Gilead, el escenario en el que transcurre la ficción de El cuento de la criada (The Handmaid's Tale), es una prisión a cielo abierto en la que cuelgan cadáveres desollados que años atrás cometieron pecados que ya nadie recuerda.
En aquel universo distópico imaginado por la canadiense Margaret Atwood --tuvo su primera versión literaria en 1985 y devino en un éxito global inusitado a partir de su adaptación televisiva, por Hulu Films, en 2018--, el Estado ultracatólico, hiperviolento y machista desprecia a las mujeres.
El panorama resulta aterrador: en un futuro cercano, en que la natalidad ha bajado considerablemente debido al cambio climático, la sociedad es dividida en castas y las mujeres fértiles --las “criadas” que dan sentido al título--, son sometidas a violaciones sistemáticas y obligadas a gestar a los hijos de los comandantes del gobierno, cuyas esposas no pueden tener hijos.
Reducidas a la condición de hembras fértiles, son forzadas a servir a un régimen dictatorial que las anula y, si se resisten, las aniquila.
En cualquier caso, esos chicos que paren son reasignados a las familias de la casta gobernante, que transmite a los vástagos los que considera sus valores primordiales.
No sorprenderá a esta altura que, tal como ella misma reconoce, la autora se haya inspirado para la ficción en la dictadura argentina: la imaginación pura difícilmente podría haber igualado la espeluznante realidad de las torturas, el robo y la apropiación de bebés.
En la ficción también las mujeres paren hijos que les son arrebatados y no pueden criar.
“Una de mis fuentes para The Handmaid's Tale fue la Argentina bajo el gobierno de los generales: tantas mujeres asesinadas y sus hijos robados", admitió la autora, que además de novelista es una militante feminista y activista por los derechos humanos.
En 2020, cuando en la Argentina se trasladó a las calles la lucha por el derecho al aborto legal --en un vaivén, entonces inverso, entre la distopía y la historia--, los colectivos feministas se apropiaron del vestuario de la serie para lucirlo en potentes marchas, silenciosas y coreográficas, que en paralelo se replicaban en todo el mundo: Bélgica, Polonia, Inglaterra, Irlanda, Croacia, los Emiratos Árabes. El clamor por la ampliación de derechos sobre el propio cuerpo.
Ahora, en plena la escalada de Javier Milei, la realidad parece superar una vez más a la ficción: en boca del “libertario”, vuelve a reverberar aquella idea que a esta altura --y ya por fuera del Medioevo y de las distopías literarias-- nos recuerda que el fascismo puede modificar su ropaje pero en esencia es siempre el mismo: "La mujer puede elegir sobre su cuerpo, pero lo que tiene dentro del vientre no es su cuerpo, es otro individuo”, juzga él.
Exhibiendo el mismo razonamiento inaudito con que expresó en una entrevista con O Globo 2021 que las niñas violadas no deberían abortar (“es un asesinato agravado por el vínculo") y se declaró "totalmente en contra" del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, Milei anticipa que si llegara a la Presidencia podría derogar la ley dictada en 2020 --una iniciativa que ya expuso su precandidata a vice y actual diputada nacional Victoria Villarruel--; así como eliminar el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad… en un país que registra un femicidio cada 28 horas.
También propone dar de baja las clases de Educación Sexual Integral (ESI), que previenen muchos abusos. Vuelve a imaginar a las mujeres como siervas potenciales --por no decir esclavas-- del varón. Un posicionamiento que --oh, casualidad-- alcanza su máxima expresión reaccionaria con posturas negacionistas, en relación a los crímenes de la última dictadura.
El precandidato a presidente --que, al grito de “los zurdos tienen miedo”, convocó a una multitud en la Feria del Libro de este año--, califica a los movimientos de mujeres y de derechos humanos como un "culto a una ideología de género" y juzga que "la palabra 'asesinato' los incomoda", desentendiéndose del hechos de que, si el aborto lo fuera, conduciría a esas mujeres a la cárcel. Ni Atwood se atrevió a tanto.
La escritora canadiense ya se habia tomado el trabajo de expresar su posición en pleno debate por el aborto legal: “A nadie le gusta el aborto, incluso cuando es seguro y legal. No es lo que ninguna mujer elegiría para festejar un sábado por la noche --planteó--. Pero a nadie le gusta tampoco mujeres sangrando hasta la muerte en un baño por un aborto ilegal. ¿Qué hacer? A lo mejor una manera diferente de acercarse a la respuesta sería preguntar, ¿en qué clase de país querés vivir? ¿En uno en el que cada individuo es libre de tomar decisiones concernientes a la salud y el cuerpo de ella o él, o en uno en el que la mitad de la población es libre y la otra mitad es esclavizada?”
¿Qué diría Atwood, de cara a la andanada antiderechos, o si viera gobernar a Milei?
En la Argentina, hasta los relatos de ciencia ficción --y de terror-- a veces se quedan cortos.
El reino de Gilead, un poroto.