Hace rato que tengo ganas de escribir acerca de un tema que me preocupa muchísimo y que se empezó a plantear finalmente en la agenda pública a partir de que algunxs referentes tomaron la iniciativa de blanquear su situación de salud mental sin eufemismos. Me refiero a la ansiedad y a la angustia con que vivimos actualmente muchas personas.
Diferentes cantantes como Alejandro Sanz, Tini Stoessel, Lali, La Joaqui, incluso influencers como La Chepi o Emily Lucios hablaron públicamente de crisis que atravesaron para desmontar algunos mitos. Gracias a su llegada, propinaron una discusión sobre un tema súper tabú e importante, que abarca desde la presión a la que son sometidxs por managers, empresas musicales hasta el mandato que generan los medios con sus estándares de belleza hegemónica. Todas estas presiones son exacerbadas en las redes sociales y cada vez son más los estudios que afirman lo dañinas que son para la psiquis.
Las redes y el esquema de bombardeo constante de información se apoderaron de nuestras vidas: nos formatearon. Estamos todxs pendientes de un like, de un view, que es tomado como prueba de aceptación social. Vivimos cada vez más en lo inmediato que no podemos esperar a que termine lo que estamos consumiendo, que ya ponemos nuestro dedo índice casi en automático, buscando, buscando y buscando lo próximo. No sabemos bien qué es lo que queremos hallar, quizá solo calmar el mismo nerviosismo que nos provoca ese gesto tan adictivo.
¿Ustedes son conscientes de la ansiedad que manejamos? Esta semana, navegando con el celular llegué a un filtro que nos muestra cómo seríamos a los 70 años. Obviamente lo quise probar y les voy a confesar que me quedé impresionada por lo que está pasado con la inteligencia artificial (ese asunto lo dejo para otra columna). Fue raro, me dio mucha angustia; todo el día me quedé con una sensación extraña en el pecho y después de unas horas, pude descifrar que tenía que ver con el paso del tiempo. Lo hemos hablado en otra columna y a pesar de la deconstrucción y de intentar desarmar el imaginario negativo que se creó alrededor de la vejez en los últimos años, no pude esquivarlo. Por suerte, el jueves tenía mi cita con mi terapeuta (creo que se le cayó la oreja).
Es extrema la aceleración con que estamos viviendo los seres humanos. Es tanta que necesitamos escuchar los audios de WhatsApp duplicando la velocidad de reproducción, hacer maratón de series para conocer el final, usar un efecto para ver cómo se mueve la foto de un familiar que ya no está o crear su voz. Y como nada es suficiente, necesitamos inventar un filtro para ver cómo vamos a ser cuando envejezcamos. Es una ansiedad tan grande que nos hace estar tan desconectadxs del presente y siempre pendientes del futuro que nos causa mucho daño.
El tema se conecta con una pregunta a la que siempre estoy volviendo: ¿qué nos sucede con el paso del tiempo? ¿Nos preocupa el deterioro del cuerpo o la inquietud de quedar fuera del mercado de trabajo y llegar a nuestros últimos años sin dinero, cobrando una jubilación que no alcance? Pueden ser las dos cosas.
Por otro lado, los jóvenes de nuestro país están viviendo un presente que los mantiene en alerta permanente. En las ciudades, cada vez se escuchan más historias de pibxs que no pueden alquilar un departamento para terminar sus estudios. Sé de amigxs que se juntan entre tres o cuatro para dividir un alquiler y que aún así, llegan con lo justo a fin de mes. Esta crisis tan profunda que vive la Argentina les genera a nuestros jóvenes mucha incertidumbre: estoy segura de que es imposible vivir sin angustia con este presente económico. Si con veintipico no puedo alquilar para terminar mis estudios, ¿qué me espera cuando tenga 60, 70 años?
La ansiedad también puede llegar por no concretar ciertos deseos que albergamos, las expectativas que teníamos para un cierto momento de nuestras vidas que quizás no fueron alcanzadas o se frustraron por diferentes motivos: enamorarse, quedar embarazada, dejar de estudiar para trabajar, etc. Pienso en quienes vienen, por ejemplo, de una familia de médicos, que siguiendo el mandato se comen cinco años y se dan cuenta de que no es lo que realmente querían hacer. Son muchos los ejemplos que puedo contar.
Supongo que aquellas vidas que guardan estas frustraciones necesitan verse en el futuro y eso también hace daño. Estaría bueno que cada unx de notrxs pudiera pensar: ¿qué nos pasa con esta extraña necesidad de acelerar el presente para llegar a un futuro que tampoco se nos presenta como un bálsamo? Es algo que nunca vamos a poder controlar, quizás en esa búsqueda nos estemos perdiendo cosas importantes, como ver crecer a nuestros hijos, reír mirando una peli en familia o con amigxs, tomar mate con tu vieja sin mira el celular. Es hora de que dejemos los celulares y de recuperar nuestra vida para mirar a través de nuestros ojos y no a través de un lente.