“Escribir es morir un poco, pero un poco menos solo”, planteó Marc Augé al final de “Autobiografía y etnología de sí mismo”, incluido en El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo). El etnólogo y antropólogo francés, que murió el lunes a los 87 años en Poitiers, ciudad del centro de Francia donde había nacido el 2 de septiembre de 1935, fue mucho más que el ideólogo del “no lugar”, un concepto acuñado en uno de sus libros que se volvió curiosamente popular en la década del 90 para dar cuenta de esos espacios donde los individuos están en tránsito, como los aeropuertos, las autopistas o los supermercados.
Antes de esa “fama” inesperada, exploró el comportamiento de los alladian en Costa de Marfil, anotó detalles, preguntó a sus informantes, convivió con ellos durante la década del setenta. Luego de esa experiencia, a fines de los 80, decidió rumbear hacia América Latina, donde conoció a los Ya-Ruro-Pumé de Venezuela y a un grupo de mujeres umbanda de los barrios de Belem, en Brasil. Su objeto de interés pendulaba del universo pagano de África –las prácticas de brujería, los profetas sanadores y los fetiches- a la observación y el estudio de las sociedades occidentales, los mundos contemporáneos y la “sobremodernidad”.
Aunque El Viejo -así lo llamaban en Costa de Marfil cuando tenía apenas 40 años, un término que era un elogio, una especie de título honorífico- se quejaba de su castellano “un poco maltratado”, lo practicaba cada vez más en sus frecuentes visitas a la Argentina. Su escritura siempre pretendió fugarse de la antropología hacia las orillas de la literatura. De hecho, en una entrevista con Página/12 en 2016, cuando participó de “La noche de la filosofía” en el Centro Cultural Kirchner, confirmó que había escrito y publicado en francés tres novelas, que aún permanecen inéditas en español: La Mère d’Arthur (La madre de Arturo, publicada por Fayard, 2005), Quelqu’un cherche à vous retrouver (Alguien busca reencontrarse con usted, editada por Le Seuil, 2009) y La Sacrée Semaine qui changea la face du monde (La sagrada semana que cambió la cara del mundo, publicada por Odile Jacob, 2016).
La Sacrée Semaine… se desarrolla en 2018; el papa Francisco pronuncia la tradicional bendición “Urbi et orbi” y declara: “Dios no existe”. Todo esto es visto a través de los ojos de un profesor jubilado, que sigue los acontecimientos por televisión, según comentaba el antropólogo. Augé, que sin duda fue el más literario de los etnólogos franceses, inauguró la segunda edición del Festival Internacional del Literatura en Buenos Aires (Filba), en septiembre de 2010.
El antropólogo más literario
Para el autor de Los no lugares, espacios del anonimato. Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, El tiempo en ruinas, Ficciones de fin de siglo, La guerra de los sueños, Travesía por los jardines de Luxemburgo y El viajero subterráneo: un etnólogo en el metro, entre otros libros, “escribir es crear una experiencia ambivalente del tiempo”, una frase que parece capturar los mundos que frecuentó. “Hay una diferencia radical entre el antropólogo y el escritor. Una buena antropología tiene que ser escrita porque ésa es su dirección última. Y esa escritura tiene una relación con el tiempo. Lo que quiero decir con lo de crear una experiencia ambivalente del tiempo es que hay un pasado de la experiencia de vida que utiliza tanto el antropólogo como el escritor, pero que sólo tiene significación en la perspectiva del fin. Cuando escribo, espero que al menos un lector –uno es suficiente– me lea. Porque si escribo quiero ser leído. La escritura y la lectura son experiencias profundamente antropológicas. No todos los antropólogos tienen una ‘escritura de escritor’, pero en la medida en que intentan comunicar algo –que es una constatación objetiva, pero también una experiencia subjetiva–, se conectan con el oficio del escritor”.
El antropólogo que aspiraba a “una escritura de escritor” fue alumno de la École Normale Supérieure, se licenció en Letras clásicas y después se doctoró en Letras y Ciencias Humanas. “La imaginación es importante en todas las disciplinas, incluso en las científicas. No hay ciencia sin imaginación, porque los científicos tienen que elaborar hipótesis. Y una hipótesis es también una proyección. Necesitamos jugar con la imaginación pero cuando interpretamos las palabras y las teorías que atribuimos a los otros debemos ser cuidadosos, porque a veces tenemos demasiada imaginación. Lo más difícil es intentar imaginar lo que los otros están imaginando. Es como imaginar los personajes de una obra de teatro que no hemos creado”, comparaba Augé, que en 1985 fue elegido director de la École des Hautes Études en Ciencias Sociales (EHESS) y también fue responsable y director de diferentes investigaciones en el Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS).
El antropólogo francés que inventó el término “etnoficción” con la idea de hacer las cosas más perceptibles para los lectores decía que los escritores del siglo XVIII como Voltaire o Montesquieu tenían personajes que eran menos importantes por su psicología que por lo que lograban destacar de las sociedades en las cuales vivían. “El etnólogo puede llegar a desdoblarse y considerarse él mismo el sujeto de estudio, como hice en El viajero subterráneo. Un etnólogo en el metro, donde indagué sobre la alteridad y la identidad en el metro y no tenía mejor informante que yo mismo”, explicó y agregó que en un libro anterior, La travesía por los jardines de Luxemburgo, la idea de “etnoficción” ya estaba latente.
