A Roberto Herrera
Fue después de una caminata en que atravesé el túnel de la costa del norte hacia el sur y tuve la sensación de que entraba en otra dimensión, como si de repente no solo regresara hacia el centro sino hacia el pasado y todo por una jugarreta de la mente y de la lectura. Como si fuese el espectador de una realidad virtual donde el único virtual era yo y todo lo demás una realidad consistente. Por suerte, en un banco de la explanada me senté y extraje de la mochila el libro y retomé la lectura en el párrafo donde había dejado, sin advertir de buenas a primera que un hombre se había sentado. Cuando anoté algo en el margen, como es mi costumbre, el hombre me dirigió la palabra, buscando deliberadamente el diálogo: Yo también subrayo los libros, lo que me parece importante. Sin esperar mi aceptación, continuó: mi hermano suele criticarme por eso, me dice que así influencio la lectura de otro que quiera leerlo.
Puede ser, respondí, pero ¿cuál sería el problema? ¿Algo más para pensar? Yo no sólo subrayo, escribo en los márgenes…
¿Ah sí? ¿Por qué?, preguntó.
Bueno, me dice algo que temo olvidar, respondí, además, si anoto, también es porque me hizo pensar en algo más, lo que constituye cierto placer que quiero compartir.
Entonces, dijo sonriéndose, usted es como yo, necesita escribir para pensar…Yo también pienso que es un deber compartir lo que a uno le da placer o felicidad. A propósito, ¿qué está leyendo?
En ese momento sentí que el encuentro propendía a ser fructífero. Del sofista o del ser, dije, sintiendo que tal vez la ocasión era propicia para corroborar lo que me estaba atareando.
¡Platón! ya me parecía, no podía ser de otra manera…
¿Por qué lo dice? Pregunté con una leve inquietud que me transmitió la última parte de su frase.
No lo sé, algo me lo dijo. Quizá el hecho de estar aquí frente al río, con un libro, yo suelo venir a menudo a leer y pensar. ¡Ah, los presocráticos! Parménides, Heráclito. Pensar y Ser son lo mismo. El ser es, el no ser no es… Hay algo más alla de la lengua, el logos…Sin ellos, Platón no sería posible.
Su exaltación de la escuela eleática me hizo recordar la conversación de una noche en Macerata, en la casa de mi familia. Un hombre ilustrado, me preguntó qué era lo que más me gustaba de Italia. El sur respondí, Cumas y Elea, respectivamente, al norte y al sur de la Neo polis de los griegos, Nápoles, y también Siracusa, en Sicilia, donde comenzó la retórica que ya lleva dos mil quinientos años. Allí comienza una gran parte de la cultura occidental.
Titubeé, pero antes de que me sintiera indigno de su tema, le referí mi recuerdo. Fue suficiente para que lo tomara como un acuerdo tácito de diálogo coincidente y probable amistad. Como es usual apelamos a distintos nombres de nuestra ciudad que podrían sernos conocidos y nos dieran una conexión más cercana pero no encontramos ninguno, excepto nuestro ideal amigo. Platón.
No vaciló en arremeter con el Banquete. Es algo más que un texto sobre el amor, dijo.
No sé por qué, en contra de mi propia actitud frente a estas situaciones, agregué: Cualquier texto es algo más que lo que trata en sí mismo.
Me miró con cierto fastidio y agregó: Quiero decir que en este caso, hay algo específico que es el verdadero tema del texto. Para amar son necesarios por lo menos dos.
Salvo que alguien se ame a sí mismo, volví a agregar.
Pero en ese caso tenemos un nombre narcisismo: digamos, una cierta petrificación a partir de una imagen especular… incluso estar sujeto a la imagen que los demás tienen de nosotros. En cualquier caso se trata de un intercambio entre yo y la imagen de mí mismo mirándome desde el espejo. Yo y la imagen que hago de mí hay un dar y un recibir y creo que Platón plantea esa terceridad. Una lógica de la relación que vale por sí misma, independiente de sus términos. Una pareja nunca es una díada, es una terceridad como un par de guantes o de zapatos, uno es izquierdo y otro derecho, si pierdo uno no puedo sustituirlo con cualquier otro. La relación como objeto del pensamiento se da precisamente porque existe fuera del pensamiento. Es lo que hacía Platón, pensar que las ideas existen fuera del pensamiento y en tanto valen por sí mismas.
Como la lengua, agregué asintiendo. Hoy decimos paradigma, que en griego significaba originariamente patrón, que es el modelo del cual extraemos las palabras, que utilizamos para expresar nuestras ideas… Un mundo inteligible más que sensible, por lo menos hasta que lo trasladamos a la escritura…
Sócrates no escribía, dijo como para sí mismo.
Sin darnos cuenta nos ocurrió que el diálogo nos introdujo en una serie de cuestiones que nos apasionaban y que fueron favoreciendo una complicidad impensada. Zenón, que así se llamaba extrajo de una canasta el termo y el mate que compartimos y la tarde fue declinando hacia el crepúsculo. Enseguida preguntó: entonces ¿vos pensás que todo el tema de la idea aparece como consecuencia del paradigma lingüístico? Unidades en ausencia, las palabras que utilizamos están en una… no sé cómo definirlo…no lugar.
Asentí sumamente complacido. Además, agregué, ya en plena confianza. ¿Pensás que Platón cuando hablaba de arquetipos, pensaba que la cama, por ejemplo era una copia imperfecta? Yo creo que no, simplemente agrega, como un excelente lector de literatura fantástica, ya que leía a Homero y a Hesíodo, que inventaron a los dioses y sus nombres, continuar ese género. La eternidad que inventa es otra manera de construir un lugar concebible y así lograr que el deseo sea una extensión ambicionada más allá de lo realizable…
Um, musitó, me suena un poco a definiciones de nuestra época.
Ah sí, dije, pero ¿no es el banquete unos de sus diálogos más analizados, el del amor? Y allí se entronca el tema del deseo y de donde viene Eros, hijo de Poro y Penía. Y el discurso de Diotima acerca de que el amor va mucho más lejos que la tensión entre dos seres, sino que engendra un tercero, un retoño, un pensamiento, una obra. Amor es la concepción en la belleza según el alma y el cuerpo, es creador… más que encerrar a dos seres en la hipotética unidad, la de un pasado perdido invita a la superación, a lo inédito, y mediante el engendramiento el paso a la inmortalidad, a la posesión eterna del bien.
Entendido así, dijo Zenón, uno más uno da tres. Lo dijo con cierto dejo de tristeza. Yo no tuve hijos y siempre he creído, que mi mujer que ha muerto, se acomodaba a mi deseo de… pero ella.
He creído seguir a Platón, pero en realidad he seguido a Aristófanes. Medio más medio da Uno.
Siempre nos acecha el riesgo de la completud, expresé sin pensar que estaba completando mi discurso y él de él, que con apenas un leve movimiento de su mano, me saludó y se alejó en silencio, casi imperceptible como había aparecido. Yo me quedé pensando en una suerte de inquietud que trataré de transcribir en otro momento. Platón escribió más de treinta libros con los temas que son propios de las preocupaciones que siguen atareándonos, pero nunca el del filósofo. Quizá porque de ese modo delataba la inutilidad y la imposibilidad de completar.