Cuando yo era chica no existían las maratones de series. Había que esperar pacientemente al próximo capítulo. Pero estos tiempos desangelados en los que el consuelo para la soledad es poder salir a comprar, nos permiten repasar en un fin de semana todas las tardes de una infancia. Kung Fu, la serie, me acompañó en el camino sinuoso de la niñez huérfana. Comparto acá algunos retazos de esa educación sentimental.

¿Podría decirse que la historia de une huérfane es igual a la de otre huérfane? No sé. Pero lo que sí sé, es que, contando la historia de un crimen político, se puede contar la historia de cualquier otro. Aquí y en la China.

Kwai Chang Caine, el famoso Pequeño Saltamontes de la serie Kung Fu, presencia el asesinato de sus padres en manos de los militares chinos. Hijo de una china y un ciudadano estadounidense, se queda huérfano de manera abrupta y traumática. Durante semanas hace guardia frente a un templo Shaolin junto a otros niños, esperando ser admitido como discípulo y poder así dejar de vivir en la calle. Más terco o más desesperado que los demás, logra su cometido y pasa su infancia y su juventud bajo el ala de los maestros Po y Kan. Cuando puede ser más rápido que sus maestros, caminar sobre una alfombra de papel de arroz sin dejar marcas y levantar un caldero de 250 kilos ardientes y grabarse así en los antebrazos al dragón y al tigre; le llega el momento de salir del templo y seguir su vida solo. Pero los militares, una vez más, lo dejan huérfano. Esta vez de su maestro. Delante suyo lo ofenden, lo golpean y finalmente lo matan de un disparo. Nuestro héroe, para defenderlo, tira una lanza que da justo en el carruaje donde viajaba el sobrino del emperador. Se convierte así en el hombre más buscado de China y de Estados Unidos, adonde huye con la obsesión de encontrar a su medio hermano a cuestas. Ahí su cabeza vale 10.000 dólares vivo y la mitad muerto.

Hasta ahí los ingredientes para cocinar una serie que tenga filosofía oriental en un escenario de western. Y ya con eso teníamos un montón. El héroe que huye y que su huida lo obliga a una vida solitaria y de relaciones sin futuro es un tópico muy usado. El increíble Hulk es un ejemplo muy recordado, pero hay muchos. Pero en este caso, no se lo busca por un crimen que no cometió, sino por uno que se cometió como un acto de justicia. Él nunca se enorgullece de haber matado, porque “cegar una vida no es un honor para nadie”, pero tampoco busca que su nombre sea reivindicado. No es inocente. Si se me permite el forzamiento de ver en todas partes signos que me hablan (¡aunque cómo ver Rapunzel y no darse cuenta de que es la historia de una niñita apropiada!), eso me recuerda al primer homenaje a mis xadres que se hizo en la Facultad de Humanidades de La Plata.

Era 1995, el año anterior había sido el atentado a la Amia y me había hartado de escuchar en la oficina donde trabajaba que “habían muerto muchos inocentes” porque habían resultado víctimas personas que no eran judías. Cuando me tocó hablar a mí en el acto dije que mis xadres no eran inocentes, que no habían muerto por estar en una agenda o por un error administrativo de los asesinos, que mis xadres habían sido culpables del cargo que se les había imputado: habían querido subvertir el orden de las cosas. Como el protagonista de Kung Fu. Sí, había matado al sobrino del emperador, pero había sido una violencia engendrada por una violencia anterior.

Estas enseñanzas venían en flashbacks cada vez que Kwai Chang Caine en su vida adulta se encontraba frente a una situación que le recordaba su infancia o estaba en un momento de indecisión. Y así, su vida en el templo se resignifica a cada momento como una parte esencial de su vida actual y deja de ser recuerdo para ser materia viva de su presente. Tzvetan Todorov, lingüista y filósofo búlgaro-francés, dice que hay dos tipos de memorias: la memoria literal, que homenajea a las víctimas, hace monumentos, pero no sirve para entender el presente, y la memoria que extrae un exemplum de la tragedia pasada y la utiliza como aprendizaje. A esta segunda memoria la llama justicia. Así funciona la memoria en Kung Fu. Ojalá funcionara así la nuestra.

En un capítulo memorable de la serie, un joven indio lo confunde con un espíritu guía y le pide que le enseñe a ser un hombre. Entonces él se recuerda a sí mismo ante esa pregunta fundamental de la adolescencia y la respuesta de su maestro viene a asistirlo para comprender que tal pregunta no tiene respuesta, sino caminos, tránsitos, pasajes que hay que recorrer.

Niño Caine: --¿Qué es ser un hombre?

Maestro Po: --Es ser uno con el universo.

Niño Caine: --¿Y qué es el universo?

Maestro Po: --Mejor pregunta: ¿Qué no es el universo?

