La ola de calor perjudica, principalmente, al sur de Europa, el norte de África, el oeste de Estados Unidos y parte de Asia. China trepó a los 52 grados de temperatura, regiones de Italia, acostumbradas al sol pero no tanto, a los 46. Francia y España hicieron lo propio superando los 40 y 45 respectivamente. Grecia, Turquía y Croacia, a su turno, también registraron días con temperaturas inusitadas. Aunque Irán fue noticia al reportar 66.7 grados de sensación térmica y Arabia Saudita figura en los medios como la nación que domina el podio con sus 81 grados en 2003, lo cierto es que se trata de datos desestimados por todos los organismos meteorológicos del mundo por estar mal medidos. De cualquier manera, es difícil negar que los 8 mil millones de terrícolas deberán adaptarse a la nueva normalidad: el mismísimo infierno está en la Tierra.
El principal costo lo paga la salud de los grupos más vulnerables: según una investigación difundida en Nature Medicine, en 2022 fallecieron 61 mil personas por los efectos del calor en Europa. Hacia 2040, si se realizan las proyecciones del caso, esa cifra podría escalar a 94 mil. Un futuro que nadie desea.
“Desde principios de junio hasta la fecha, se fueron superando los promedios históricos de temperatura global. Este dato se mide en torno a lo que sucedió entre 1979 y el 2000. Hay muchísimas ciudades del mundo que a nivel nacional han quebrado sus propios records. Sorprende lo de África, con Malí, Senegal, Mauritania, Gambia y Níger a la cabeza”, detalla Inés Camilloni, investigadora del Conicet en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA). La referencia es para la temperatura promedio del mundo, que registró un nuevo record y trepó a los 17.18 grados. Las cifras sirven de sustento para comprender cómo, en la práctica, se afronta un agobio que no da respiro. El bochorno que genera una noche calurosa, seguida de un día que apabulla más que el anterior. Un hastío que no deja pensar y perturba hasta las mentes más equilibradas.
Con el optimismo derretido
“Las olas de calor están siendo mucho más recurrentes en los últimos años, situación que está asociada al cambio climático. De hecho, hay investigaciones que señalan que se podría superar ese 1.5° C este año”, comenta Cindy Fernández, la vocera del Servicio Meteorológico Nacional, y se refiere a los umbrales de incremento de temperatura (con respeto a la revolución industrial) que se fijaron cómo límite en el Acuerdo de París.
“En general, cuando se reportan máximas que nunca se habían registrado la primera sospecha tiene que ver con un origen vinculado al cambio climático. Todo lo que muestran las simulaciones es que en un contexto como en el que estamos, con más dióxido de carbono en la atmósfera, los eventos de calor no solo son más frecuentes sino más severos”, destaca Camilloni. Y continúa: “Aún restan los estudios científicos para poder certificar esto. Se realizan una vez que las olas de calor culminan. Son conocidos como estudios de atribución”. Solo de esta manera, a partir de evidencia científica concreta, es posible afirmar que las olas de calor tienen su origen en el cambio climático y el calentamiento global ocasionado por las acciones humanas. Aunque, en rigor de verdad, la hipótesis es robusta: cualquier científico en sus cabales apostaría por esta relación.
El cambio climático pone a la humanidad en situaciones nunca antes advertidas. Como producto del calentamiento global, la premisa es de público conocimiento: los calores y fríos, las sequías y las inundaciones se vuelven cada vez más recurrentes, intensas y extremas. Las acciones humanas --puntualmente, las emisiones de gases de efecto invernadero-- han llevado al planeta a un escenario que produce vértigo. El objetivo de sostener el incremento de la temperatura 1.5° C se deshace en la imaginación de los más optimistas, al ritmo en que se derriten las personas en las diferentes latitudes del globo.
Algunos sostienen que el fenómeno El Niño también podría tener su parte: se trata de un patrón meteorológico que incrementa las temperaturas en el Océano Pacífico y, como resultado, provoca el aumento de las probabilidades de sequías e inundaciones según las regiones del planeta. Sin embargo, las especialistas consultadas desestiman esta opción. “No sabemos si es producto de El Niño, pero lo cierto es que este fenómeno todavía no está presente. Aunque se está calentando el agua del océano, aún no está clara su influencia”, dice Fernández. Y Camilloni apunta en la misma línea: “El Niño recién está empezando a desarrollarse. Lo que sí podemos esperar es que el fenómeno contribuya a que la temperatura de 2023 esté por encima de lo normal, en la medida en que es un fenómeno de la variabilidad natural que contribuye a calentar el planeta”.
De acuerdo a los datos recopilados por el Observatorio Europeo de la Sequía (OED), el 42 por ciento del territorio que corresponde a la Unión Europea se halla en alerta ámbar. Ello quiere decir que por la falta de precipitaciones el suelo se ha secado; mientras que otro 4 por ciento está en alerta roja, que implica que los cultivos ya están sufriendo las consecuencias. Como resultado, aumenta el riesgo de incendios forestales. Así es como, en un ecosistema que presume áreas autónomas pero concatenadas, una crisis atrae a la siguiente.
¿Punto de no retorno?
No hace falta subrayar que este escenario delimita condiciones intolerables para la vida en el planeta. Incendios forestales, cortes de luz por una demanda que desborda la oferta, suspensión de actividades, problemas de salud, conflictos para los ecosistemas y el propio abastecimiento de agua. Hacer fila para acceder al agua potable no es solo una situación que viven los uruguayos, de hecho, hay varios países (como Irán en el presente, o Brasil y Sudáfrica en 2015) que enfrentan crisis hídricas. Si las condiciones de vida no están garantizadas, podrían producirse migraciones forzadas a sitios más amables.
El interrogante, entonces, emerge con fuerza: ¿hay que resignarse frente a una situación que se observa como un punto de no retorno? Las respuestas dependen de quien las enuncie. Para Camilloni, “hay que implementar las medidas necesarias para que esto no siga empeorando hasta lograr estabilizar la temperatura del planeta. No estamos en ese punto de no retorno, en tanto y en cuanto comencemos a realizar la transición energética y nos corramos del uso intensivo de los combustibles fósiles. Es una señal de alerta que indica la urgencia”.
Por otra parte, quizás menos optimista, Fernández sostiene: “No queda otra que adaptarnos a esto. Ya estamos sintiendo los efectos del cambio climático, es una realidad. Hay estudios y se sabe que existen ciertos ecosistemas que han llegado a un punto de no retorno. Estamos asistiendo a extinciones de animales y plantas que pueden asociarse al calentamiento global de esta época”.
En este marco, la OMS y la OMM (Organización Meteorológica Mundial), anunciaron la puesta en marcha de un sistema de alertas tempranas. De esta manera, ambos organismos buscan utilizar la tecnología para identificar de la forma más rápida posible a todos los individuos que componen los grupos poblacionales más vulnerables. La referencia es para aquellas personas con enfermedades cardiovasculares y respiratorias, mujeres embarazadas, niños y niñas, adultos mayores, así como también individuos en situación de calle.
Para evitar los golpes de calor (que incluyen síntomas como mareos, náuseas, desmayos, dolores de cabeza y cuerpo, sudoración intensa), las carteras sanitarias de las naciones incluyen recomendaciones: tomar abundante agua y comer liviano, procurar estar a la sombra y utilizar ropa holgada, constituyen algunas que se establecen como denominadores comunes.
En el hemisferio sur el calor extremo no llegó, pero --vaya paradoja-- el recuerdo del verano pasado todavía permanece fresco.