El chico “valiente” se presentó como voluntario a las Waffen SS. Karl–Heinz tenía 18 años cuando ingresó a la División SS Totenkopt, una unidad de elite que fue asignada para combatir con los rusos. Aunque los soldados alemanes tenían prohibido escribir diarios, las pequeñas entradas a lápiz, con una caligrafía irregular, comienzan en febrero de 1943 y terminan el 6 de agosto de 1943, seis semanas antes de que lo hirieran de gravedad –le amputarían las dos piernas– y ocho antes de su muerte, el 16 de octubre. “Peinamos el terreno. ¡Magnífico botín! A continuación proseguimos”, anota en febrero. “Aviones. Los Ivanes atacan. Mi pesada metralleta Fahr dispara como loca apenas logro controlar las ráfagas, acierto a varios”, escribe un mes después. El hermano menor, “el rezagado”, como lo consideraba el padre, intentó en muchas ocasiones escribir sobre su hermano, pero sólo pudo hacerlo después de la muerte de su madre y de su hermana mayor, cuando se sintió libre para poder plantear “todas las preguntas sin tener que pensar en nada ni en nadie”. El escritor alemán Uwe Timm es el narrador “rezagado” en Tras la sombra de mi hermano (Unsam Edita), el que llega tarde y mejor desde la distancia temporal porque tenía tres años cuando murió su hermano, “el chico que nunca mentía, que siempre actuaba con rectitud, el obediente, un chico ejemplar”.
Interrogar el pasado sin concesiones no es fácil. El diario y las cartas del hermano son cruzados con otras esquirlas textuales: las cartas del general (Gotthard) Heinrici, un discurso de Heinrich Himmler, fragmentos de Más allá de la culpa y la expiación de Jean Améry, Aquellos hombres grises: el Batallón 101 y la solución final en Polonia de Christopher R. Browning y Los hundidos y los salvados de Primo Levi, entre otros textos y documentos. Timm rastrea, pregunta, mete el dedo en las llagas, no deja a los muertos en paz en Tras la sombra de mi hermano, publicado en Alemania en 2003. Una carta de su hermano, dirigida a él, que entonces era un niño de tres años, revela cómo era el imaginario de la Alemania nazi de los años 40. “Mama me ha escrito contándome que quieres matar a tiros a todos los rusos y luego escaparte conmigo. Eso no puede ser, chiquitín, ¿qué pasaría si todos hicieran lo mismo? Pero espero regresar pronto a casa y entonces jugaré con Uwe”. El escritor alemán agrega: “¿Cómo es posible que un niño de tres años quisiera matar a tiros a todos los rusos? Desde luego era la forma de hablar habitual de la época, pero también podría tratarse de una petición indirecta de mi madre para que desertara que, debido a la censura postal, tuvo que expresarse por boca de un niño”.  
Timm, que está casado con la argentina Dagmar Ploetz, reconocida traductora al alemán de autores españoles y latinoamericanos, participó de unas jornadas sobre memoria y violencia en la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) y presentó su novela Aves de paso (Unsam Edita) en el Instituto Goethe. “Lo que es muy complejo de comprender es la disponibilidad a ser matado y a matar. La estrategia del nazismo fue quebrar la autocompasión hacia el otro”, explica el escritor alemán en la entrevista con PáginaI12.
–“Aquí termino mi diario, ya que me parece una insensatez guardar registro de las cosas horribles que suceden a veces”, se lee en Tras la sombra de mi hermano, frase que aparece citada en el diario. En el libro hay una gran tensión entre cómo la repetición del horror, al contar una y otra vez lo sucedido, produce una banalización, y el peligro del olvido y el silencio. ¿Cómo se trabaja esta tensión en la escritura?
–Es una pregunta muy buena y muy difícil de responder... Yo creo que fue una construcción buscada para que estas breves frases irrumpieran en el texto con la intención de no hacer un relato de la memoria que amortiguara la fuerza de esas frases breves. Yo no tomé el diario de mi hermano para modificarlo ni intervenirlo en la novela: la frase es literal y está tres veces repetida en el diario; es como un inventario de la violencia, en el sentido de que es un registro del lenguaje. Hay registros muy fuertes que intentan transmitir la crudeza de lo sucedido, que mi hermano no pudo expresar a través de los sentimientos. Hacia el final, esa crudeza del registro del lenguaje de mi hermano, que estaba incapacitado para poder transmitir emociones, está señalada con esas frases tan breves que podrían llevar a preguntarse: ¿cómo se habla de la memoria así?
