Cumplida su quinta jornada el lunes, con la anfitriona junto a los violinistas Gidon Kremer y Madara Petersone, el Festival Argerich ya se constituye como el gran evento de esta temporada del Teatro Colón y más allá. Pasaron ya cinco conciertos de los ocho programados para el encuentro que tiene a una de las grandes pianistas del último siglo como artífice y demiurga. Con repertorios que para combinarse no necesitaban más lógica que las grandes interpretaciones, Martha Argerich junto a colegas excelentes, despierta en su festival inusuales formas de fervor, en un público variado que conjuga generaciones, extracciones culturales, gestualidades, cortes de pelo y maneras de vivir un evento musical.

Siempre a sala absolutamente repleta, al impacto que produce Festival Argerich in situ se sumó la buena idea por parte del teatro de habilitar el servicio de streaming, para que sea posible seguir cada concierto desde cualquier lugar del mundo y redondear un éxito que va mucho más allá de lo artístico.

Resulta difícil explicar lo que produce la presencia de Martha Argerich en su propio festival, sobre el escenario de Teatro Colón, sin tener que abusar del vocabulario y sus posibilidades. “Potencia”, “corazón”, “pasión”, “genio”, “conmoción”, “talento”, “estrella”, “única”, “sublime”, “excelencia”. Hasta “leyenda”, “misterio” y “magia”. Estas son apenas algunas de las hipérboles lingüísticas que se podrían utilizar para dar cuenta, sin todavía llegar a describir su profundidad, del fenómeno (¡Ah! También “fenómeno” es un término útil para este caso).

En épocas en las que buena parte de la propaganda electoral, por ejemplo, propone un lenguaje bélico como solución “civil” a las desesperaciones y carencias de la gente, Argerich despierta sencillamente un lenguaje de referencias virtuosas, que no es otra cosa que un producto del amor. Los irreductibles argumentos del arte. También eso es necesario agradecerle a la gran pianista argentina, que a los 82 años mantiene intacta su estatura artística y sigue a la altura de su historia.

Ahí está: gratitud. Por ese lado se podría explicar la combinación de afecto y admiración que el público le devuelve en cada presentación. Mezcla que en su desmesura refleja también algo de chauvinismo. Gratitud y también orgullo, ¿por qué no? Argerich es parte importante de lo mejor que la Argentina supo dar al mundo, y reconforta la manera en que cada uno de sus regresos –y lo que en torno a su presencia se aviva– le devuelve al Colón, a Buenos Aires, al país, un lugar en el mapa. Como Messi desde otro ámbito, valga la comparación, también Argerich es capaz de catalizar y materializar los incalculables ardores de que están hechas las banderas.

Amistades concertadas

Tras la apertura con el Quinteto de Schumann, el sábado 15, el Festival de Pianos llegó a uno de sus puntos más altos enseguida, en la segunda jornada. Argerich y Goerner en los programas, “Martha y Nelson” para la hinchada, ofrecieron un concierto descomunal. Desde el comienzo del programa, con En blanco y negro, la suite en tres movimientos que Debussy compuso en 1915, hasta el final con la versión para dos pianos que el propio Sergei Rachmaninov elaboró de sus tardías Danzas sinfónicas –pieza dilecta de Argerich, que en 2018 tocó con Graciela Reca en el CCK–, la dimensión técnica superlativa fue elaborando prodigiosas formas de perfección emotiva, con dos artistas que en sus diferencias logran complementarse hasta la felicidad. En el medio, la Sonata para dos pianos en Re mayor K 448 llegó en una versión que con ligereza de toque y firmeza de ideas supo sacar belleza de cada elemento de la riquísima paleta de recursos los expresivos que articulan una obra ideal para diálogos de alta intensidad pianística.

Sergio Tiempo.

