I
He publicado, casi sin darme cuenta, una modesta pero visible cantidad de libros referidos a las memorias de la represión dictatorial. He dado charlas en escuelas de mi provincia y también en universidades de Sudamérica. Fui invitado a distintos congresos y también consultado en juicios por crímenes de lesa humanidad.
Cuando publiqué el primer libro (Con vida los llevaron: Memorias de madres y familiares de detenidos-desaparecidos de San Salvador de Jujuy, Argentina), en el 2004, me cansé de contestar la misma cuestión: “¿Por qué escribe usted sobre la dictadura? ¿Acaso tiene un familiar desaparecido?” De tanto responder, escribí un artículo que figura como epílogo en las reediciones de aquel libro (“Memoria de unas memorias”). Después, un reducido pero tenaz grupo de lectores me hicieron el aguante con otros libros. En los últimos años, aquella interrogación inicial fue reemplazada por otra: “¿Por qué insiste en abrir las heridas del pasado?”. Mi respuesta fue más escueta y contundente: “¿Quién dijo que esas heridas fueron cerradas?".
Me explayo sobre la cuestión. Las heridas que dejó la última dictadura no se reducen a la nómina de personas desaparecidas, a la cantidad de nietxs que fueron apropiadxs como un botín de guerra, los cuerpos mutilados que lograron sobrevivir, en fin, la sangre derramada que llegó al río, al cerro y a tantos chupaderos.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner comenzó a desarrollarse una fuerte política de memorias, en contraposición a las políticas de olvido que promovieron Carlos Menen, en mayor medida, y Antonio De la Rúa, el presidente que escapó en un helicóptero dejando decenas de muertos frente a la Casa Rosada. El canal Encuentro difundió historias, testimonios y aparecieron muchas publicaciones que me hicieron pensar que la tarea de rememorar (en mi caso, al menos) ya estaba concluida. No fue así.
No bien asumió Mauricio Macri en la presidencia, diputados de la colación gobernante posaron con un mensaje que adelantaba la política de revancha que estaba por comenzar: “Nunca más el curro de los DDHH”. Al poco tiempo, Gerardo Morales -el flamante gobernador- ordenó la detención de Milagro Sala, después, frente a numerosos reclamos (rectores de universidades nacionales, Adolfo Pérez Esquivel, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el Centro de Asuntos Legales y Sociales, personalidades de la cultura y la lista sigue), afirmó que él la había puesto en la cárcel y que no pensaba liberarla (nótese el abuso de la primera persona que se olvida de la separación de poderes del Estado.
En sus primeros días, cuando la organización barrial acampó en la Plaza Belgrano, el ministro de Seguridad Ekel Meyer, en un gesto de bondad, expresó que (para desocupar la plaza): “Si es necesario usar la fuerza, no usaremos armas letales”. Como se ve, la bondad de estos funcionarios es letal. Por esos días, Morales enunció, grandilocuentemente, “Recuperamos la paz”, frase que se parece peligrosamente al título de la propaganda dictatorial de 1977: “Ganamos la paz” (documental que puede verse en el canal Encuentro).
II
El 19 de julio, acompañé a investigadoras de problemáticas referidas a violaciones de los DDHH (una de Córdoba y otra de Jerusalén) al cruce de las rutas 9 y 52, cerca del puesto de gendarmería. Ellas, como tantxs investigadores, no dejan de sorprenderse por la irrupción de políticos que expresan ideologías autoritarias; por lo tanto, querían conocer de primera mano como era el sentir de las comunidades.
Cuando llegamos al lugar, había pocas personas porque la mayoría estaba en una asamblea. Estaba un reducido grupo que cocinaba, que informaba a turistas que llegaban a preguntar el horario que se habilita el paso (desde hace varios días, la ruta queda liberada cada tres horas indefectiblemente) y una anciana, junto a un joven, cuidaban el fuego que estaba en el centro de un círculo que tenía piedras sobrepuestas para sentarse. Una maestra amiga nos presentó, nos invitaron a realizar una pequeña ceremonia con el fuego: lo alimentamos con frutos de molle, coca, galletas dulces y un poco de alcohol. Contamos los que hacíamos y el interés que despertaba la organización de las comunidades. Así, nos enteramos de sus historias personales, de la rica tradición de lucha -en especial, de las mujeres- que existe desde hace más de quinientos años de resistencia y la claridad que tienen de sus saberes y también de la constitución nacional y la reforma de la provincial que hizo Morales y sus adláteres.
