceptual que atraviesa su variedad estilística. Un aura que nació de esas horas encerrada en una habitación con poco más que su creatividad. “Más allá de todo lo que pasé y las experiencias que lo atraviesan, el disco se siente como una progresión con respecto a las anteriores. Definitivamente hay un salto en el sonido. Está más desarrollado tanto desde las guitarras como también en la incorporación de baterías reales, algo que no había hecho antes. Y también trabajé mucho con la voz para darle esa sensación de cohesión”.

El resultado fue el mejor disco que editó a la fecha en ese viaje que empezó exactamente diez años atrás, cuando le dijo a sus padres que iba a dejar de trabajar como abogada para dedicarse a la música. “’¡Nooooooooo!’, me dijo mi mamá. Ya se había hecho la idea de su hija profesional”, recuerda entre risas. “Ahora, al mirar hacia atrás y ver las cosas que hice y las cosas que me pasaron y cómo encajan, todo tiene perfecto sentido”, señala. “Es como un gran rompecabezas, ¿no? Tenés piezas sueltas por todos lados y de pronto te das cuenta de que ya está armado. Me enorgullece mucho haber finalmente logrado algo que se siente puro y sincero conmigo misma. Y que la gente pueda conectar con eso hace que todo sea mucho más grande de lo que jamás imaginé”.