El tercer concierto del Festival tuvo como protagonista a Sergio Tiempo, que en un concierto monográfico ofreció un Chopin distinto y muy saludable. La Sonata nº2 Op. 35 y la nº3 Op. 58 canalizaron un programa que en el medio tuvo construyó su propia forma sonata, con la ejecución sin solución de continuidad de tres preludios del Op.28 –el 15, el 8 y el 4–, el Nocturno nº4 Op.15 y la Balada nº4 Op. 52. Tiempo jugó, en particular en los primeros tiempos de las dos sonatas, sobre la exasperación de los contrastes. El pianista fue así al fondo de la tradición de la sonata clásico-romántica, exponiendo una gama expresiva que entre los extremos de efusión tuvo oportunos momentos de gran profundidad y absoluto control, como la “Marcha fúnebre” de la Segunda sonata y el “Largo” de la Tercera que en su complejo fue lo más interesante de otra gran noche de Festival. El bis con su propia versión de “Retrato em branco e preto”, de Antonio Carlos Jobim, reforzó la idea de estar ante un pianista distinto.

Por fuerza y temperamento, Tiempo toca con las manos que seguramente Chopin no tuvo. Lo que podría parecer una profanación, desde los límites de la escritura y el margen que otorga la lectura en eso que llaman “interpretación”, plantea hipótesis válidas y necesarias para seguir pensando a uno de los grandes maestros del piano del siglo XIX. Para eso, también, están los festivales.

Lo que fue

Posiblemente el programa del segundo sábado de Festival, el cuarto encuentro, haya sido el más interesante hasta ahora. No solo por lo atractivo de las obras en sí, sino también por el modo en que estas se combinaron y pusieron a prueba a las cuerdas de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, ante la que el francés Sylvain Gasançon hizo lo que pudo, que no fue mucho. Twilight, para dos violines, cuerdas y sintetizador, de Giya Kancheli, con Gidon Kremer y Madara Pētersone como solistas, y Metamorphosen, de Richard Strauss, representaron dos formas de la tristeza. Una, la del compositor georgiano, está hecha de candor y suspiros; la otra, la del alemán, de cálculo y materia.

Diluidas las tristezas y sus representaciones en la sala expectante, la segunda parte del programa constituyó otro gran momento de pura adrenalina festivalera. Con la impactante interpretación del Concierto para piano y trompeta del dilecto Shostakovich, que Argerich compartió con el gran trompetista ruso Serguéi Nakariakov, todo volvió a su lugar. Y el público a expresar con un aplauso que parecía interminable el regocijo por estar asistiendo a un evento excepcional.

En el quinto concierto, el lunes, Argerich fue convidada una vez más con la onda light de Kremer. El violinista letón comenzó el concierto con Requiem para violín solo (dedicado a los interminables sufrimientos de Ucrania) de Igor Loboda, antes de una dosis acaso excesiva de Mieczyslaw Weimberg, el compositor de origen polaco. Primero se escuchó la Sonata para violín y piano nº5 Op.53, con Martha Argerich, y en el comienzo de la segunda parte la Sonata para dos violines Op.69, que Kemer interpretó junto a Madara Pētersone. El final, con la Sonata para violín y piano D574 de Franz Schubert, fue, por la empatía que lograron los intérpretes ante las posibilidades de belleza que proponía una obra llena de gracia y proporción, el gran momento de una noche que sin embargo, en relación a las otras, pareció no alcanzar su estrella.

Lo que vendrá

El jueves 27, el segmento final de la gran fiesta de Martha y sus amigos comenzará con La Camerata Bariloche, formación insignia de la música argentina, que bajo la dirección de César Bustamante, ofrecerá Bach, Haydn y Mozart, con el trompetista Nakariakov y el pianista Javier Perianes como solistas. La penúltima jornada, el sábado 29, será otra gran noche sinfónica. La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, con dirección de Vasily Petrenko, contará con Nelson Goerner, que será solista en la Rapsodia sobre un tema de Paganini en la menor Op. 43 de Sergei Rachmaninov.

El domingo 30 a las 17, el gran final del festival reunirá a la anfitriona con Charles Dutoit, al frente de la Orquesta Estable y el Coro Estable del Teatro Colón. Les Noces, de Igor Stravinsky, con Argerich, Iván Rutkauskas, Alan Kwiek y Marcelo Ayub en pianos, la soprano Jaquelina Livieri, la mezzosoprano Guadalupe Barrientos, el tenor Santiago Martínez y el bajo Hernán Iturralde, además del Grupo Vocal de Difusión con dirección de Mariano Moruja, estará al centro de un programa que se completará con la Sinfonía nº7 y Fantasía Coral Op. 80 de Ludwig Van Beethoven.