“Los dioses ciegan y también ensordecen a quienes desean perder” se afirma en el relato "Blanca y Radiante". Y ahora se trata simplemente de apropiarse de una de las tantas lecturas posibles –algo que, justamente, es lo que permite en toda su extensión la obra de María Rosa Lojo– y reparar en ciertas palabras: el deseo y la pérdida, los dioses, ser ensordecido o cegado, los hombres. Y en otra dimensión, las mujeres que parecieran hacer siempre un viaje hacia sí mismas, huyendo del poder que se enmascara según las épocas. Se paga un precio muy alto por eso. A partir de múltiples perspectivas que irán entretejiendo la trama que conforma todo aquello que necesita ser rescatado del silencio, o mejor, del olvido, María Rosa Lojo retoma el concepto de que somos hijos e hijas de nuestro propio tiempo para desentrañar el delicado origen de la tragedia, en el sentido clásico del término, y establecer un vínculo, acaso un diálogo que tendrá toda la fuerza de una revelación recién al final de Lo que hicieron ahí, su nuevo libro, conformado por diecisiete relatos que, leídos bajo las leyes de una extraordinaria propuesta, imponen el peso de su unidad hasta trascender el género y convertirse en novela.
“Empecé a escribir este libro en 2017, con Perfiles, que sigue siendo el primer relato, o capítulo, de toda la serie. En un cuarto de hotel de una ciudad provinciana, se encuentran un hombre y una mujer. Los dos están dañados: por la enfermedad, el envejecimiento, sin duda por el dolor y por las pérdidas. Los dos, también, están relacionados entre sí por una tragedia que afectó a la comunidad de la que formaron parte, pero esto último ellos no lo saben y los lectores tampoco. Por el momento, solo se ve de ambos un sesgo, un perfil, en un encuentro sexual que descoloca y sorprende. Así nació la idea de crear una obra en la que se van sumando miradas, voces, personajes, relacionados de un modo u otro”, dice la escritora María Rosa Lojo. “Cada relato, sin perder su valor intrínseco y su relativa independencia, fue aportando nuevos trazos a una imagen general que podríamos llamar novelesca”.
Lo que hicieron ahí estimula y exige la participación activa, cooperativa, de lectoras y lectores dispuestos a recoger y enhebrar los fragmentos dispersos. María Rosa Lojo afirma que su desafío como escritora fue lograr que se aceptara entrar en ese juego y se disfrutara del ejercicio creativo. “Una vez que escribí todas las historias, la gran dificultad fue encontrar el orden de equilibro para colocarlas, de modo que en la lectura se pudieran rastrear los indicios sin perderse. Volví a armarlo todo más de una vez, en varias versiones. No hay una intriga lineal y en sucesión cronológica. Aquello que se busca conocer con más ahínco, no está por delante de la acción primaria, sino atrás; tiene que ver con el origen, con el secreto del origen: el de los personajes y el de la sociedad que vemos en el presente: cómo fue que llegaron, llegamos, hasta aquí”.
El poder se configura de distintas maneras a lo largo de Lo que hicieron ahí.
-Sí, algunos personajes corren ciegamente tras el poder, sin saber quiénes son y sin intentar detenerse para averiguarlo. Villegas, por ejemplo. Otros tienen ese poder; también algún saber, y lo usan, para el bien y para el mal, Zorraquín, la Señora. Otros no saben lo suficiente, ni siquiera lo necesario, pero salen del circuito de la violencia, y aspiran, solo, a ser, a renacer y darse ellos mismos su propio nombre. Quizás el caso más trágico es el de Justina, traicionada y traidora, que destruye y se autodestruye, que sabe y puede finalmente asumir el control de su vida, pero queda presa en el circuito infernal de la venganza.
