Querida lector, querido lectora: permítame usted comenzar esta columna haciendo un poco de historia, ¿sí? ¡Muchas gracias!
Bien, recuerdo la sorpresa de escuchar, o leer, en los tiempos del Mayo Francés –fines de la década del 60–, aquella frase de “la imaginación al poder", como expresión de rebeldía e, incluso, o sobre todo, del deseo de que “lo que ahora está en la imaginación pueda alguna vez volverse realidad”. Esto implicaba, a la vez, saber que aquello que se deseaba/imaginaba no estaba todavía en la realidad.
Por esos tiempos, era yo un ferviente lector de revistas de historietas, esas que se llamaban “las mejicanas”, porque las publicaba la editorial Novaro. Por ahí circulaban Súperman, Batman, Flash, y tantos otros personajes de la DC (Detective Comics). Y, algunas veces, la “aventura” comenzaba con una extraña alerta/advertencia: “Una historia imaginaria”.
A decir verdad, a mí, esa aclaración me “des-aclaraba”. ¿Qué quería decir que esa historieta de Súperman/ Batman fuera “una aventura imaginaria”? ¿Que las demás eran “reales”? Yo era un niño/preadolescente y fiel seguidor de todos esos personajes, pero jamás pensaba que me podría encontrar con Batman haciendo la cola de la panadería, o que un día vendría Súperman a mi escuela a darnos una clase sobre la economía en Krypton. Mucho después entendí que los autores decían “imaginaria” cuando la historia iba más allá del paradigma: por ejemplo, Súperman moría, pero luego podía seguir vivo en el próximo número de la revista, porque lo que había pasado era “imaginario”. Si a usted le cuesta entenderlo, imagínese lo que me costaba a mí, que tenía 11 años.
Pasaron lustros, décadas, y ahora podemos decir, no sin horrorizarnos levemente, que lo imaginario (no la imaginación) ha triunfado y ha llegado al poder.
Aunque suene contradictorio, es cierto: lo imaginario es casi lo contrario de la imaginación. Porque donde hay imaginación, hay deseo, hay un “cómo me gustaría tener alas, pero sé que no las tengo”. Lo imaginario, en cambio, cuando llega al poder, reemplaza a la realidad, y no necesito desear tener alas, porque ya las tengo con solo pensar que las tengo. ¡Y ni se les ocurra decir que no las tengo, porque he logrado convencer –no a la sociedad, pero sí a los que hacía falta convencer– de que sí las tengo!
Aquel cuento de Andersen en el que solamente un niño era capaz de advertir “¡el rey está desnudo!” se ha vuelto cruelmente verosímil y, ahora, a ese niño lo llevarían a una terapia –si tiene suerte–, o lo tildarían de “inadaptado” o vaya uno a saber qué (aunque por ahí zafa haciéndose humorista).
Con “lo imaginario en el poder” los poderosos no necesitan convencer al resto de la humanidad mediante argumentos veraces. Basta con sostenerlos mínimamente y proyectarlos en una buena pantalla social. Los medios poderosos los van repitiendo, y terminamos “viendo” ese hermoso traje que los mercaderes le prometieron al rey pero jamás confeccionaron. Y a quien no lo vea…, ¡exclusión, represión o destrucción! Esta última palabra, llamativamente repetida por los candidatos de recontraultraderecha antepuesta a "del kirchnerismo".
“Lo querés, lo tenés”, no necesitás desearlo. Y si falla, no importa, para eso está el olvido. Lapatriciaeselotro, por ejemplo, se sintió Mascherano en la semifinal del 2014 cuando le dijo a su inflada precandidata santafesina: “Hoy te convertís en heroína” (quiero pensar que se refería a una condición más digna de un cómic que al alcaloide homónimo). Que luego eso no ocurriese “ni de lejos”, no le movió el lilitómetro (aparato que mide la falsedad de un dicho) ni un ápice.
Si nos atenemos a algunos conceptos de Freud, los neuróticos son quienes desean, porque la realidad les marca que no lo tienen todo, y de alguna manera hay que negociar con ella. Los psicópatas ("perversos", según la categoría freudiana) reniegan de ella (“la realidad no los deja a los demás, pero a mí, sí"), y los psicóticos la niegan y chau. ¡Imaginario puro!
En el psicoanálisis “lo imaginario” es uno de los tres registros que establece Jacques Lacan (los otros dos son “lo real” y “lo simbólico” ) y, a grandes rasgos –pido perdón a los psicoanalistas por tratar de explicar en un párrafo lo que es realmente muuuuy complejo–, lo imaginario es "lo que invierte y distorsiona el discurso del Otro. Lo imaginario tiene sobre el sujeto un poder seductor basado en el efecto cuasihipnótico de la imagen especular; arraiga en la relación del sujeto con su propio cuerpo (con la imagen de este). Pero esa seducción también aprisiona al sujeto (lo sujeta) en fijaciones estáticas"*.
Y quienes digan que todo esto no tiene que ver con la política, están mirando otro canal.
*Fragmentos de un texto de Jorge Grippo, “Imaginario”, en Psiconotas, 2012.
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video (estreno) “El Massa”, de Rudy-Sanz: