En la escena electoral las tres figuras principales fueron mujeres: Cristina Fernández de Kirchner, Elisa Carrió y María Eugenia Vidal. No pasa desapercibida una feminización de la política. Se habla de “ella”, acá y allá. ¿Pero es un latiguillo o algo más? Algunos analistas por supuesto señalan a las figuras femeninas sólo como mascarón de proa: lo que importa es la ratificación del poder de Mauricio Macri. Es una forma de devaluarlas. Otros lo evalúan como mera estrategia electoral: marketing de época. Es una forma de banalizarlas.

Pero el punto es volver, una vez más, sobre lo que expresan las figuras femeninas mayoritarias en términos de votos y representatividad política. Por eso la feminización tiene dos lados. Entendida en su aspecto sólo cuantitativo refiere a que más mujeres ocupen espacios, en este caso de poder. Ese es sólo un primer aspecto y respalda todas las políticas que hablan de cupo. Pero también permite medir límites: eso parece haber pasado con la impugnación judicial de una lista compuesta sólo por mujeres en Santa Fé.

Sin embargo, la feminización de la política, de modo más sustancial, es un campo de batalla sobre los sentidos de lo femenino que se moldean en esas figuras, sobre los gestos que consagran una definición de lo que hacen las mujeres en y con el poder, de las estampas que los medios producen sobre ellas y de las agendas y políticas concretas que pueden o no llevar adelante.

Pero este protagonismo de mujeres en la escena política partidaria no es un dato de “color”, como suele analizarse, si lo leemos exigidas por el contexto de las masivas movilizaciones de mujeres, lesbianas, trans y travestis que han tomado las calles, las casas, las camas y los espacios laborales, comunitarios y estudiantiles en los últimos tiempos. No porque una cosa explique la otra. Sino porque es el movimiento de la calle el que produce visibilidad para otros cuerpos feminizados y para otros modos de enunciación política; porque es en la calle donde se cocinan otras ideas de construcción de poder y otra interpelación a la escena pública que se desboca, se ensancha y se desalinea de las arquitecturas de las listas y las campañas mediáticas. 

Desde esta otra visibilidad callejera, lo público mismo está en disputa cuando no queda monopolizado por el cronograma electoral ni reducido a sus fechas y avatares. Eso quiere decir la consigna histórica de muchas feministas de que nuestros sueños, deseos y prácticas no caben en sus urnas.

Cuando las mujeres, lesbianas, trans y travestis toman las calles se produce una política distinta,con capacidad de cuestionar, exigir y disputar la idea misma de feminización de la política. Incluso para decidir abandonarla y regalársela al mercado.

Pintar de blanco

La emergencia de la gobernadora María Eugenia Vidal como la figura más destacada del escenario electoral revela un modo claro en que la feminización de la política puede declinarse. Ella cosecha adhesiones con sus modales de madre conciliadora y comprensiva, pero con autoridad moderada. Logra combinar tradicionalismo con modernidad: se separó de su marido (el intendente de Morón, Ramiro Tagliaferro) apenas inició su gestión sin alterar un ápice su estampa de esposa diligente. Y eso es porque logró transmutar esa entrega a una pura dedicación a la gestión. No deja de repetir a qué hora ya está en la gobernación y el sacrificio familiar que eso implica. Pero tiene una tarea y se reivindica sensible como ninguna gobernación peronista en las últimas décadas ha logrado serlo en la provincia. Otro punto fuerte de su impronta es cómo Vidal hace de la cuestión de la seguridad una preocupación personal. Por eso, luego de recibir amenazas, decidió mudarse y ahora su casa es en la Base Militar de Morón. En una entrevista reciente con Jorge Lanata justificó la elección en relación a sus hijxs: “Yo me iba todo el día y ellos quedaban solos. Esta casa se usaba como recepción. Cuando pinté de blanco, empezó a ser más mía. Armé los cuartos con mis hijos. Al principio, costó. Trato de no pensar que es una base, hasta que entro. Trato de vivir como una casa más” (negritas en el original).

Vidal es la contracara perfecta de un conurbano que se presenta como tierra de nadie o como una especie de lejano oeste “incontenible” o ingobernable. Ofrece esperanza de pacificación. ¿Quién no quisiera pintar de blanco todo el conurbano y dejar de pensar que es un territorio militarizado? Ella habla de su casa, pero su casa no es cualquier lugar. Metaforiza, en un lenguaje de gestos nada ingenuo, una lectura de buena parte del electorado.

Ella pareciera decirnos que la seguridad tratada como una cuestión de “deco” y de preocupación por los hijxs se hace menos truculenta y más cotidiana, menos agresiva y más palpable. Y los lugares militares (espacios del horror de hace algunas décadas) logran aggiornarse si tratamos de no pensar en lo que son y los redefinimos como un modo de enfrentar a las “mafias” (presentadas como el “horror” actual). Las mafias que la gobernadora pone como ejemplo, en la misma nota, son los empresarios de… ¡La Salada!

