Una de las cosas medio caídas en el olvido es por qué los españoles fundaron Buenos Aires. Queda como que la fundaron porque eso es lo que hacían los españoles, fundar ciudades. Pero a Buenos Aires no la fundaron por fundarla, o para explotar alguna riqueza o población, o porque a alguno se le caía la baba pensando en esos campos. A Buenos Aires la fundaron como una base naval de uso único, el de impedir que los portugueses controlaran el río de la Plata. En Madrid tenían los mismos mapas que en Lisboa y veían cómo las colonias portuguesas iban bajando al sur.
La primera Buenos Aires fue un desastre, pero la segunda fue organizada por profesionales que sabían lo que hacían. A la fundación de 1580 le siguieron las expediciones poblacionales, mezclas de tropas y civiles, y la fundación de pueblos y ciudades por toda la campaña bonaerense, por entonces llamada porteña. El Riachuelo fue la primera estación naval, Ensenada el primer fuerte de defensa, la Banda Oriental el teatro de casi constantes combates con los portugueses. Al sur la desagradable sorpresa de que los originarios se habían transformado en naciones a caballo, maestros del pingo y la guerra de alta movilidad, y eso que eran supuestamente "salvajes". La única riqueza visible en el territorio era la absurda cantidad de vacas, que encontraron el paraíso pampeano y entre 1536 y 1580 llenaron el horizonte.
Fue así que el imperio español en las Américas, que era fundamentalmente caribeño y volcado al Pacífico, se hizo una ventana al Atlántico. Y le dejó una tradición de guerras de frontera con el imperio portugués a la naciente Argentina, incluyendo la eterna tensión por la Banda Oriental. Apenas terminada la guerra de Independencia caímos en la guerra con el también flamante Imperio del Brasil, que terminó mal para su majestad en los campos de Ituzaingó. Como nota de color, esta guerra no se enseña en los manuales de historia brasileña.
En el único momento en que brasileños y argentinos hacen algo juntos es durante la destrucción del Paraguay. Pero las tensiones asomaron hasta antes del fin de la guerra en 1871, porque los aliados principales se llevaban medio como China y Estados Unidos hoy en día. Brasil, comedidamente, ocupó medio Paraguay e instaló un gobierno títere, mientras su considerable flota mapeaba con cuidado el Paraná. El tardío gobierno de Dom Pedro II, ya casi un anciano, vivía un momento de exhuberancia y expansión, con ganas de expandirse.
Es por eso que en 1874 desembarca en la Isla Martín García un mercachifle italiano, mal vestido y portando una canastona de baratija y pavadas que vendía gritando en un cocoliche incomprensible. El tano gritaba, vendía, caminaba, sudaba en el calorazo del verano y contaba cañones, posiciones fortificadas, radas y muelles. Lo único veraz del personaje era que era napolitano, pero de mercachifle nada: era el ingeniero militar Roberto Armenio, noble menor, garibaldino y veterano del ejército prusiano en la guerra con Francia de 1870, herido y condecorado por su valor en combate.
Armenio estaba estudiando la capacidad militar de la isla, llave del Delta superior, por encargo del gobierno imperial. Hacía menos de un año que se había instalado en Río de Janeiro y se había conchabado como agente multiuso, con el golazo de que el ministro de guerra brasileño, el bien llamado Abilio Guerra Junqueira, le aceptara la idea de preparar un plan de ataque a Argentina. Era un buen momento, calculaban en el Paso Imperial, con la rebelión de López Jordán evitando el control del gobierno nacional en el Litoral y con el Paraguay bajo control propio.
La misión arrancó en enero de 1874 en Montevideo. Armenio, en su primer informe, le sugiere a Guerra Junqueira fortificar la frontera de Río Grande do Sul con Uruguay y preparar una invasión. La primera parte del plan se cumplió, los uruguayos también construyeron sus propios fortines, que hoy se pueden visitar como museos, y la frontera fue caliente hasta fines de siglo. El plan del napolitano recomendaba tomar la Banda Oriental porque la neutralidad uruguaya en la disputa entre las dos potencias favorecía a Argentina, y porque tener bases en Uruguay permitiría controlar el Plata y bloquear Buenos Aires.
Armenio entra en detalles sobre cómo tomar la Martín García, llave de su plan, e insiste en actuar "a la Moltke", el comandante prusiano que bailó a los franceses, y no perder tiempo ni tropas en ocupar territorio. Lo que importaba era Montevideo, los puntos principales del interior y la costa. También recomendaba comprar políticos y caudillos, y ponerse a disposición de López Jordán. El tano no había leído el plan presentado por José Hernández, poeta nacional y jordanista del riñón, que proponía recrear la Liga de los Pueblos Libres haciendo una república litoraleña. Pero Armenio podía leer mapas como el mejor.
El espía agrega en su texto bastante información política argentina, incluyendo la idea de buscar una excusa para ir a la guerra ahora, que las condiciones eran buenas. Hasta se tomaba el trabajo de presentar condiciones de paz para después del triunfo imperial: control por diez años de Martín García, desarme total de Argentina, incluyendo la entrega de los modernos buques encargados por Sarmiento que ni habían llegado al país, una regia indemnización por la molestia y amnistía a los jordanistas.
El siguiente informe lo escribe en Buenos Aires y tiene momentos alucinantes. Armenio cuenta detalles que indican que o la seguridad militar era más que laxa o el italiano era un maestro de la coima. Por ejemplo, le informa a Guerra Junqueira que en el Parque de Artillería de la capital había en total doscientos cañones móviles y de montaña, obuses, piezas costeras y de sitio, más algunas piezas modernas recién importadas de Estados Unidos, y baterías de ametralladoras norteamericanas, inglesas y francesas.
El segundo informe sigue con el mismo lujo de detalle describiendo las defensas sobre el Paraná, en especial el arsenal de Zárate, y proponiendo un ataque sorpresa tipo Normandía, con desembarcos en puntos clave y reemplazo de las autoridades nacionales por seguidores de López Jordán. Nuevamente citando al maestro Moltke, Armenio recomienda ignorar a Buenos Aires y el resto de la campaña bonaerense, y concentrarse en lo que les importaba. Si Argentina no se rendía, el siguiente objetivo era entrar en Corrientes y Entre Ríos para crear los "Estados Entrerrianos" con un gobierno amistoso al Brasil.
Nada de esto ocurrió, por supuesto. Armenio volvió a Río, donde lo felicitaron, le pagaron y no le dieron más bolilla. Paradojas de la vida, terminó trabajando como asesor militar para el gobierno uruguayo. Brasil eventualmente se retiró de Paraguay y se cobró con un buen bocado de su territorio. Dom Pedro II fue derrocado en el golpe militar de 1889 que proclamó la República. Los presidentes Julio Argentino Roca y Manuel Ferraz de Campos Salles se visitaron mutuamente y bajaron la tensión entre ambos países. La visita de Roca, además de un barrio en Leblón con calles con nombres de argentinos, incluyó un regalito, las bellas palmeras imperiales que el argentino, para crear un símbolo, mandó plantar en la Plaza de Mayo.
El Mercosur liquidó estas guerras frías, que sólo siguieron respirando en los tomos oscuros de esa pseudociencia derechista, la geopolítica.