–Hay otra frase que también se repite: “A 75 m un Iván fuma un cigarrillo, forraje para mi metralleta”. ¿La repetición intenta condensar cómo el registro documental de esa escritura anula las emociones?
–Sí. Lo que muestra es que no hay ninguna empatía con el hermano, incluso en la asignación de los metros. Siempre vuelvo a contar lo mismo: la primera vez que leí el diario de mi hermano esa frase era el punto hasta donde llegaba en el diario y no podía seguir leyendo. Esa frase era una barrera por su brutalidad, en el sentido de que es tan fuerte porque uno entiende que un cigarrillo es el momento en que uno está más relajado. Lo que es propio de toda guerra es que la compasión por el otro se bloquea porque es la única manera de intentar sobrevivir.
–El narrador de Tras la sombra de mi hermano es el “rezagado”, el narrador que llega tarde porque tenía 3 años cuando suceden los acontecimientos, y que narra desde la perspectiva del rezagado. Por eso se distancia y a veces dice “el padre” en vez de “mi padre”, ¿no?
–Sí, es una reflexión muy atinada. En este tipo de formulaciones como “el padre” en vez de “mi padre” queda clara la distancia; pero también debo decir que tuve suerte al ser un hijo tardío, rezagado, lo que permitió que no estuviera en esa situación... Lo interesante es preguntarme cómo hubiese actuado yo en esa situación. Lo tremendo es que no sé cómo hubiese reaccionado, sino cómo hubiese querido reaccionar. Que no es lo mismo. El libro intenta postular preguntas radicales sin dar respuestas.
–Una de las preguntas que se hace es si su hermano mató a civiles y a judíos, un límite que se vuelve insoportable, ¿no?
–Sí mató a soldados porque esa frase “a 75 metros” significa que disparó y mató. No mató a civiles o a judíos, pero a soldados sí porque él estaba en el frente. Una de las razones por las que no pude escribir hasta que murieron mi madre y mi hermana fue por no saber si mi hermano había matado a civiles y a judíos. Pero sí mató a soldados porque estaba en combate y eso era inevitable.
–¿Por qué su hermano entró a las SS? ¿Cree que fue por una suerte de culto al coraje, a la valentía, más que por ideología antisemita o plena adhesión al nazismo?
–Sí, entró a las SS por un culto a la valentía de esas organizaciones de élite. Pero justamente esta elite fue la que produjo el Holocausto, la que mató a los judíos. Lo que es muy complejo de comprender es la disponibilidad a ser matado y a matar. La estrategia del nazismo fue quebrar la autocompasión hacia el otro. Los nazis quebraron la empatía hacia el otro, que se convierte en menos que la elite de raza aria y es lo que habilita las frases de Hitler que se repetían: “rápido como el viento, duro como el cuero y fuerte como el hierro”... Al enfatizar esas cualidades como propias de los arios, todos los demás no son hombres. Y ahí se dispara el Holocausto.
–Hay una zona muy significativa de Tras la sombra de mi hermano, que rompe con la idea de que se desconocía la magnitud del horror en los campos de concentración. Aunque prevaleció la obediencia debida, hubo hombres, algunos pocos hombres, que se negaron a ejecutar civiles.
–Lo normal era la obediencia, pero estaba la opción de rebelarse y negarse a ejecutar a civiles.
–¿El miedo fue la principal causa de que haya habido pocos casos de hombres que se rebelaron, o cree que hay otras causas?
–Una razón era el miedo, porque si se negaban después aparecían las dificultades y podían ser degradados o eran penados. Pero la razón fundamental y más fuerte es esa internalización del obedecer no solamente en la guerra. En la cultura alemana está internalizado el hecho de que “hay que cumplir con la obligación que uno tiene”. Este obedecer está tan incorporado que funciona como un dispositivo.
–¿Ese dispositivo de obediencia sigue funcionando en la cultura alemana?
–Sí, pero se fue atenuando con los movimientos de los estudiantes que pusieron en cuestión la obediencia en el ámbito civil. Las manifestaciones fueron enormes, fue un movimiento importante.
–¿Participó de las manifestaciones del 68 en Hamburgo?