Los kollas saben leer y lo hacen muy bien. Algunos tienen problemas de escrituras (en plural) porque el gobierno provincial no le reconoce la propiedad comunitaria de sus tierras. Saben resistir porque han creado comunidades de memorias que dialogan alrededor de un fuego central y se transmiten historia de luchas, en muchos casos son historias de derrotas, pero siempre son historias que enseñan a tomar decisiones en este presente.
En medio de nuestra charla, un grupo de personas que son parte de la administración gubernamental se acercaron. El más alto dijo que era el secretario de Turismo y quería dialogar con nosotros. La mujer que nos había invitado a sentarnos respondió que espere más allá, que estábamos ocupados, tal vez recordando tantas veces que tuvo que esperar en alguna oficina pública. Un integrante de ese grupo nos empezó a filmar, como quien registra un hecho vandálico para después aplicar un escáner que identifique rostros (no es ningún delirio, es el método con el “justificaron” la detención de un docente universitario).
Cuando terminó nuestra charla, reconocí a un par de estudiantes de una materia que dicto en la carrera de Gestión Ambiental, en Abra Pampa. Estaba con su pareja y el bebé de ambos. Me dijeron que conocieron el amor en la universidad y que, en esta lucha, terminaron de entender algunos términos aparentemente abstractos: los ideales, la libertad, el poder, la autodeterminación y el tema que más les pegó (literalmente): Filosofía a martillazos. Confieso que nunca pensé que lo que hablaba en clases podía tener una aplicación tan efectiva. Una tecnologización del discurso dice el investigador Teun van Dijck.
Enseguida vi que mis acompañantes estaban escuchando lo que decía Diego Valdecantos, el secretario de Turismo de la provincia. Ya conocía su discurso: la cantidad de dinero que pierden los empresarios hoteleros, gastronómicos y otros por los cortes de ruta. Una maestra empezó a filmar al hombre que no paraba de filmar y estaba a las órdenes de Valdecantos. Alguien de las comunidades expresó una disconformidad y fue interrumpido por otro hombre del poder: “No podés venir a decir cómo son las cosas. No sabés más que yo. Soy el comisionado”.
No soporto el abuso del poder. Quizás porque es uno de los temas que enseño y porque, unos minutos antes, un par de estudiantes me lo recordaron. Le pregunté algo y, en el acto, quedamos frente a frente con Valdecantos. Le hice preguntas y el intentó retrucarme con otras historias. Volví a preguntar y las respuestas del funcionario de Turismo llegaron mezcladas con intervenciones de Humberto López, intendente electo de Purmamarca. Les pedí que contesten de a uno. Le pregunté al secretario si había escuchado la entrevista que dio Federico Posadas, en la entrevista que le hizo Guillermo Jenefes, en el canal local, el lunes pasado.
-Por supuesto que sí.
-Entonces, ¿cómo explica lo que dijo Posadas: que esta carpa es de Montoneros? ¿Acaso ve una tacuara cruzada con un fusil, como era la gráfica de aquella organización?
Él me contestó que lo dice toda la gente. Que todo el mundo sabe que, en ese lugar, estuvo gente del gobierno nacional y de la izquierda. Un muchacho (el que había sido interrumpido por el comisionado) recordó que aún permanecían varios hermanos detenidos en Humahuaca. La respuesta fue fulminante como toda vez que sale algo del inconsciente:
-Algo habrán hecho.
Prendí la cámara de mi celular y le dije si se animaba a repetir esa fatídica frase (era la justificación que los propagandistas de la dictadura habían instrumentado para instalar el terror). Él intentó zafar: me preguntó si todo los que estaban ahí eran integrantes de pueblos originarios (seguramente vio los rostros de las investigadoras que estaban en el lugar). Le retruqué que yo era periodista, que hago preguntas y que él es funcionario público y si puede dar su nombre y volver a repetir la frase.
Sin inmutarse dijo su nombre y repitió la frase por la que tanta sangre fue derramada.
III
En el viaje de regreso, las investigadoras y la maestra destacaron la importancia de la organización de las comunidades de pueblos originarios. Me animé a decir que varios jóvenes que participan activamente son hijos de comuneres y también excelentes estudiantes, como los que encontré hoy. Coincidimos que tenemos mucho que aprender de esos saberes que vienen con la transmisión oral y que podemos aportar nuestras tecnologías discursivas para reconocer a funcionarios que no solamente hablan como políticos autoritarios, son políticos autoritarios.
*Escritor y docente en la UNJu. Su último libro es Tejer con hilos rotos: Política, imágenes, DDHH y represión en cuarenta años de democracia.