Carlos Aletto es un narrador de oficio y eso se nota en las primeras hojas de su libro Once segundos (Sudamericana 2023). El primer párrafo de cada capítulo referirá un detalle del recorrido de Diego Maradona hasta lograr el mejor gol de la historia de los mundiales, en el partido contra los ingleses, en el Mundial de 1986. Se mira en la casa de los vecinos Durante en donde vive Daniel, el mejor amigo de nuestro héroe el Gordo Aletto. Y el hincha, el personaje más genuino del ambiente futbolero, grita, abraza al de al lado para festejar o discute las jugadas. “El papá de Daniel es uno de los treinta millones de argentinos que por un mes se convierte en director técnico, comentarista especializado y experto en la dinámica de lo impensado”, narra Aletto y en otra parte remata: “Me consuela imaginar que puedo dejar en la superficie de las páginas que escribo la historia de mi familia que, como todas, se terminará enterrando bajo el peso de las nuevas generaciones”.
El detalle de cada paso de Maradona en ese recorrido, seguirá resonando en las siguientes páginas en un recuento que el Gordo, desde su primera persona, llevará al lector a través de otros segundos a viajar por el mundo de la niñez, adolescencia, sueños, fantasías y un primer amor lleno de viajes. Y la lucha porfiada de la clase baja de subir el escalón necesario para “ser”, será uno de los sueños que entre fantasías e ilusiones, podría llegar a realizar el Gordo en un relato vibrante en el que el lector se sentirá como acompañado por un amigo. Un testigo de la vida que va contando una aventura detrás de otra, o una anécdota jugosa un tanto parecida a la que pudo haber vivido el lector.
Una de las anécdotas es ver al humilde visibilizado en el diario local cuando Daniel se descubre leyéndolo. Fue cuando Maradona jugaba en Argentino Juniors y había ido a Mar del Plata, la ciudad en la que se sitúa esta novela, para jugar contra San Lorenzo de Mar del Plata. Daniel dice que eran ellos en esa fotografía borroneada y le regala el recorte del diario al Gordo, quien atesorará y mirará hasta el cansancio tratando de descubrirse entre ese blanco y negro del papel de diario. Una etapa en la que ellos serán Maradona jugando con una pelota de goma en el campito de tierra del barrio. “Yo juego a la pelota para divertirme, no para perder”, dice Daniel, en el final del primer capítulo. Un remate ambivalente, una lección necesaria para estos tiempos de presiones futbolísticas, de niños y padres sufriendo.
La televisión en la década de 1980 era el entretenimiento familiar. Todo el mundo sentado discutiendo sobre el Borges imitado por Mario Sapag o frases y marcas otorgadas por los medios que marchan por el inconsciente colectivo mientras se aprecian los 80’ recorridos como una visita guiada. La ubicación temporal de esa época no ha requerido de las visitas a Google para revisarlas, Carlos Aletto lo vivió en cuerpo y alma como un verdadero fanático del fútbol quien a través de la TV, los dioses todos, los diarios y las revistas, ingresa al mundo fantástico del hincha. Y también lo vive porque veremos la historia de un jugador de fútbol tirado hacia el frente de la cancha como el nueve goleador que, al parecer, según sus amigos jugaba mal, pero le interesa la literatura y se espera algo más de él. En cambio con Daniel había otra expectativa porque jugaba muy bien al fútbol, sin embargo la pobreza determinará su oficio de albañil, el mismo que el de su padre.
El punto autobiográfico de esta novela es el constante balance de “la vida misma” con lo académico. En esta cuestión se dirime lo verdaderamente autobiográfico, de cuánto tendrá de bueno en la literatura, ¿o cuánto de malo? Nada mejor a veces, que aquel escritor que escribe sobre lo que sabe. El Gordo encontrará la explicación de la filosofía verdadera en los claustros de la Universidad en la que estudiará primero Abogacía y más tarde Letras. Cuando el Gordo jugaba con Daniel en el basurero buscando algo valioso para competir por el mejor hallazgo, Daniel encontró un libro determinante para filosofar frente al Gordo: Las divertidas aventuras de un Mentiroso Varón. Comparada con la vida vista desde el ángulo de la calle como el centro gravitacional de la experiencia, desde el simple lugar del basurero o entre todos los oficios por los que tuvo que trabajar desde pequeño (como vender ollas de acero quirúrgico entre otros), el Gordo irá atesorando su acervo cultural de la misma forma en que enriquece con su experiencia, los ojos del lector.
“Trabajo el autobiográfico desde tres recortes distintos o escrituras del yo que ahora le llaman, pero es lo mismo, es autobiografía. Es hablar de uno mismo y no de la creación de un personaje que sea otro. No estoy inventando al Quijote, ni a Madame Bovary, este soy yo, el Gordo Aletto. En esos tres recortes, uno es la vigilia del protagonista, el otro son los sueños y el tercero las fantasías. El territorio de la vigilia se va achicando cuando empiezan a pasar las cosas más graves y aparece cada vez más grande el territorio de los sueños y por último los territorios de la fantasía, entonces no parece tan autobiográfico”, dice Aletto.
El Gordo no anticipa ese paso, el sueño es un estado natural que aparece llano en una determinada página con una de las primeras frases relevantes en palabras de Daniel: “…Y, además, te paseás por la vida sin el cuerpo”. Frase que puede atribuírsela al lugar común de “le volvió el alma al cuerpo” o profundizar sobre la teoría del cuerpo que anda solo por la vida sin enterarse de que tiene un alma. Y el territorio de la vigilia se va desvaneciendo a lo largo de la vida del protagonista, dejando espacio para que los sueños y, especialmente en la tercera y última parte, la fantasía, tomen el control. Daniel busca directamente al protagonista en su estado de vigilia utilizando un globo aerostático para llevarlo a los territorios de la fantasía y lograr así lo que anteriormente no pudo conseguir en el mundo de los sueños.
Y remarca el autor: “Exploré la posibilidad de la memoria en lugar de simplemente reproducir mis recuerdos específicos. Si bien la novela reproduce la idea de la memoria individual y los sucesos de sus personajes, pensé en que esa memoria también fuera colectiva. Lo que le sucede al personaje podría haberle sucedido a una mayor cantidad de personas que no tuvieron la posibilidad de narrarlo. El tiempo en la novela no sigue una reconstrucción lineal del pasado, sino que presenté capas de recuerdos que se superponen" , señaló. No se asumen como una reconstrucción realista del pasado sino como distintas posibilidades de reconstruir ese pasado. La representación del tiempo en Once segundos busca en todo momento, conociendo los límites, recuperar un tiempo perdido. Incluso el narrador se burla en un bar de Constitución al mojar una medialuna en el café con leche como si fuera la magdalena que desata toda la memoria del narrador de Proust en En busca del tiempo perdido".
El paso de la vigilia al sueño es como un pase, una entrada para ver el partido y se asoma como un breve cambio de canal que no interrumpe nada, sólo se deberá seguir leyendo. Porque en definitiva, el pobre siempre sueña que se va a sacar el gran premio de la vida, como algo que llegará del más allá a saludar y bendecir todos los infortunios vividos a través de un bálsamo salvador: el Nobel de Literatura con el que fantasea el Gordo en sus sueños. Puede ser una ilusión hecha realidad en el marco del género que se lo quiera leer, tanto literatura fantástica como realista, de aventura, iniciación y por qué no absurda. Aletto puede reunir todo eso y mucho más en esta novela.