Lo que hicieron ahí narra las historias entrecruzadas de un grupo de personas que viven en ciudades vecinas de la provincia de Buenos Aires, también en La Plata y en la zona rural de la misma provincia. Hay un nudo trágico en el pasado cercano que vincula a varios individuos y familias: un accidente en el que mueren alumnos y maestros de una escuela de educación especial. Desde esta desgracia parte una red cada vez más vasta que nos va llevando a otros personajes y se aleja hacia el pasado, hasta remontarse a la época de las guerras de frontera y las guerras civiles. De algún modo en este microcosmos se concentra la Historia argentina como un palimpsesto del que vamos descubriendo capa tras capa. Un eje, importante en lo literal y en sus reverberaciones simbólicas, es el hilo de las filiaciones: quiénes son los padres de cuáles hijos en un mapa temporal marcado por la violencia, la negación, el ocultamiento vergonzante de los linajes que incluye un interrogante metafísico.
Hay una poética en este libro que se vincula como un eslabón más con el conjunto de tu obra
-Esa marca poética, en tanto aspiración a una escritura reveladora y esencial, siempre relaciona mis libros entre sí. También están la presencia o la pregnancia del fantasma como voz y legado. Luminoso u ominoso de los muertos; las rupturas que permiten saltar a otra dimensión desde la superficie visible y acceder, por relámpagos, a un saber de lo que se mantuvo escondido. Así le ocurre a Lía, que es una especie de Casandra, pero no ya del futuro, sino del pasado, acaso porque ese conocimiento permite evitar que en el futuro, como un eco fatídico, ese pasado se repita; en esto se parece a Frik, personaje de una novela mía anterior, Todos éramos hijos. Lía puede vincularse, igualmente, con los chamanes, los visionarios y visionarias que atraviesan mis textos, así como el personaje de Miguel, a la vez culpable y víctima, se alinea simbólicamente con un santo popular, el Gauchito Gil, otro personaje de mi narrativa. Se repite la pregunta por quiénes son los culpables, o los responsables, de qué hechos, y cómo los actos negados o silenciados impactan sobre las generaciones futuras. Cómo, a partir de los individuos, se va dibujando, en lo profundo, el tapiz de la historia colectiva. En cambio, a diferencia de otros libros que incluyen personajes históricos reales o se centran sobre ellos, en este no los hay. Todos son caracteres de ficción, tanto los del presente como los del pasado, siempre, eso sí, en el escenario reconocible de la sociedad argentina.
A partir del personaje de Lía, tan importante en el libro, ¿podemos pensar todo un recorrido del universo femenino en Lo que hicieron ahí?
-Lía es a la vez un punto de llegada y un punto de inflexión o un quiebre en ese universo donde, en efecto, hay muchas mujeres que cumplen diferentes roles: Clara, Justina, Bernarda, Elvira, Ana, la Señora, Inés, Alejandra, Delia, Victoria, Luciana, Fermina, para mencionar solo aquellas identificadas por nombres o por apodos. De todas ellas, Lía, la más joven, la nueva, es la que puede cruzar hacia el lado oculto de la realidad, la que ha recibido una llave a la vez literal y simbólica por la cual accede a todo “lo que hicieron ahí”, al hilo de su propio origen, en el lugar de tránsito sobre el borde de la llanura donde ocurrieron el amor y la muerte, donde sedimentó y se enterró la memoria que corre subterránea como ese río, varias veces aludido, que se oye resonar, pero nunca se ve.
Pero paga un precio muy alto por ese conocimiento
-Lía carga con revelaciones que nadie va a corroborar y ni siquiera espera ser creída. Ha sobrevivido al fuego y al derrumbe, los ha superado; de ahí, probablemente, dimana su don. Desde la frontera de la muerte accede a otro umbral de la conciencia. Un precio de ese saber es la soledad. “Los que saben”, título de la última parte del libro, están a solas con secretos que seguirán siendo guardados dentro del mundo novelesco. Sobre todo, Lía. ¿Quién le prestará oídos a esta portentosa Casandra? Su visión parece acabar en ella, que no puede probarla ni transmitirla a los otros personajes. Sin embargo, en ese mismo momento, esa revelación abrumadora se está desplegando ante los lectores.
“Quizás somos todos los hijos bastardos de un Dios que se fue y nos dejó huérfanos en la intemperie de este mundo, concluye María Rosa Lojo. “Y tenemos que autoconstruirnos, en una perpetua tensión entre la contemplación y el poder, entre la libertad y el destino”.