”Derecho al futuro”. ”Tierra de nadie”. “Yo nací y crecí en Lanús”. Cada candidato o precandidato a gobernador repite ciertas narrativas, con el objetivo de instalarlas e instalar, con ellas, una cierta mirada de lo bonaerense. No cualquiera sino la que, según su equipo de campaña, es la que más lo favorece. Las mencionadas corresponden a los tres con mayor intención de voto, por orden decreciente.
¿Qué recorte establece cada uno, con qué objetivo y qué destinatario? Desde antes del inicio de la campaña —empezar antes es, de por sí, un acierto—, el gobernador machaca con la disyuntiva “derecha o derechos”, una idea que delimita claramente dos campos políticos y simbólicos: “la derecha” que, siempre según Kicillof, “tiene muchos candidatos pero un solo plan que es restringir derechos” y el gobierno que él encabeza, que trabaja para ampliar y efectivizarlos. La idea cierra con el remate “derecho al futuro”, con sus dos lecturas posibles: el derecho de los ciudadanos al porvenir y el viaje hacia ese futuro, derecho, sin escalas ni demoras. Pero, ¿cuál sería la demora? El gobernador lo dice cada vez con mayor frecuencia porque sabe que la comparación lo favorece: otro gobierno como el de Vidal.
Dos de los tópicos más recurrentes de la campaña son la educación y la inseguridad. Si las decisiones de voto fueran de carácter estrictamente racional, es probable que la elección estuviera ya resuelta. Kicillof repite cierto dato como un mantra: 140 a 60. Es el número de escuelas que construyó una gestión que no terminó todavía, con dos años de pandemia, frente a otra de cuatro años sin sucesos extraordinarios. También hay indicadores que confirman la baja sostenida de la tasa de homicidios en los últimos años. Pero votar no se parece a comparar datos en una planilla de cálculo, sino a escuchar relatos, casi como en una feria, y sentirse atraído por uno u otro. En síntesis, la narrativa “derecho al futuro” permite entrever una provincia vivible, viable, deseable, que da un paso por día en la dirección de los sueños y proyectos de sus habitantes. No es un "catch all", porque el contexto de polarización no lo permite, pero se le parece. Es un discurso que "abre", que interpela más allá de los propios.
El relato que Diego Santilli comenzó a esbozar en las últimas semanas, parece mirar sólo hacia la derecha, tal vez preocupado por el arrastre que Patricia Bullrich podría generar sobre la boleta de su rival, Néstor Grindetti.
Por un lado, promete garantizar mayor cantidad de días de clase por año, porque la educación “dejará de ser rehén de los gremios kirchneristas”. Es una afirmación que probablemente apruebe su núcleo duro, cuyo sesgo cognitivo lo hace olvidar —o ignorar— que esta gestión logró cerrar las paritarias y comenzar el ciclo lectivo a tiempo en cada uno de los cuatro años comprendidos entre 2020 y 2023.
Vidal, referencia inevitable a la hora de imaginar un posible gobierno de Santilli, ostenta el récord inverso. Entre 2016 y 2019, producto de su política antisindical, las clases siempre empezaron tarde. La escuela fue territorio de disputas y tensiones de toda clase que le complicaron la vida a las familias y la comunidad educativa en general. Para quienes lo escuchen con menos carga ideológica, por ejemplo, los votos blandos, la afirmación no pasa un chequeo del VAR.
Sin embargo, su discurso tiene otro problema. “Los sindicatos kirchneristas” son, para el aspirante larretista, apenas una de las mafias que se adueñaron de la provincia para convertirla en “tierra de nadie”. Para la mayoría de los bonaerenses, indican los sondeos de opinión, la prioridad es resolver la inflación. Para otra porción, sensiblemente menor, el problema central es la inseguridad. Pero, aún para quienes reconocen un problema de inseguridad, ese no es el rasgo distintivo de la provincia con el cual debería ser asociada o reconocida.
La idea casi excluyente de la provincia como “tierra de nadie” es un concepto repetido por los medios de origen porteño y alcance nacional, tal vez aceptado entre los propios porteños, que no tienen casi experiencias personales sobre el tema para confrontar con ese discurso. Pero aún los bonaerenses que miran a su alrededor antes de sacar el teléfono celular o por las noches no frenan en ciertos semáforos, tienen otro relato y otra percepción de la provincia, mucho más rico y diverso.
Que Santilli sea porteño no es necesariamente un problema, como no lo fue para Kicillof, Vidal o Scioli. El problema es que él se ocupe de exponerlo de manera involuntaria. Tanto, que generó la respuesta en su rival inmediato, Néstor Grindetti. “Yo nací y me crié en Lanús”. Si la provincia es, como comparten ambos campamentos del Pro, básicamente un problema de inseguridad, “un potro mal domado”, diría el tango, ¿quién estará en mejores condiciones de amansarlo, según quiere deslizar Grindetti? ¿Una astilla del mismo palo o un porteño?
La marca de origen que Grindetti exhibe se potencia al lado de Bullrich, que resalta la presunta determinación y la supuesta templanza adquirida a través de experiencias duras. El de Lanús aún no sacó a relucir su carta de “self made man”, que entró a SOCMA como cadete e hizo su carrera sin apoyos ni padrinos y que contrasta con el punto de partida del “Colo”, hijo de un alto funcionario de Carlos Menem. ¿Lo hará? ¿O priorizará la relación post PASO?