El Día Internacional del Trabajo Doméstico fue proclamado durante el Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en 1983. Desde entonces, se celebra anualmente cada 22 de julio con el propósito de enaltecer la encomiable labor desempeñada por las mujeres en los hogares.
Cuatro décadas tras esa relevante declaración, resulta pertinente abordar cuestiones que suelen quedar relegadas en el discurso cuando se trata del trabajo doméstico. Si bien diversas corrientes feministas han ahondado en la división sexual de este trabajo, se ha prestado escasa atención a la división racial que se instauró a partir del siglo XV, durante la invasión de América y la trata transatlántica de personas esclavizadas.
El abordaje predominante en el feminismo se ha centrado en exigir el reconocimiento económico de la labor doméstica, valorándola como una contribución esencial. La escritora italiana Silvia Federici afirma que esta comprensión fue fundamental para el movimiento de liberación femenina, pues brindó la posibilidad de rebelarse contra el trabajo doméstico sin temor a desestabilizar las comunidades, al considerar que este tipo de labor encarcela tanto a las productoras como a las personas reproducidas. Sin embargo, vale preguntarse de qué mujeres habla Federici. Los feminismos negros cuestionan la visión racista y clasista que sustenta tal enfoque. Siguiendo a la intelectual afroestadounidense bell hooks, las mujeres blancas se emancipan del trabajo doméstico para profesionalizarse, al igual que los hombres blancos; no obstante, esta liberación no se extiende a las mujeres afrodescendientes, quienes históricamente han trabajado fuera del hogar como fuerza laboral en las calles y las casas de personas blancas (como herencia histórica de la esclavitud). La autora afrobrasileña Sueli Carneiro destaca que obviar la centralidad de la cuestión racial en las jerarquías de género y universalizar problemáticas particulares como si fueran aplicables a todas las mujeres, sin considerar las dinámicas de dominación y explotación que históricamente han recaído sobre las mujeres racializadas desde la época de la invasión hasta la actualidad, es fallar en el diagnóstico de un movimiento que se supone liberador. Los límites de la sororidad quedan expuestos.
En Argentina, hace tan solo una década, y gracias a la incansable lucha sindical de las trabajadoras de casas particulares, el Estado finalmente las reconoció legalmente como tales en mayo de 2013. Mediante la promulgación de la Ley N° 26.844 "Servicio doméstico - Régimen especial de contrato de trabajo para el personal de casas particulares”, se les otorgó derechos laborales fundamentales. Si bien la relación entre el cuidado y el trabajo doméstico es inseparable, es menester volver sobre esta realidad general, lamentablemente silenciada. ¿Quiénes son las principales empleadas de casas particulares? ¡Las mujeres! Diría Federici. Pero ¿qué mujeres? ¿Qué mujeres se dedican, principalmente, a limpiar casas ajenas? No todas las mujeres. Aunque se evita discutirlo lo suficiente, son mujeres pobres, indígenas, negras. En su artículo "Ennegrecer el Feminismo", Sueli Carneiro detalla que estas mujeres en el pasado sirvieron a señoritas vulnerables y a caballeros insensatos, mientras que en la actualidad son empleadas domésticas de mujeres liberadas. Al hablar de romper con el mito de “la reina del hogar”, de “la musa adorada” por los poetas, ¿a qué mujeres nos referimos? Las mujeres negras forman parte de un contingente de mujeres que no son reinas de nada, nos advierte Carneiro, son retratadas como las anti-musas de la sociedad brasileña, debido a que el modelo estético femenino se ha centrado en la mujer blanca. La realidad argentina indica que lo mismo vale para nuestra sociedad.
Cuando hablamos del racismo que existe en el ámbito del empleo doméstico no hay metáfora y sobran acontecimientos para enumerar. Se destaca, en los últimos años, el primer piquete en Nordelta de noviembre de 2018, donde alrededor de 100 trabajadoras de casas particulares bloquearon el paso de vehículos en la intersección entre la avenida Nordelta y la ruta 197. Las trabajadoras denunciaban haber sido discriminadas por los vecinos de la ciudad-pueblo. Habitantes y empleadores del megaemprendimiento ubicado en Tigre presentaron firmas a Mary Go, la empresa de combis, para no viajar junto a ellas, como en el apartheid sudafricano o en el segregacionismo estadounidense de principios del siglo XX y sin ningún reparo expresaron sus argumentos racistas en los medios (que ellas tenían "un mal olor", "hablaban guaraní" y "gritaban") para justificar su negativa a permitirles el acceso al viaje. Las mujeres aseguraron que debían esperar combis destinadas especialmente para ellas, con frecuencia de más de 40 minutos y que llegaban atestados.
Adoptar un enfoque interseccional al abordar el trabajo doméstico y, aún más, al tratar el tema del cuidado resulta imprescindible. Es hora de reconocer la centralidad de la raza y las desventajas históricas de las personas racializadas. Los feminismos que no lo hagan no podrán llamarse liberadores sin incurrir en la hipocresía.
*Afroargentina, activista antirracista y militante del campo nacional y popular.