Lo primero que ve Daniela cuando sale de su casa, es la plaza de El Talar, grande y bonita, con faroles clásicos, bancos de colores, chicas y chicos tomando mate al sol sentados en el pasto, una calesita. Y una señora que vende plantas.
Cuando vuelve del colegio ve un papá que la espera, tres perros cariñosos, un living pequeño lleno de libros y más tarde a una mamá que llega del trabajo.
Daniela (que llamaremos Daniela, pero no es su nombre) fue adoptada a los doce años de su edad, por Jimena y Diego.
Cómo Daniela llegó hasta ahí, comienza como una historia común: Diego y Jimena con problemas de fertilidad, algunos tratamientos, varios intentos fallidos y la decisión de dejar de hacer todo eso, porque “para la mujer es muy jodido, violento, estresante. Ella se angustiaba mucho y yo también, pero es la mujer quien más lo sufre”.
Una tarde de agosto del 2020, Jimena preparaba un café en la cocina y Diego llegó, se paró bajo el dintel de la puerta y recostado en el marco se rascó la barba, miró la mesa de fórmica arrimada a la pared, las dos sillas marrones, la silla blanca y los imanes de colores poblando casi toda la heladera. Se miraron y notaron que el espacio era chico, pero así y todo faltaba un hijo, o una hija.
Comenzaron a hablar de a poco sobre la idea de adoptar.
La segunda parte, ya entrando al tema con más firmeza, fue la cuestión de las edades, y finalmente optaron porque fuera grande: “entre los seis y los doce años”.
Las ideas fueron madurando durante la pandemia, charladas con calma, día tras día, construyendo, imaginando todo. Y ahí es donde surgió la pregunta: ”¿por qué no una niña o niño grande? Es otra forma de construir, ya desde la palabra, la comprensión, la charla que permite entenderse”. Diego cree en el tiempo y en la palabra. Jimena también.
Daniela, Jimena y Diego se conocieron en octubre del año 2021 y desde ahí fueron sabiendo cosas de Daniela. Supieron que cuando ella tenía siete años, su hermana de diez le había dicho: “prepará la mochila como para ir al colegio, pero hoy nos escapamos para siempre”. Cansada de los golpes y el maltrato, Daniela iniciaba un largo viaje por varios lugares – Fuerte Apache, José C. Paz, y otros de los que no hay registro- y tras capear varias tormentas, encontraría su puerto en El Talar, cinco años después. En esa casa, con esa misma cocina con perros y papá y mamá adentro y esa plaza enfrente con la señora que vende plantas. Y una abuela a cuatro cuadras, que “a veces, cuando ponemos límites, se va donde Silvia, la mamá de Jimena que vive a pocas de cuadras de acá. Ahí ella habla y la abuela la contiene. Hay que pensar que a veces les surgen miedos. Son sobrevivientes".
Diego siempre sonríe. A veces con alegría. Otras es una sonrisa de comprensión porque “estos chicos necesitan amor y tiempo".
Jimena trabaja fuera de la casa, él tuvo durante diez años un kiosco de diarios en Beccar, que atendía desde las cinco de la mañana, pero cuando Daniela se quedó definitivamente, ese 11 de diciembre del 2021, Diego se tomó un mes para vender el puesto de venta de diarios porque “con Jimena ya sabíamos lo que venía, y ella no puede dejar su trabajo, así que lo vendí para poder ser yo quien se quedara en la casa. Lo vendí en cuotas, porque el proyecto de tener una hija era más importante, entonces este equipo que somos con Jime se organizó así. Finalmente yo quería desde siempre tener una librería, y ahora la tengo. Es online” y desde entonces se lo conoce como El Librero de Talar.
