Vórtice no es una serie de ciencia ficción, ni una historia de anticipación. En Vórtice la tecnología está imbricada con el terreno de los sensible. Esta serie francesa de seis capítulos creada por Sarah Farkas y Camille Couasse que puede verse en Netflix, es un material enmarcado en el posthumanismo, esa línea filosófica que sostiene que nuestra entidad de seres humanos no debe separarse ni de la naturaleza, ni de las cosas, ni de la tecnología porque todas estas categorías son susceptibles de generar agenciamientos.

Ludovic Béguin (Tomer Sisley) es un policía que investiga el asesinato de una joven en la playa de Corsen, en la Bretaña francesa. En ese mismo lugar murió su esposa hace 27 años. Estamos en el 2025 y los métodos de trabajo para un policía de sus características cuentan con la ayuda de la realidad virtual. Él entra a una sala y puede trasladarse, gracias al registro minucioso realizado por una serie de drones, al lugar de los hechos y conseguir una información cuantiosa y detallada que sería imposible capturar a simple vista para el ojo humano. Aquí la tecnología se convierte en la ampliación de ciertas facultades y en una aliada para descubrir lo que la atención humana y sus posibilidades de asimilación no alcanzan a ver. Pero lo que ocurre es que ese mundo virtual le permite a Ludovic reencontrarse con su esposa antes que muriera, cuando era una abogada de 28 años, en esa misma playa a la que ella solía ir a correr o simplemente a disfrutar del mar y estar sola.

Esa falla tecnológica que saca a Ludovic de la temporalidad de la escena del crimen, podría entenderse como una radiación de sus emociones, sus recuerdos, su propio inconsciente que los algoritmos logran interpretar.

A partir de ese reencuentro con Mélanie (Camille Claris) en una realidad virtual que para ellxs tiene un impacto de verdad contundente, el objetivo de Ludovic será impedir que Mélanie muera pero sin alterar su presente. Ludovic tiene un hijo con Pavana, su nueva esposa, además la hija que tuvo con Mélanie, Juliette (Anaïs Parello) es una médica que está haciendo su residencia. Tiene la edad de su madre cuando murió y ha formado una pareja feliz con otra mujer. Ludovic no quiere perder ese mundo que construyó después de la muerte de Mélanie pero también sigue amando a su mujer muerta y no se perdonaría dejar pasar la oportunidad de salvarla.

Vórtice se convierte en una serie filosófica, más allá del caso policial a resolver. En los intercambios con Mélanie, cuando ella pide ver el expediente de su muerte, descubren que la joven no murió en una accidente sino que fue asesinada. El indicio surge a partir de un anillo que muestran las fotos de su cadáver que Mélanie no reconoce como propio y que también portaba la joven asesinada en la playa. Es muy probable que se trate del mismo asesino. Entonces descubrir quién mató a Melanie significa también resolver ese caso que le asignaron a Ludovic en el presente. 

En Vórtice las temporalidades pierden un orden cronológico: el amor que Ludovic sintió en el pasado por Mélanie sigue existiendo aunque ella esté muerta y sea solo un ser virtual al que no puede tocar ni besar pero también ama a Pavana (Zineb Tricki). Ludovic preferiría no tener que elegir pero al intentar salvar a Mélanie sabe que ese amor deberá integrarse, de algún modo, en su cotidianidad. Es interesante aquí como Pavana que respeta y acompaña el recuerdo de Mélanie, que crió a Juliette como si fuera su hija, a medida que Ludovic se empecina en salvar a Mélanie pierde su actitud comprensiva (ese equilibrio que la hacía esquivar los celos) porque entiende que ese fantasma va a convertirse en una mujer real si la magia de la virtualidad hace efecto.

De esto también habla Vórtice, de una tecnología que, por un lado, lleva a suponer que guarda cierta sensibilidad para interpretar a los sujetos y actuar en función de sus deseos (Juliette y Ludovic son los únicos que consiguen ver a Mélanie, entonces el funcionamiento de la realidad virtual no obedece a una justificación científica sino que se explica desde lo afectivo) pero, por otro lado, esas herramientas virtuales obligan a negociar, establecen sus propias reglas independientemente de las fantasías de los sujetos implicados y funcionan como narradores o dioses que determinan los hechos y hacen que las personas no sean totalmente dueñas de las acciones y sus resultados. 

En Vórtice la subjetividad es relacional. Cada decisión que los personajes toman como si fueran autores que están escribiendo una novela, afecta a los otros personajes, por lo tanto los enfrenta a un dilema ético donde los deseos personales, aun aquellos que buscan salvar una vida, deben abrir el campo y contemplar los daños y beneficios de su entorno.