En la bajada de Pellegrini, Wu le dijo a Xia que Esteban escribía. Wu dijo: “zuójiá (escritor 作家)”, y por unas señas de empujar su carro de repositor y cartones del súper chino frente a la casa, le pareció que había dicho que Esteban estaba escribiendo su historia, la de él. Entonces ella hizo ese resplandor del amanecer que significa su nombre, Xia, esa sonrisa de heroína exhausta de Mo Yan y quizá la expresión de asombro de Esteban le debe haber parecido linda o buena, porque ella dijo “hépíng (paz 和平)”, que para los chinos es un sustantivo más importante que amor: paz. Paz y una sonrisa, la del resplandor del amanecer, fugitivo, como parecía ella.

Hace dos semanas que Xia visita a Wu, su padre, en el barrio de Tablada. Esteban (que finalmente es un escritor de la ciudad, conocido incluso en algunas zonas del centro y que habla inglés apenas mejor que el ministro Cavallo o el canciller Santiago Cafiero), ya la ha visto muchas veces sentada al lado de su hermana, Nancy, en la línea de cajas del chino, leyendo libros de Mo Yan, casi siempre con un auricular en los oídos, escuchando a Faye Wong del celular.

Por hablar o iniciar el contacto, ese día él le pregunta qué está escuchando y ella sonríe con ese resplandor que significa su nombre (Xia) y en lugar de contestarle, directamente le da los auriculares para que escuche.

-- ¿What is this?

-- Faye Wong, Eyes on me, ¿have you seen Chunking Express...?

-- Héping (paz), dice él.

Xia sonríe, pero no comprende del todo, no le parece ajustado un término tan sublime para una canción o una película en una charla cualquiera. Los chinos son más graves con las palabras, como hacen con su nombre propio, no les gusta gastarlas en cualquier frase, meterlas porque sí en el habla para dar lustre o asombro, como suele hacer el típico argentino sabihondo a la veleta. Héping es una paz esencial, trascendente, no es sinónimo de un contento trivial. Desde ese momento, cada vez que Esteban confundiera un término grave con un pasatiempo, ella le dirá solamente, no. No. Sin explicación. Como se hace con los niños pequeños. No. Por allí no. Así no es. No. Punto.

Sin embargo, Esteban lo arregla con un gesto, vuelve a decir héping y a sonreír levemente, y a Xia le gusta el mohín de gracia de él, le parece que su cara se encomilla con dos arrugas pequeñas al costado de la boca que ríe con una alegría sincera y simple. Esteban agrega algo del pájaro más alto que no sufre compañía y canta suave, el de San Juan de la Cruz o el de Wu, su padre, y una semana después se lo dará traducido en inglés, ayudado por Élida, su teacher, y Xia se ruborizará. Allí, ella amagará besarlo en la mejilla, pero justo se detendrá contenida por la gran muralla de mil años del patriarcado chino. Cuando Esteban vea el amague y el tizne carmín en la máscara de nácar de ella, sentirá que en la promesa hay un breve porvenir juntos en el verano de Rosario. Un pequeño trip o viaje, un resplandor del amanecer.

* * *

Por fin un viernes a la tarde, después de que Xia le pusiera su mercadería de hombre solo en el bolso ecológico (atún, nueces, Match 3, Ñampe), ella le pidió que la acompañara al centro para ver las librerías de la ciudad. Nancy le había dicho a Xia que él era un escritor conocido más allá de Avenida Pellegrini, entonces eligieron Homo Sapiens, Oliva y El juguete rabioso, pero como allí no había muchos libros en inglés, fueron a Stratford en calle Entre Ríos, y ella compró algunos clásicos que no tenía en Beijing: "The catcher on the rye", "The Sportwriter" y "The Moons of Jupiter", Salinger, Ford y Munro.

Cuando ya estaba pagando, Xia tomó de un costado de la caja una edición Penguin de Hamlet y se la regaló. Algo de reciprocidad, porque cuando habían estado en Oliva, él le había regalado un "Borges esencial", aunque ella no leyera español, con la esperanza de que quizá algún día lo aprendiera o le pidiese la traducción de un fragmento, y fuera otro motivo para seguir viéndose y charlando en su estadía o en el aleph de la web o el del futuro.