Así, su blanquitud se quiere piadosa: su vara es el esfuerzo y no los condicionantes de clase. Su preocupación principal son los hijos y no los “delincuentes”. ¿Quién no se siente interpelada por armar los cuartos con los hijos y ofrecerles un lugar seguro? ¿Quién no comparte la preocupación de dejar a lxs hijxs cuando se sale a trabajar? 

La función clásicamente femenina y contenedora, de romantización del hogar ahora en clave de securitización, se cumple a la perfección y condensa el miedo difuso y difundido entre todxs y que hoy se llama inseguridad. Ella lo escenifica además en jeans y sin tailleurs. Nada dramática pero mostrándose convencida (así como gestionó el conflicto con lxs docentes a principio de año).

Eso sí, Vidal no dio respuesta cuando las trabajadoras despedidas de un día para otro por la transnacional Pepsico le pidieron no ser reprimidas por la policía bonaerense y le dijeron que también eran madres: “Muchas de nosotras somos sostén de hogar, madres solteras, esposas que llevamos parte de lo necesario para sostener a nuestras familias”, le escribieron en una carta. O sea, a pesar de la valorada función procreadora, no todas las madres son iguales. 

Con esta modalidad política, Vidal logró cubrir con su legitimidad a un candidato que, vapuleado por sus lapsus incluso en la prensa internacional, parece haber puesto en palabras el inconciente colonial de nuestra ciudadanía. 

Sin carisma de ningún tipo, a Esteban José Bullrich Zorraquín Ocampo Alvear sin embargo le sobra linaje, tradición y propiedad. Por eso le quedó tan familiar hablar en Neuquén de una “nueva Campaña al Desierto”, al inaugurar un hospital-escuela, verbalizando de modo anticipado y sin querer queriendo los fundamentos de la política de represión actual de la otra Bullrich, Patricia, contra la comunidad mapuche.

Volvamos a Vidal. Hoy ya es festejada como una candidata presidencial para 2019. El artífice del marketing de Cambiemos, el asesor Jaime Durán Barba, parece que le había dicho que la clave de su éxito era  “mostrar que ella puede hacerse cargo de todos los problemas y resolverlos”. Vidal parece buena alumna. La feminización de la política también tiene este rostro de eficacia neoliberal donde el esfuerzo de las mujeres tiene metas que pueden medirse pero que a la vez son indefinidas en un horizonte de sensibilidad sin límites, impulsadas por un esfuerzo denodado que parece convalidarse en la propia experiencia histórica como mujeres.

La portada de la Revista Caras acaba de pontificarla por su estilo “natural-chic”: “impone tendencias: ponchos, minifaldas y outfits prácticos para una mujer todoterreno que asume desafíos sin perder su esencia”. O sea, asumir desafíos podría ir en contra de la esencia femenina pero no si se lo puede hacer con cierto decoro. La esencia, claro está, es la racionalidad multitarea (todoterreno) exitosa del neoliberalismo emprendedor que pone los desafíos a raya. E incluso a veces el estilo natural chic incluye enojos como el que mostró y fue tan festejado frente al periodista de Intratables, Diego Brancatelli. Su frase para comentar el sobrevalorado episodio parece estar bastante pensada: “Sí, me enojé, hice lo que sentí”.

El video que hizo del timbreo a lxs vecinos, donde se la muestra emocionada por volver a la carnicería de su barrio, fue parodiado en las redes pero no deja de generar dudas de su eficacia.

Tal vez Mariúya está imaginando pintar la Casa Rosada y convertirla en la Casa Blanca. El rosa ya no nos representa, podrá decir. 

 

La incontenible

Lilita Carrió logró un éxito rutilante en los comicios. La mitad de la ciudadanía porteña y en todas las comunas la eligió en las PASO, consolidando una vez más el bastión donde el experimento macrista se hizo fuerte. La figura femenina que enarbola es la de la pedagoga. Ella misma lo reivindicó en el discurso público. Aun así, se deja retar y sonríe. Macri lo hizo en pleno festejo. Haciendo referencia al almuerzo que habían compartido el mismo domingo, la denigró por comer: “Le dije a Lilita que coma liviano porque teníamos que festejar y no dejó nada en la parrilla”. A la pedagogía del discurso, esa cruzada contra la corrupción y la mafia que es la marca de largo plazo de Carrió (y que en otros momentos le hizo ganar los votos progresistas), sumó ahora una nueva faz corporal pero a la altura de la campaña. Se la veían en muchas publicidades abrazando gente, escuchando. Como una performance de abrazos gratis (esa que hoy se difunde en algunas plazas y marchas), Lilita multiplicó una imagen donde el liderazgo carismático de una mujer que tiene una misión en la vida interpela a sus votantes desde la contención. 

Ya no solo el enojo y la tribuna, ahora la apuesta fue a la amabilidad y la sonrisa. Tal vez teniendo en cuenta cómo Durán Barba la había caracterizado el año pasado-”esa señora que tiene una lengua tan larga”- se comprende la apuesta comunicacional. Hay que recordar que Carrió no se privó de criticarlo y de decir que él la odiaba.