Nuestro héroe no es tonto, pero el pasaje de niño a hombre cuando se es huérfano (o de niña a mujer) es muy difícil, así que insiste.

Niño Caine: --¿Qué es un hijo sin padre y sin madre? --se preguntan tanto el Pequeño Saltamontes como el joven indio que vio cómo el hombre blanco mataba a su padre y secuestraba a su madre.

Maestro Po: --¿No es el hijo el amor del padre y de la madre, y la vida que ellos le dieron y el designio del universo que debe cumplir si va a ser un hombre?

La venganza también es un tema recurrente. Quién, que haya visto o sabido que sus padres han sido asesinados, no piensa en la venganza. En mi caso, intenté hacer un libro para hacer en la ficción lo que la convicción política o la correlación de fuerzas no me permitió hacer en la realidad. Kwai Chang Caine tuvo un maestro.

Maestro Po: --¿No preferirían tus padres que fueras hacia la vida y la luz a que retrocedieras hacia la muerte y la oscuridad?

Niño Caine: --¿Cómo hago para hallar la luz?

Maestro Po: --Yendo hacia la verdad. Yo sólo puedo mostrarte el camino, Saltamontes, tú debes recorrerlo por ti mismo.

Qué hacer con el odio, no supimos ni el Pequeño Saltamontes ni yo. Al menos no durante nuestra infancia.

Pequeño Caine: --Maestro estoy perturbado. El hombre que mató a mis padres ha caído gracias a su arrogancia y sin embargo aún siento rencor dentro de mi corazón.

Maestro Po: --Observa la flor. Cada mañana con la salida del sol se abre en hermoso florecimiento y cada noche se cierra.

Niño Caine: --No entiendo, qué tiene que ver una flor con mi rencor.

Maestro Po: --Todo. El rencor te busca y como una flor te abres a él. Eso pasó hace mucho tiempo, ¿no es así?

Niño Caine: --¿Y no debo hacer nada, permanecer quieto?

Maestro Po: --El agua quieta es como el cristal, tiene un nivel perfecto y parece un espejo. El corazón de un hombre sabio es tranquilo y nivelado, por eso es el espejo del cielo y de la tierra, el cristal de todo. Sé cómo el agua quieta, mira dentro de ella y vete a ti mismo.

Tal vez para entender el Tao hacía falta algo más que tomar nota mental de las enseñanzas del maestro Po frente a la tele. Pero a mí me llevó mucho más que contemplación saber qué hacer con el rencor. Nunca me convertí en un ser tranquilo como el agua quieta, sin embargo.

Kwai Chang Caine siempre peleó --aun a condición de que su peregrinaje fuera solitario--, por los desvalidos del mundo. Los indios, los pobres, los chinos a los que los colonos les pagaban 75 centavos por día para que construyeran las redes de ferrocarriles, las mujeres, los niños. No podía más que ser el héroe de varias generaciones. Porque en cada afrenta él siempre salía fortalecido y, sin ser maestro ciruela enseñaba, por donde pasaba era recordado por cómo había modificado el estado de las cosas.

Nunca tuvo novia en las tres temporadas, aunque un par de veces tuvo ganas. Jamás probó un pedazo de carne y la única vez que montó a caballo le pidió disculpas por cargarlo con su peso. Un ser de otro planeta, pero que siempre se mostraba humilde. “Soy sólo un hombre, un hombre cualquiera”, repetía. Un hombre común haciendo cosas extraordinarias, como dijo alguien de los mártires de los '70.

Como último regalito, una hermosa lección de las razones por las cuales vale la pena ocuparse de los locos de nuestra comunidad.

En el templo hay un paranoico que se siente perseguido por los monjes y por las sombras de su habitación. Está desesperado porque no puede descansar. El maestro Kan le da una medicina para que duerma y le propone que una vez que despierte se sienten a conversar. El pequeño Kwai Chang Caine queda muy asustado y le pregunta a su maestro qué le pasaba a ese hombre.

Maestro Kan: --Fue condenado a vagar por una tierra donde no existen caminos y tampoco señales.

Kwai Chang: --¿No deberíamos encerrarle en su habitación?

Maestro Kan: --¿E impedirle que termine su viaje? Si logra atravesar esa tierra sin caminos ni señales encontrará la paz, la respuesta, la cura. Y mientras podamos, debemos viajar con él y ofrecerle ayuda a lo largo de su camino.

Kwai Chang: --Pero ¿cómo? No hay camino ni señales tampoco.

Maestro Kan: --Pero hay pasos, los de él y los nuestros, y los haremos juntos. Ese es nuestro deber con todos los que están marcados igual que él.

Kwai Chang: --Entonces espero jamás tropezar con nadie así.

 

Maestro Kan: --Frecuentemente el que vaga por tierra sin camino termina por hallar lo que busca y más, a veces algo de gran valor para el que comparte su viaje. ¿Te arriesgarías a perder tal beneficio?