Un rato más tarde tomaron un café en el bar La Sede y ella le preguntó cómo hacía para leer y escribir tanto. Él dijo que era como preguntar a un cirujano si podía operar un estómago durante ocho horas, y hacerlo otra vez mañana y pasado. Estuvo a punto de decirle que también era médico, o que había sido, un experto en Wipple, pero se contuvo. Sólo agregó un mohín de suficiencia, aunque no pretencioso sino más bien de asombro por la pregunta y no por la respuesta. Pensó agregar lo de la respiración del texto, pero ya se aburre a sí mismo, de su sabihondo a la veleta, del maestro ciruela, de escucharse diciendo que leer y escribir es su elemento, su agua y todos esos clichés de coaching. Aprendió hace tiempo, no sin esfuerzo, el horror de lo obvio, y a preferir lo obtuso, incluso el silencio. Aprendió que es preferible la anomalía de la incerteza, y que si no se sabe, ante la duda, lo mejor es callarse. Entonces se calló.

Cuando Xia subió al baño, pidieron otras dos jarritas de café y él agregó una medialuna salada y se puso a buscar la página 573 del Borges esencial, el ensayo de Jorge Panesi donde indaga sobre los malos entendidos argentinos con Borges, sobre todo, con el peronismo. Al dar vuelta la página 573 algo reverberó entre la hoja del libro, el cristal de la ventana sobre calle Entre Ríos y la espiga lacónica de Xia que descendía por la escalera de hierro. El resplandor lo sobrecogió desde la pollera liviana de seda, como si la siguiera el fluir del agua que habría tocado en la pileta al lavarse las manos, como un brillo del cuerpo de los peces a través de la transparencia de la luz cenital del mediodía y la intermitencia de la piel blanquísima de los muslos finos y una puntilla que semejaba la enagua y un rayo de sol que justo atravesó el vidrio, impactando en los ojos de él y en la página 573 del libro de Xia, de Borges, de Panesi.

-- ¿Esto es una cita? -preguntó ella.

-- Claro -dijo él- página 573... no te olvides de esta página.

A la pregunta anterior de ella, él estaba leyendo y escribiendo en la primera cita. Quizá los dos pensaron que eran un número impar: el número de una pieza de hotel, la de otro film de Won Kar Wai o la de la sala del hospital de un operado de Wipple o de una cirugía de la cabeza, todas esa cifras eternas que tanto le gustaban a Borges.

* * *

Esteban cruza al chino a buscar esas dos o tres cosas sueltas. No lleva bolso, no hace falta. Ha vuelto el consumo que cabe en las manos y a tener que ir a cada rato al súper. Unidades de consumo, de tiempo, de dinero: somos hámsters. Sin embargo, piensa, algo puede salir bien, porque detrás de la caja está ella, está Xia. La ternura fluye, la disculpa es amorosa, ¡qué otra razón más que el deseo empujaría esa confidencia! Algo imperceptible se expande en el ánimo de Esteban. Ser correspondido. ¿Cómo se pasa de un repasador pringoso, de un Hércules a oscuras, de los 300 homicidios narcos, del delta quemado y la garúa, a un arco iris? Haz lo correcto, piensa. De pronto, con la sorpresa, Esteban parece el chino silencioso en la pausa del arrozal y es el que más sonríe. Elige un repasador naranja con unas flores verdes, exageradas. Paga las cinco cosas, atún, Savora, huevos, leche y el trapo. 7350 pesos. ¿Cuánto vale un hámster? ¿Cuánto pesa un Hércules en un país con 20 millones de pobres, 40 % de desocupados y 100 % de inflación anual? Haz lo correcto.

 

Está a punto de salir del local y Xia lo llama mientras busca una bolsa pequeña de nylon oscuro, sin marca, debajo de la caja. Un regalo, dice ella, es una lechuza toba, de barro, gorda, verde, flúo. Preciosa. Maotouying, dice ella. Lechuza dice, maotouying. Es suerte, dice, para tu libro, y escribe lechuza, o más bien lo dibuja en el reverso del ticket de 7.350 pesos: 猫头鹰.
El hámster (¿qué otra cosa es un escritor?), empieza a cruzar la calle y la ternura fluye, se le expande el corazón, huele el repasador donde va envuelta la lechuza y parece pervivir alguna fragancia del cuerpo de Xia o de la niña toba que las vendía ayer en el centro. Pasaron diez minutos pero en algún lugar del mundo debe estar saliendo el sol. Haz lo correcto. ¿Dónde? ¿Dónde sale el sol ahora? En China, donde ya casi es primavera.

Fragmento del libro "El chino de Tablada" editado por Homo Sapiens. Se presenta el sábado 5 de agosto en la Feria del Libro de Rosario.