Antes de que existieran la literatura y el cine infantil LGTBIQ+ militantes, los cuentos para las niñeces y la factoría Disney ya incluían identidades y afectividades alternativas a la hetenormatividad. Es decir, por más que fueran reprimidos, los personajes y amores gays, lesbianas, trans y travestis no podían ser totalmente invisibilizados y aparecían como invitados no deseados o a través de elipsis, metáforas o símbolos.

Por un lado, en términos literarios, Hans Christian Andersen es el paradigma del homoerotismo o la identidad trans encubierta: así en “Los trajes nuevos del emperador”, “Los zapatos rojos” o “El soldadito de plomo”, los personajes buscan distintas apariencias y temen la vergüenza de mostrarse desnudos o tal como son. A su vez, los protagonistas de “El patito feo” y “La sirenita” son seres torturados que se metamorfosean en otros seres merced a dolorosos sufrimientos o trasplantes, y, en el caso de la segunda, la mudez le impide expresar su amor al príncipe (el amor que no osa decir su nombre). 

Por el otro, desde tiempos ancestrales, la cinematografía Disney siempre fue tildada de “sospechosamente” marica y valen unos pocos ejemplos: Gus y Jack, los ratoncitos “modistos” que ayudan a la protagonista de "La Cenicienta" (1950) a coserse el vestido para el baile; Napoleón y Lafayette, la pareja de perros de “Los aristogatos (1937); ni hablar de la naturaleza nunca esclarecida de la amistad entre el zorro y el gato de “Pinocho” (1940) o de la obsesión del libertino capitán Garfio (pirata al fin) por el bello y eterno adolescente Peter Pan. Más cercanos en el tiempo, el amariconado Scar de “El rey león”, la relación entre Elsa y Anna (¡Otra vez Andersen!), el estilo drag de Cruella de Vil de “101 dálmatas” y de “Maléfica” o Úrsula, la bruja del mar de “La sirenita” (cuyo aspecto evoca a la célebre trans Divine) continuaron con el folklore.

El gran mérito de “Shrek” es que logró reunir y fusionar esa tradición y convertir lo que era vergüenza en orgullo y lo que, en ocasiones era tragedia (el terrible final de Garfio, Scar o Úrsula en Disney o el de Ariel en “La sirenita” de Andersen) en comedia y final feliz. Si en su momento la película subvirtió y actualizó los cánones de los relatos tradicionales de cuentos de hadas (y se bufó del romanticismo tóxico) al contar la historia de amor entre un ogro y una princesa alejada de los estereotipos de belleza, “Shrek… el musical”, la superproducción de Broadway escrita por David Lindsay-Abaire redobló la apuesta LGTBIQ al optar por un género marica por excelencia y al enfatizar ciertas cuestiones como la solidaridad militante y revolucionaria de los “diferentes” de los cuentos clásicos (brujas, hadas, muñecos de madera, chanchitos, patitos feos). Asimismo, se resaltan otras identidades y afectividades diversas: la mariconería de Lord Farquaad, la amistad entre el monstruo (Shrek) y el burlado (el asno), la pasión de la Dragona por el Burro y la familia alternativa compuesta por la comunidad de marginados.

La extraordinaria versión local con la producción integral de The Stage Company bajo la dirección general de Carla Calabrese tiene, entre tantos méritos, una adaptación al castellano (de Marcelo Kotliar y la propia Calabrese) que toma  aspectos sociales, políticos y humorísticos de la contemporaneidad argentina. De esa manera, no solo se contribuye a la gracia y radicalidad de la obra sino también a que sea, como alguna vez se dijo de “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll: una obra para niños que no es para niños.

En efecto, con un elenco de excepción que reúne figuras descollantes del musical con Pato Witis (Shrek), Mela Lenoir (una deslumbrante Fiona que traslada al público de la carcajada a la emoción sin solución de continuidad); Manuel Victoria (Burro), Roberto Peloni y Mariano Zito (hilarantes Lord Farquaad) a la cabeza y secundados por Tomas Albertoni, Luján Blaksley, Fede Fedele, Sofía Franks, Lucas Gentili, Juan López Boyadjian, Laila Maugeri, Giuliano Montepaone, Lucas Noda, Pilar Muerza, Agustín Pérez Costa, Martina Ruda Bart, Fátima Seidenari y Pedro Velázquez, Shrek… el musical deviene una obra igualmente disfrutable para adulteces y niñeces.

Pero aún más, cada detalle, la cuidadosa coreografía (Agustín Pérez Costa y Alejandra Rappazzini), los tocados y las pelucas (Jesica García), los maquillajes (Bárbara Morgazo), los efectos especiales y makeup (German Pérez), los vestuarios y la iluminación son parte de un mismo lenguaje y conforman un todo coherente en el que se nota la mano de la directora Carla Calabrese. Así todo coadyuva para hacer de esta comedia musical un acontecimiento político y artístico que celebra la diferencia en todas sus formas y que contribuye a las luchas de las diversidades sexuales poniendo en escena lo mejor de nuestras identidades: canciones, bailes, purpurina, máscaras, banderas, colores, melodrama y muchas risas… La gran fiesta teatral queer y freak tiene nombre, transcurre en bosques y pantanos del reinado de Duloc y se celebra en el Maipo.

“Shrek… el musical”. Libro y canciones: David Lindsay-Abaire. Con Pato Witis, Mela Lenoir, Manuel Victoria Tomas Albertoni, Luján Blaksley, Fede Fedele, Sofía Franks, Lucas Gentili, Juan López Boyadjian, Laila Maugeri, Giuliano Montepaone, Lucas Noda, Pilar Muerza, Agustín Pérez Costa, Martina Ruda Bart, Fátima Seidenari y Pedro Velázquez. Dirección: Carla Calabrese. Sábados y Domingos 16 horas. Vacaciones de invierno: Todos los días (excepto los lunes) 16 horas. Teatro Maipo. Esmeralda 443. CABA. El 13 de agosto hay función distendida especialmente adaptada para personas con necesidades especiales en la comunicación.