"¿Cómo colaboro con estos raperos y raperas, si lo mío no es la música?", se preguntó una vez Martín Biaggini; investigador, docente y director de cine, entre otras habilidades. El contexto de su pregunta tenía que ver con un sujeto de investigación y, en consecuencia, con una metodología: la observación situada. "Bueno, justo también soy fotógrafo", se contestó, dando origen a una larga serie de capturas hip hoperas en barrios vulnerables del conurbano y la ciudad, como Fuerte Apache, la Carlos Gardel, Ciudad Oculta, Puerta de Hierro, Villegas, la Palito o Isla Maciel. Algunas de esas fotos aparecen recopiladas en su libro Cinco mil disparos, recientemente publicado por Walden Editora.
Justo cuando la cultura urbana corre como significante semivacío por las venas del sistema, este trabajo muestra todos los elementos del hip hop en un plano mucho más realista, desapacible y políticamente incorrecto. Para el autor, cuya actividad oscila entre la academia y la calle, lo primero a resolver era una cuestión ética, central cuando se trata de barrios vulnerables: ¿quién nos da permiso para investigar?
"O sea: yo me meto en un barrio, te saco una foto, te entrevisto, te extraigo datos y después publico un paper, viajo al exterior, me hago el experto. Se llama extractivismo académico, algo que se debate en las ciencias sociales y con lo que no estoy de acuerdo", destaca Biaggini, que en el libro logró cruzar dos de sus intereses más desarrollados: la cultura popular y la vida en los barrios marginales. En ese sentido, ya había realizado otras publicaciones como Rap de acá. La historia del rap en Argentina (Leviatán, 2020), y fue co-editor de Alto Guiso: poesía matancera contemporánea (Leviatán, 2016) y Paredes del conurbano. Arte política y territorio (Leviatán, 2018).
Volviendo al interrogante inicial, encontró la forma de observar desde adentro sin pecar de extractivista. "Ellos necesitan fotografías en alta definición, porque las plataformas lo piden, así que me transformé en el fotógrafo. Hoy ya no es más sólo una investigación de la universidad o de mi tiempo libre, también soy parte de estos núcleos sociales. Es más, estamos armando una red de raperos y raperas, así que ahora forma parte de mi vida", reconoce.
- ¿En qué momento de tu recorrido apareció el hip hop como objeto de estudio?
- Yo vengo del rock nacional de los '70 y '80, pero toda la vida me dediqué a estudiar la cultura popular. Mis primeros trabajos fueron sobre barrios del conurbano, después empecé a estudiar paredes: grafitis, muralismo, pintadas políticas; y el tercer trabajo fue sobre literatura. Estaba estudiando si existía una poesía del conurbano, si tenía algún tipo de característica o simplemente era poesía sin incidencia de lo geográfico.
- ¿Qué encontraste?
- Hice un relevamiento de grupos literarios y en un momento dije: "¿Y en los barrios no hay poesía? Tiene que haber poesía". Entonces me crucé con un momento histórico en el que el rap explotó, principalmente el freestyle. Y en todos los barrios, en los pasillos, en las plazas, se juntaban los jóvenes a improvisar. Ahí estaba la poesía, con un tema de aprendizaje informal terrible, porque la mayoría de estos pibes y pibas no terminaban la escuela pero aprendían a usar tecnología. Me impactó, quedé enamorado del tema y arranqué.
- ¿Por qué creés que el hip hop tuvo esa potencia, a diferencia de otros tipos de expresión?
- Hoy, con un celular, una piba, un pibe, graba, sube, gana seguidores, comparte su música. Y en la barbería del barrio la escuchan, porque saben que es el rapero local. Estamos en una uberización de muchos servicios, lo que por un lado es bastante nefasto y por otro le abrió las puertas a un montón de gente que no tenía acceso a producir. Desde el conurbano se están subiendo miles de temas por día de rap, RKT, música urbana o como quieran llamarlo. Con diferentes calidades y categorías, hay desde ramas conscientes con letras llenas de contenido hasta muchos temas para divertimento.
- Entonces, ¿cuál es el objeto principal del libro: el conurbano o el hip hop?
- El hip hop. Creo que soy más escritor que fotógrafo, pero como me transformé en el fotógrafo de estas pibas y pibes, empecé a tener un stock. Saco fotos todos los fines de semana. Me encantó el libro, porque están todos los barrios, están los cuatro elementos y las tres generaciones del hip hop que identifico en la Argentina: la vieja escuela, la primera generación y los raperos 2.0. No solamente se nota la actividad, el pibe o la piba rapeando, los DJ scratchando, los grafiteros grafiteando o los breakers bailando, sino también la comunidad: la crew, la ranchada, la juntada. Elegir las fotos fue arduo, porque no tenía 5 mil sino 70 mil fotos.
- ¿Con qué criterio las elegiste?
- En todas mis fotos hay un denominador común que es el de gente haciendo lo que le gusta y disfrutando del momento, en comunidad. La mayoría están sacadas en lo que se denomina "asentamiento de emergencia", "villa de emergencia", "barriada" o como quieran llamarlo, y muestran otra cara de esos barrios. Tengo una cuestión ética: no le saco fotos a nadie en situación de vulnerabilidad. El libro hace un recorrido visual de estos siete años de investigación, de 2015 para acá, donde he visto cosas muy feas, y no me gusta exponer a nadie. Lo que muestro es positivo: una juventud que está creando y produciendo.