Twitter estalló cuando Diego decidió contar la experiencia de adoptar una niña grande. Con mucho amor contó qué pasaba, momento por momento. A partir de ahí mucha gente se interesó por la idea, y no tardó en formarse el colectivo #adoptenniñesgrandes. “Hubo gente a la que le sirvió la información. Me contaban que ponían 'adopción' en internet y solo les salían gatitos o perritos. Pero no solo eso, hay gente que imagina niveles altos de conflictos adoptando un nene o una nena grande, y la verdad es que un hijo adolescente, adoptado o no, tiene conflicto con los padres. Daniela tiene largos silencios en su cuarto, como cualquier adolescente, y un día sale y te dice que la ayudes a cambiar la tierra de las plantas que le compró a la señora de enfrente. Los adolescentes tienen su lenguaje. Todos. Y nuestra hija también, claro”. De todos modos no evade el hecho de que con el amor solo no alcanza. La tarea es construir un vínculo con alguien que hasta ese momento es una persona desconocida, que hay que ir leyéndola. Ambos deben perder el miedo “y sobresaltos no faltan, pero es por desconocimiento. Hace ocho meses supe que Daniela se había comunicado con su madre biológica y nos asustamos. Finalmente la razón de la llamada fue porque se enteró de que su mama biológica había tenido otros hijos y le angustiaba la suerte de sus hermanos. Eso habla de su calidad humana. Cuando le dejé saber de mi preocupación, ella me contó cosas terribles, como que la hacían dormir afuera, con frío. Fue su forma de decirme que no tenía ni tiene la idea de volver, que su vida es aquí con nosotros".
Desde entonces trabajan -tomando las distancias del caso- en rearmar la relación de Daniela con sus cinco hermanos que andan por ahí, con diversas suertes. Ya todos son grandes.
Cuando Diego comenzó a contar su experiencia, otros y otras comenzaron a contar las suyas. El colectivo #adoptenniñesgrandes sirve no solo de contención sino para poner a la luz un tema no muy visible: este tipo de adopción. “Hay gente que espera años para adoptar un bebé, porque hay como una suerte de etiquetar: solo bebés o solo chicos o chicas grandes. Existe eso que no tiene sentido, y mientras tanto hay cientos de niños esperando un hogar. No tengo nada para decir sobre quienes prefieren un bebé, solo que nuestra posición es esta, darles hogar y pensar que más se puede hacer. Hoy hay 2200 chicos esperando una familia y 2500 personas esperando para adoptar. El colectivo también es una forma de contar las experiencias para que alguien pueda replanteárselo. De hecho, Jimena y yo teníamos en principio la idea de adoptar una beba, fuimos viendo y fue cambiando.”
El grupo tiene hoy más de cien miembros activos, que militan la idea de este tipo de adopción y van conversando sobre cosas que aparecen, como que “el chico no te debe nada por darle una familia". Pero hay más: muchas madres y padres a veces se preguntan sobre su propia calidad.
”Son dudas naturales. A veces ponés limites o retás con miedo. Eso es parte del proceso y a veces genera insomnios. Preguntas sobre cómo lo estás haciendo, pero eso también te pasa con un hijo biológico. La gran diferencia la tienen ellos, no vos. Ellos temen el rechazo, hay quienes pasaron por cuatro o cinco familias. Entonces hay que calmarse, entender, trabajar, y con tiempo, amor y paciencia todo se vuelve natural.”
La nueva tarea de #adoptenniñesgrandes es recoger cartas de chicos y chicas que esperan una familia, y buscar gente conocida o famosa para que les presten la imagen y la voz a esas cartas, y subir los videos a las redes sociales. Es una tarea larga, que según Diego “no se compara con tener que levantarse a las seis de la mañana para despertarla con el desayuno y llevarla al colegio. ¡Eso es lo difícil!”, y vuelve a reírse.
El amor, las tareas del amor, el trabajo del amor, es permanente, por eso el colectivo no ceja en su empeño de explicar, contar, decir todo lo que significa este tipo de adopción con la etiqueta #adoptenniñesgandes, aunque a decir de ellos mismos, el amor no tiene etiquetas.