–Sí, en Hamburgo y también en Munich. Hay un libro que se llama Heisser sommer (Verano caliente) en la que estoy en la tapa del libro de la edición alemana en una de las manifestaciones por la muerte de Benno Ohnesorg, un compañero de estudio que fue asesinado frente a la Ópera de Berlín, en una manifestación estudiantil contra la visita de Estado del Shah de Irán (Mohammad Reza Pahlavi). Esta muerte, que fue un asesinato, produjo el gran movimiento estudiantil y todo esto tuvo consecuencias muy importantes en cuanto al derecho de la participación en las universidades. Pero el movimiento fue mucho más amplio y llegó a la revista Der Spiegel. Hasta el día de hoy el 51 por ciento del poder de decisión lo tienen los redactores y trabajadores de la revista; es una de las herencias del 68. Y también lograron evitar que Der Spiegel fuera vendida al grupo Holtzbrinck; es una forma de democracia que es importante.
–Otra cuestión crucial en su libro es la relación con el padre. Este narrador “rezagado” tiene una pugna secreta con el padre, que se condensa en un hecho específico. El narrador “rezagado” aprende el oficio de peletero al punto tal de que aprende más que el padre y sabe más que el padre. El “rezagado” sabe más como peletero y también sabe más sobre el hermano, ¿no?
–Sí, es así. Mi padre volvió de la guerra, salió de la estación de Hamburgo y lo único que veía era ruinas y lo que encontró fue una máquina de coser piel oxidada. Entonces desde esa máquina de coser construyó su nueva existencia. El primer abrigo que cosió lo hizo con un libro puesto en la falda que enseñaba cómo coser. Ahí nació la peletería con los empleados; en cambio yo aprendí el oficio y la cosa se dio vuelta y yo supe más que mi padre y más de mi hermano también.
–Muchas de las preguntas que le hace el narrador al padre tienen como respuesta que él no estuvo ahí, o sea que cuestiona el hecho de que no tenga la experiencia del testigo. La voz narrativa que construye en Tras la sombra de mi hermano plantea el legítimo derecho de poder narrar sin haber estado ahí.
–Muy bien, coincido. 
–Aunque la cuestión sea difícil de responder, ¿cómo cree que se pueden narrar hechos históricos violentos como las guerras y genocidios sin caer en la banalización de esa violencia?
–Es muy complejo, no se puede recurrir a lo convencional, me parece que hay que buscar otras estrategias narrativas. La brutalidad misma tiene que estar en el lenguaje; que esa violencia no sea narrada, sino que el lenguaje mismo tenga la brutalidad del hecho en sí, del documento. La descripción siempre es una simplificación; una estrategia posible es que la violencia esté puesta en el mismo lenguaje. Por eso en Tras la sombra de mi hermano están el diario de mi hermano y las cartas que escribió.
–En un momento el narrador plantea que su futuro está orientado hacia la escritura y la lectura. ¿En qué momento supo que sería escritor?
–A los 12 años, pero en la escuela tenía un conflicto entre el símbolo, que era la letra, y eso que la letra transmitía. Una de las consecuencias de este conflicto es que tenía muchas faltas de ortografía. Uno de los maestros que tuve, Blumenthal, me hostigaba mucho, incluso me hacía leer delante de todos mis compañeros para que se burlaran de mí. Mi manera de oponerme a eso fue escribiendo, escribiendo y escribiendo. Hay dos opciones: uno se resigna y dice “no sé escribir” o uno insiste y hace de eso su destino. 
–¿Le llevó el primer libro que publicó a ese maestro?
–Era tan desagradable... Nunca le llevé ningún libro, pero me contaron que guardaba las reseñas que veía en los diarios y que estaba orgulloso de mí (risas).



La ficha

Uwe Timm nació el 30 de marzo de 1940 en Hamburgo. Estudió germanística y filosofía en Múnich y París. Entre 1967 y 1969, participó de la Federación de Estudiantes Socialistas de Alemania y fue amigo cercano de Benno Ohnesorg, un estudiante que se hizo conocido por haber sido asesinado durante una manifestación en Berlín Occidental a finales de los sesenta. El primer libro que publicó era un poemario que nunca volvió a reeditar. Nunca más escribió poesía. “Como dice (Jürgen) Habermas me gusta roer huesos duros”, dice Timm por su fruición por la narrativa y el ensayo. En castellano se publicaron La noche de San Juan, La invención de la salchicha al curry, El hombre del velocípedo, El árbol de las serpientes, Tras la sombra de mi hermano (reeditada por Unsam Edita) y los ensayos Del principio y el fin (Unsam Edita). Entre los numerosos galardones que obtuvo se destacan, en 1989 y 2002, el Premio de Literatura de Múnich; en 2002, el Gran Premio de la Academia de Artes de Baviera; y en 2009, el prestigioso premio Heinrich Böll.