¿Qué es la literatura? Esta pregunta le interesaba a Augé porque estaba convencido de que a menudo se entendía por literatura la novela. ¿O no son escritores Voltaire, Rousseau o Montesquieu?, aportaba un interrogante más para estimular la reflexión cuando afirmaba que hoy cada uno de los integrantes de ese “trío” fundamental de la cultura francesa serían considerados científicos, humanistas, filósofos. “Son escritores que han escrito ficciones, aunque no siempre”, aclaraba.
“Hay una frase del novelista Julien Gracq que se refiere a este problema a propósito de la filosofía. Dice que es evidente que Kant no es un escritor, pero que Nietzsche es un escritor. Hoy tenemos una idea demasiado pobre de la escritura literaria. La literatura es más que la ficción. No es suficiente escribir ficciones para ser un escritor. A menudo se confunde literatura y ficción”, advertía. “La sociedad de consumo introduce, por intereses propios, esta confusión, sugiriendo que sólo la ficción es literatura. Lo que no es cierto. Cuando pensamos en la literatura del siglo XIX, hay mucha información en las obras de los novelistas, como en Balzac”.
La ideología del presente
En uno de los capítulos de Futuro despliega su confianza en lo que ha llamado “una utopía de la educación”, “la única esperanza de reorientar la historia de los hombres en la dirección de los fines”. En este ensayo, el antropólogo francés pone la lupa sobre una idea cuyos sentidos parecen olvidados por la pérdida de la perspectiva histórica: las complejidades del futuro se han borrado en un mundo amputado por la creencia de que se vive en una especie de “presente perpetuo”. “Tenemos un serio problema para imaginar el futuro, estamos viviendo en una ‘ideología del presente’ debido al régimen de la repetición de las imágenes y los mensajes que se difunden a través de los medios", reflexionaba Augé. "Es cierto que estamos más informados que nunca, ¿pero informados de qué? De noticias que son parciales y que se combinan para sugerir una situación general del mundo. Cada uno de nosotros estamos también alienados en nuestros medios de comunicación, de tal manera que finalmente hay una existencia que parece completamente vinculada con la idea del “puro presente’”.
Las dificultades para imaginar el futuro eran una preocupación para el antropólogo. “La paradoja es que la ciencia avanza muy rápidamente y no sabemos cuáles van a ser los conocimientos dentro de 30 años, no los podemos imaginar. Hay un efecto de extenuación del futuro. Sé que hay una ‘literatura de anticipación’, pero lo que puede anticipar, lo que puede observar, cambia tan rápido que es muy difícil imaginar las consecuencias, salvo de manera completamente fantástica. En las películas de ciencia ficción se imaginaba a partir del pasado. Pero el pasado no nos interesa más, ahora vivimos en el presente. En esta paradoja de no saber utilizar el tiempo, no podemos conjugar el pasado y el futuro”, precisaba Augé en su última visita a la Argentina. Entonces, además de participar de “La noche de la filosofía”, presentó los libros que habían publicado en el país: El antropólogo y el mundo global (Siglo XXI), ¿Qué pasó con la confianza en el futuro? (Siglo XXI), Futuro (Adriana Hidalgo) y El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo).
Los no lugares
En El metro revisitado postula que escribir un libro es una experiencia de muerte, como el amor en Marcel Proust; que un libro una vez publicado sigue el camino que le imponen los lectores. A más de treinta años de la edición de Los no lugares (Gedisa, 1992), Augé escribió que si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, “un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar”.
El antropólogo subrayaba que “la sobremodernidad es productora de no lugares”. En la contratapa de la primera edición del libro en español, publicado por Gedisa en 1993, se anticipa el impacto que generará este texto: “Si tras leer a Proust las magdalenas ya no volvieron a saber igual, después de este libro las esperas en los aeropuertos, las colas en los peajes, adquieren una nueva significación, en un mundo que podía sentirse asfixiante en su devenir, pero que no parecía inquietante en el deambular cotidiano”. La expresión no lugares ha tenido cierta fortuna, pero también generó un poco perplejidad en quien acuñó el concepto. “He utilizado una palabra que correspondía a un síntoma y que ha servido para razones diversas, incluso en disciplinas distintas como el urbanismo, la arquitectura, el arte y la literatura. Claro que hay relaciones que se podían establecer, cómo negarlo. Pero es un término que se ha escapado totalmente de mis manos”, reconocía el etnólogo francés en una entrevista con Página/12.
“Tomar conciencia de pertenecer a la especie humana cambia la pregunta a la que nos somete la edad, sustituye el ‘¿qué soy?’ por el ‘¿quién soy?’. Esta sustitución permite escapar de las lamentaciones del ego herido y de las insignificancias del egocentrismo”, argumentó hacia el final del ensayo “Todo el mundo muere joven”. El antropólogo de lo cotidiano tenía los gestos de un niño travieso, una indómita curiosidad y una sonrisa contagiosa. “La edad acorrala a cada uno de nosotros entre una fecha de nacimiento de la que, al menos en Occidente, estamos seguros y un vencimiento que, por regla general, desearíamos diferir", confesó Augé. "El tiempo es una libertad; la edad, una limitación”.