Esta vez su imagen se centró en los carteles de campaña que imitaban selfies en gigantografías y que la reproducían rodeada de gente por toda la ciudad. Abrazo en clave selfie. Donde todxs se ven casi a la misma altura. Ilusión de que estamos juntxs y vamos juntxs. Una igualdad a medida de la imagen apaisada, al modo del celular.

Abrazo, sonrisa y selfie = producción de cercanía y abrigo contra la intemperie urbana y mafiosa. En el cierre de campaña, le habló a lxs votantes de forma moderada y preocupada: “Te pienso todos los días, no bajo los brazos, pero no los bajes vos tampoco, porque tenemos que demostrar que este cambio que hemos decidido, no fue porque nos parecía lindo, sino a conciencia y poniendo el corazón”.

Otra codificación de alto marketing contra la sensación de inseguridad. ¿Quién podría quedar ajeno a semejante combinación de dispositivos anímicos?  

Carrió sin embargo es una figura más errática, o más incontenible. Coquetea sin problemas con el ridículo. Hay que recordar sus fotos abrazada a la muñeca en 2014, a la que había bautizado Republiquita y decía que se dormía con ella bajo el slogan que tuiteó: “A la Republiquita la cuido yo!!!”. O paseando la misma muñeca en un carrito en Mar del Plata.

En el escenario del domingo pasado, insistió con que está más acostumbrada a perder que a ganar. Agradeció a sus hijxs, a quienes dijo que les robó tiempo a favor de su tarea. Esto sin embargo redobla su perfil de mujer abnegada, entregada a una causa mayor: algo así como un fundamentalismo moral que se concentra espiritualmente en su persona.

Sin embargo, su discurso republicano -incluso con sus desvaríos- y su entusiasmo religioso se complementa perfecto con el neoliberalismo que enarbola Cambiemos. Por eso Carrió pudo decir, elogiando el plan de urbanización de las villas en la ciudad de Buenos Aires, que la tarea es “construir ciudadanía donde hay parias”. Parece convencida de que si esa conversión se da, adviene la república (blanca).

 

La jefa

La construcción de la figura de autoridad de Cristina es la más tradicional y tal vez hoy la más inofensiva en el sentido que conecta sobre todo con quienes la siguen, con un electorado politizado en un sentido más clásicamente ideológico. Ella se ha reivindicado siempre como una política en el aspecto más tradicional de la palabra: trayectoria, pertenencia orgánica, verticalismo. De allí también que parte de su política es pedagogía: discurso elaborado, voz de autoridad, confianza en los liderazgos.

Durán Barba ironizó que los cambios en su campaña, al poner por ejemplo un escenario de 360 grados en el último acto y no rodearse de dirigentes sino de “gente común” afectada por las políticas macristas, parecían responder a que sus asesores leyeron su libro Cómo diseñar una campaña electoral, donde se recomienda qué aspectos de lo femenino pueden jugar a favor de las candidatas mujeres.

Más allá de la ironía (que también remite al asesor, también ecuatoriano y conocido de Durán Barba, que asesora a la ex presidenta) sí puede resaltarse que la figura de Cristina que se mostró en la última campaña subrayó su aspecto de escucha y contención, moderando la imagen de los momentos más revulsivos que su figura cosechó. Y abandonando gestos que desde la oposición se caracterizaban como conflictivos, propios de la “crispación” y la “grieta”, esas palabras que parodiaron la confrontación política en los últimos años. Ella lo hizo a partir de poner el foco en los efectos de la crisis -ajuste e inflación, aumento de tarifas y desempleo, sobre todo- pero dando la voz a lxs afectados. Un tono de denuncia imbricado con la vivencia personal.

Tal vez lo que llama la atención es cierto reacomodamiento del papel de las mujeres que estas elecciones iluminan a partir de las estrategias elegidas por las protagonistas del sistema político de partidos. Donde se refuerza el papel de la contención frente a la amenaza de la crisis. Donde la escucha las ubica en un lugar de comprensión. Donde la sensibilidad frente a los padecimientos se conjuga con lenguajes distintos pero constantes de auxilio. Donde se refuerza la imagen más que el discurso. Reacomodamiento en un doble sentido. Por lo menos en el caso de Cristina y de Lilita, frente a sus estilos anteriores, mucho más enfáticos.Reacomodamiento también en cuanto a la interpelación del momento actual, ya que no parece haber traducciones evidentes entre el movimiento que sucede en las calles y lo que se dirime en la arena electoral. 

A la hora de los comicios, la disputa sobre el papel de las mujeres tiene las riendas puestas por el marketing político (verdadera conducción del proceso). Que parece hoy más que nuncadictar los modos en que lo femenino puede o no contribuir y, por tanto, amoldarse ala regla del éxito electoral. El marketing trabaja y modula sobre las opiniones, expectativas y balances que hoy no explican ni la economía a secas ni las fidelidades partidarias. Mientras tanto, otro tipo de disputa sigue en las calles.