Estos tipos llegaron al poder mintiendo. Hace exactamente un año montaron el mayor fraude ideológico y conceptual de la historia argentina. Con ideas progres falsificadas en discursos frívolos, y prometiendo cambios morales que sí eran necesarios, se metieron por todos los agujeros por donde el kirchnerismo hacía agua. Así estafaron a cierta clase media que estaba socialmente bien pero quería estar mejor. Y a los más pobres les tiraron consignas cretinas de mano dura y la promesa de mantener todas las mejoras sociales del kirchnerismo.
Mintieron a mansalva. Prometieron “pobreza cero” pero han duplicado la que existía. Prometieron fortalecer el mercado interno y las políticas sociales, pero hicieron lo contrario. Prometieron cuidar y crecer el empleo, y mintieron. Prometieron que el pueblo iba a “vivir mejor” y mintieron. Dijeron que les importaban la educación y la ciencia, y mintieron. Juraron que la inflación, que estaba en baja, era fácil de solucionar, y mintieron. Cacarearon con “achicar la grieta” y la agrandan día a día y con violencia. Se llenaron la boca con discursos republicanos de respeto a las instituciones, pero asaltaron la Corte Suprema, exacerbaron a una banda de jueces y fiscales chirolitas, y rebajaron la calidad institucional a niveles de la dictadura.
Mintieron desde antes de ser gobierno, y siguen y van a seguir mintiendo. Y cuando ya no les funcionen las mentiras, como todo indica, mentirán a palos.
Precisamente por eso inquietan, preocupan o espantan (cada lector conjugará el verbo adecuado) ciertas conductas dirigenciales del campo nacional y popular. Dejando de lado los inevitables equilibrios que deben practicar varios gobernadores, que de otro modo estarían literalmente impedidos de gobernar sus provincias, lo que resulta más extraño (por decirlo suave) es la mutación de algunos actores políticos que fueron emblemáticos del kirchnerismo.
No sólo el Sr. Pichetto, desde ya, cuyo rostro de piedra irrita menos que la pasividad de quienes lo mantienen al frente del FpV en el Senado. Tampoco figuras patéticas como el ministro Barañao y algún otro mutante, que los hay. Pero sí cuadros políticos como el también senador Juan Manuel Abal Medina, joven doctorado en Ciencias Políticas que fue jefe de gabinete de CFK durante 23 meses y antes vicejefe en 2008 y 2009 durante la gestión del entonces kirchnerista Sergio Massa. Hijo y homónimo de uno de los hombres de mayor confianza de Perón que luego se exilió en México y hoy es asesor del hombre más rico del mundo, el multimillonario Carlos Slim, este joven senador fue un objetivo aliado de la macrista intención de voto electrónico.
Igualmente extrañas, y cuestionables, son algunas recientes actitudes y declaraciones de encumbrados dirigentes del Movimiento Evita como Carlos “Chino” Navarro y Emilio Pérsico. El artículo de ayer de Horacio Verbitsky en estas páginas fue más que sugerente al respecto: por un lado, Pérsico reivindica posibles acuerdos con el macrismo para asegurar gobernabilidad; por el otro Navarro argumenta que “si Macri se cae esto gira más a la derecha aún, porque esto no es el ajuste de Espert, ni de Sturzenegger”, para concluir que tal ajuste “ha sido limitado”.
Hasta acá esta columna se resiste a creerlo, pero en todos los mentideros de la política argentina es un secreto a voces que el Evita está en negociaciones preelectorales con el dizque renovadorismo del Sr. Massa.
Se sabe que dentro del campo popular son muy mal vistas, y con razón, las definiciones que más que aclarar oscurecen. Cuando se bosteza es porque se tiene sueño, y eso se nota. Como los acuerdos la semana pasada de dos ministros talibanes como Carolina Stanley y Jorge Triacca con movimientos de la así llamada “Asociación de Trabajadores de la Economía Popular” (representada por Esteban Castro), la Corriente Clasista Combativa (Juan Carlos Alderete), Barrios de Pie (Daniel Menéndez) y también el Mocase, Los Pibes de La Boca, La Dignidad, La Poderosa y el Evita. Procuran una “ley de emergencia social” extensible hasta el final del gobierno macrista, que, de hecho, legalizaría la ominosa división entre trabajadores efectivos y precarios –de primera y de segunda clase– que produce y profundiza el neoliberalismo.
Resulta curioso entonces que la alianza gobernante –cada vez más débil y cuestionada por su afán de demolición, y jugada a fondo en favor de minorías de ricos y prebendarios– justo ahora que ha sufrido una derrota importantísima con el rechazo al voto electrónico, de hecho y con este tipo de discursos y acuerdos resulta ayudada por dirigencias de arraigo y trayectoria popular.
La gobernabilidad es un viejo cuento posibilista que, en los hechos, siempre ha camaleonizado a dirigentes y legisladores de todas las oposiciones. Por ambiciones sectoriales o personales, o por dudosas moralidades, es incontable el repertorio de acuerdos políticos por debajo de las mesas. Siempre ha habido, y habrá, dirigentes o grupos populares negociadores, buenistas, posibilistas o retóricamente duros pero fácticamente blandos. Ahí está, como vergonzoso botón de muestra, la actual tregua de la CGT.
No hay virtud dialoguista ni interés patriótico en “ayudar” a la gobernabilidad del adversario cuando se trata de gobiernos mentirosos, explotadores y corruptos. Con ellos todos los pactos son espurios y de resultados contrarios a los intereses populares. Y aquí y ahora lo único que le interesa al macrismo es durar, seguir favoreciendo a los ricos y corromper con tal de imponer su misión fundamental: la destrucción del peronismo, el kirchnerismo, el radicalismo y el socialismo populares, para así arrasar con la dignidad del pueblo trabajador.
Opinión
De mentiras, traiciones y gobernabilidades
Este artículo fue publicado originalmente el día 28 de noviembre de 2016