El gran Jorge Herralde, fundador del sello Anagrama, una de las más significativas editoriales españolas que publica en Barcelona pero en castellano, dijo alguna vez que el buen editor “reconoce” a un autor, no lo “descubre”, porque sus virtudes preexisten a la decisión relativa a la publicación de sus libros.
Esto es cierto en lo profesional, pero cuando uno está convertido en un simple lector, el placer de descubrir a un autor/a desconocido/a hasta ese momento es inenarrable.
No recuerdo cómo leí por primera vez libros de Paula Tomassoni, que nació en La Plata en 1970. Es escritora y docente, especialista en la enseñanza de Literatura y reveló para mí, desde sus comienzos, un estilo personal y sin parangones.
Publicó sus dos primeras novelas (Leche merengada, 2015 e Indeleble, 2019) en un sello también platense, EME Ediciones, que merecerá varios párrafos aparte. En 2015 apareció un libro de cuentos, Pez y otros relatos, en una editorial pequeña y exquisita, Modesto Rimba. Y ese mismo año, otro de cuentos, El paralelo, publicado por el Ministerio de Cultura de la Nación en “Leer es futuro”, una colección dirigida por Franco Vitali, hijo del inolvidable Elvio Vitali, librero de la Gandhi y luego director de la Biblioteca Nacional, fallecido muy tempranamente.
Ese último es el único de sus libros que no he leído, pero sí, cuando era todavía solamente un “manuscrito”, Enlutada, su obra más reciente, una excepcional novela que publicó Ediciones Corregidor en abril de este año.
Decir que la escritura de Tomassoni “no se parece a ninguna” suena a hueca frase publicitaria, pero es la única que refleja lo original de su estilo y temática.
Leche merengada es un título que remite a una frase de la canción “Tengo una vaca lechera”, popularizada por el maestro del acordeón don Feliciano Brunelli y su “orquesta característica” (¿qué querría denotar este nombre?), que recordarán quienes peinan canas o ya no peinan nada. Y trata en clave humorística el drama de un ama de casa que guarda en su freezer un cordero congelado destinado a ser consumido en la cena navideña de la familia. Ante un largo corte de electricidad en su domicilio, muy común en la época de la acción, carga al animal en su pequeño auto y emprende una peregrinación buscando casas de amigos o parientes donde conservarlo. Debe atravesar entonces controles policiales que la destratan dentro del clima de sospecha generalizado implantado por la última dictadura. Y no contaré más para no estropear el placer que seguramente les producirá la lectura.
Indeleble, en cambio, no tiene nada de divertida, y su alusión a la realidad político-social de la Argentina es más explícita. Comienza por el final, con el suicidio del marido de la protagonista, motivado por la apropiación de los ahorros de la gente durante la grave crisis de fines del 2001, que provocó la temprana retirada del presidente De la Rúa y la sucesión de gobiernos provisorios hasta la convocatoria a las elecciones del 2003. Retrospectivamente se reconstruyen los sucesivos desastres económicos que llevan al personaje a adoptar esa drástica decisión.
Los cuentos de Pez y otros relatos pulsan diversas cuerdas. Me resulta inolvidable aquel en el que el protagonista está con su mujer e hijo en la caja del supermercado, a punto de pagar la compra del mes, y tropieza con el rechazo de su tarjeta. De esa situación derivan eventos tragicómicos que llevan al remate.
En cambio, Enlutada ya combate en otro peso. El título alude a una urraca de plumaje renegrido, una especie muy rara y cotizada entre los coleccionistas de pájaros, apetecida por los traficantes de fauna de diversos calibres. La novela se divide en dos partes. En la primera, el protagonista es Valentín, un joven que vive con su mujer –que es negra, para decirlo sin eufemismos– en el conurbano bonaerense. Su padre, con quien tenía una relación complicada y escasa, muere de repente y le deja en herencia un viejo automóvil en bastante buen estado. El retiro de ese coche de la casa de su padre por Valentín, que apenas sabe conducir, desencadenará acontecimientos que marcarán su existencia definitivamente. Recibe también una memoria de computadora o de celular, ya no lo recuerdo, en la que irá descubriendo la vida de ese padre casi desconocido. La segunda parte tiene otro relator y revela matices no evidentes.
La maestría del estilo de Tomassoni radica en que escribe sin “hacer literatura”, con gran fluidez, lenguaje sencillo y preciso, sin pretensión de “bellas letras”.
No soy partidario de las profecías infundadas, pero me atrevo a pronosticar que la autora ocupará en poco tiempo más un lugar destacado en el panorama de la narrativa en la Argentina.
Me resulta imprescindible citar algunos otros nombres de escritores platenses, por lo menos los de dos a quienes publiqué cuando era editor. Sé que esto implicará omitir injustamente a muchos otros a quienes no he leído o no recuerdo en este momento.
Uno de ellos es José Gabriel Báñez, un talento inusual póstumamente reconocido, tras su trágica muerte en 2009. Autor de varios libros muy significativos, en De la Flor aparecieron El capitán Tresguerras va a la guerra y Góndolas (ambas, novelas, en 1980 y 1986, respectivamente).
Y Laura Fernández Berro, que también publicó narrativa y ensayo crítico, cuya novela El camino de las hormigas (2005) es una estupenda descripción de la represión y el miedo desatados por la dictadura militar del 76 junto con sus cómplices civiles y eclesiásticos, a través de los ojos de una niña en un hogar de La Plata.
Prometí hablar de la Editorial EME antes de que se me acabe el espacio. Fundada en La Plata en 2015 por Verónica Stedile Luna y Agustín Arzac, es una editorial pequeña y exquisita, pero no bonsai, como llamó un editor español a esos sellos chiquitos y decorativos destinados a no crecer. Fue previamente una revista; la sigla corresponde a Estructura Mental a las Estrellas, nombre raro si los hay que (cito su página web) “publica textos de ficción y no ficción en tres colecciones. Fin de lo mismo, dedicada a la narrativa contemporánea; Plan de Operaciones, ensayos sobre cultura, política e historia latinoamericana que buscan la intervención urgente; y Madriguera, una colección de ensayos sobre arte y literatura marcados por exposiciones al peligro de lo íntimo y el encierro del afuera”. Ha publicado a autores muy difundidos, como Silvio Mattoni, poeta y ensayista, y también algunas primeras novelas como Moluscos, de Ramiro Larraín, una obra originalísima y muy recomendable de otro autor platense. Y Sacco y Vanzetti, “dramaturgia sobre el caso” de Mauricio Kartún, a quien me parece innecesario presentar.
Conclusión: La Plata tiene quien le escriba (no como el Coronel) y, afortunadamente, también quien la edite.