Como la voz en vilo de La débil mental, la novela de Ariana Harwicz (Mardulce): “Busco una palabra que reemplace la palabra. Busco una palabra que indique mi devoción. Esa palabra que sea el punto, la distancia, el centro exacto de mi delirio (…) Ahí me levanto nerviosa, la cabeza en sangre espesa. Camino por la casa y abro las ventanas. El viento barre los cuerpos de los insectos atrapados en el mosquitero”, la voz poética de Forugh Farrokhzad (1935 – 1967) también compone soledades sobre el escenario: “Hablo desde lo hondo de la noche. Desde el extremo de la oscuridad y desde el fondo de la noche hablo. Si vienes a mi casa, trae para mí una lámpara y una ventana para ver la dicha de la calle que bulle”.
Voces cardinales en vilo, suspenso de vestíbulo para la intimidad y el recelo. Forugh Farrokhzad nació en Teherán, Irán, fue poeta y directora de cine y fue, durante muchos años, una mujer prohibida, una mujer olvidada. Se casó a los dieciséis años (el novio tenía más de treinta), se divorció y perdió la custodia de su hijo al que además le prohibieron verlo porque publicó un poema contando una aventura de amor con el editor de una revista: “Pequé un pecado de placer/en un abrazo ardiente".
A la piedra del escándalo no le perdonaron el calor, el placer, los abrazos, que no estuviera arrepentida, que no usara seudónimo y lo firmara con su nombre, que apareciera su foto. No le perdonaron lo que les perdonaban a los hombres: el romance y la escritura autobiográfica -la escritura autobiográfica de mujeres no existía en Irán-. El hostigamiento social y familiar devino en crisis, intento de suicidio, internación psiquiátrica y sesiones de electroshock.
En entreactos, un poema dedicado a su hijo: “Me buscarás en mis palabras / y te dirás: Madre mía, así fue”, pedía borrar la distancia impuesta y el colapso. Hija de un coronel del ejército y de una ama de casa, Forugh sabía que su poesía no era solo la poesía “femenina” en la que querían encasillarla: “lo importante es la humanidad, no ser hombre o mujer”, dijo frente a un micrófono mientras intentaba salir del horror.
En 1962 dirigió un documental La casa es negra, una película “imprescindible”, “una de las pocas fusiones logradas de poesía literaria y poesía cinematográfica”. Hermanada por la crítica con Las Hurdes de Buñuel y con Freaks de Tod Browning, La casa es negra muestra la vida cotidiana en una colonia de leprosos en Tabriz (al noroeste de Irán) donde Forugh vivió doce días y donde conoció al niño que después adoptó.
Narrada con su voz y sus propios versos, la película ganó el gran premio de 1963 en el Festival de Cine de Oberhausen, Alemania. Murió el 14 en febrero de 1967, tenía treinta y un años, en un accidente de tránsito cuando volvía de visitar a su mamá. “Le dije a mi madre: Este es el final. / Antes de que te des cuenta, sucederá. Enviemos mi obituario a los periódicos”, dicen los versos de un poema suyo que la muerte convirtió en elegía y presagio.
La voz en vilo indaga la tierra que pisa: "Y aquí estoy / una mujer solitaria / en el umbral de una estación fría" para construir, entre el aura de los sueños y los peñascos de la realidad, un prisma de belleza libre.