A una semana del comienzo del mundial femenino de fútbol, la búsqueda de resultados victoriosos mantiene su jerarquía habitual dentro de uno de los deportes más competitivos del planeta. Sin embargo, al ponerse el ojo en Australia y Nueva Zelanda -actuales sedes mundialistas- podría vislumbrarse un debate que va más allá de si las jugadoras argentinas logran o no romper el récord de ganar por primera vez un partido en un mundial superando aquel empate contra Japón en Francia 2019.
La profesionalización del fútbol en Argentina, los clubes de barrio y su apuesta a que el fútbol no sea solo de varones, el nivel de alto rendimiento al que están llegando los países que poseen mayor jerarquía, el rol de las estrellas y qué es finalmente llegar al éxito en el deporte son algunas de las líneas de reflexión que se abrieron en los últimos años en relación al fútbol femenino a nivel local. Sin duda la masificación del feminismo tuvo un papel central en abrir algunas puertas.
¿Se puede imaginar un fútbol que no cierre sus filas en el producto y en la organización como corporación? ¿El fútbol femenino es capaz de hacer tambalear los mandatos de masculinidad que desembocan en lo habitual que resulta que en un partido amateur se le patee la cabeza a un árbitro? ¿Qué sucedió desde el 2017 hasta acá y qué falta que suceda?
Línea de tiempo en tiempos feministas
En 2017 las jugadoras de la selección argentina realizaron un paro reclamando viáticos y mejores condiciones para jugar los partidos oficiales. En ese momento venían de dos años de inactividad porque les faltaba casi todo. Desde la indumentaria hasta la posibilidad de viajar a los partidos sin tener que dormir en terminales de ómnibus porque un avión era inimaginable.
En ese 2017 la visibilidad de estos reclamos no iba a alcanzar su pico máximo, aunque el contexto del auge de la lucha por la legalización del aborto prendía la mecha en otras luchas. La primera vez que se escuchó masivamente el reclamo de las jugadoras fue en la Copa América Chile en 2018: las jugadoras argentinas posaron en una foto haciendo la clásica señal del Topo Gigio para reclamar a los dirigentes la escucha de sus demandas.
En ese mismo año, un partido histórico en la cancha de Arsenal de Sarandí hizo que se corriera la voz de que estas jugadoras venían a disputar un sentido en la historia del fútbol femenino en nuestro país: estaban convencidas de que había que profesionalizar el fútbol femenino, ya no era posible que tuvieran que costearse el viaje al predio de Ezeiza de sus propios bolsillos para jugar un partido oficial o que tuvieran que usar sus propios botines. Ese partido tuvo dos acontecimientos fundamentales para el análisis: el primero es que Argentina logró empatar con Panamá y clasificar para el Mundial de Francia 2019 después de 12 años de no participar del certamen. El segundo es que las gradas estaban copadas por organizaciones de fútbol feministas, pibas de clubes de barrio y las mismas pioneras argentinas que habían jugado el Mundial de México 1971. En ese momento fueron sin DT, ni camisetas ni botines y le ganaron a Inglaterra 4-1 en el Estadio Azteca.
Los planetas estaban alineados, era el momento de juntar todas las partes y armar una cancha distinta e ¿ilusionarse con un fútbol feminista? En esa coyuntura llegó la profesionalización del fútbol femenino de la mano de un comunicado hipermediatizado de la futbolista Maca Sánchez al UAI Urquiza tras la decisión del club de desvincularla de sus funciones. Esto desató un enorme debate en torno a la precarización de las jugadoras de fútbol en nuestro país.
¿Fue el cambio más profundo que las jugadoras fueran reconocidas como trabajadoras? Desde 2019 hasta hoy el fútbol femenino tiene contratos, viajes, personal, indumentaria. Nada parecido a lo que sucedía en ese 2017 del primer paro. En este mundial por primera vez en la historia las jugadoras cobrarán de base 30 mil dólares por ser parte del Mundial y el dinero comienza a jugar un rol relevante en la organización del evento en relación a las instalaciones donde entrenar, los viáticos y los traslados. A esto se le suma un dato: de las 211 Federaciones asociadas a la FIFA, 8 están en el camino del “Equal Pay” que busca que las selecciones femeninas tengan los mismos salarios que las selecciones masculinas. ¿Es posible imaginar a Estefania Banini ganando lo mismo que Lionel Messi? Y si es posible imaginarlo ¿es esa la revolución del fútbol femenino?
2023: el futuro ya está acá
Ver a nenas jugando al fútbol en los clubes de barrio pinta otro paisaje, o al menos carga las tintas sobre la posibilidad de formular una ilusión: que puedan decir “mi sueño es jugar un mundial”, una frase de Diego Maradona niño que fue cantera de publicidades y de un imaginario social del fútbol como deporte y pasión nacional. Si bien ese es un sueño para muy pocos, en el caso de las niñas era un sueño para ninguna. Ahora las pibas podrían decir, tal vez tímidamente y en un porcentaje muy bajo “yo quiero ser futbolista y vivir del fútbol”. Pero ¿se podrá imaginar un poco más?
La derrota de la selección frente a Italia en el debut puede no verse como un fracaso ¿acaso la selección de Messi no arrancó perdiendo en Qatar? Se espera de esta selección una ilusión y una historia que le encaja muy bien a esa ilusión es la de Paula Bolaños, una niña que el año pasado jugaba en el Fútbol Club Cañuelas con un equipo conformado por varones en la Liga de Buenos Aires. Cuando cumplió 10 años, desde la Liga consideraron que no podía seguir ahí porque estaban frente a un torneo competitivo de varones. Paula tenía que postergar sus ganas y su ilusión de jugar hasta que aparecieran las ligas femeninas, tal vez hasta los 13 o 14 años. Los mismos varones que jugaban con ella -que también eran amigos- podían seguir jugando. La frutilla del postre fue que la Liga sancionó al Club y les quitó los puntos porque Paula no dejó de jugar.
Unos años después, Paula tiene su álbum de figuritas de este Mundial 2023, juega en una liga de fútbol femenino y está muy apasionada con la selección: “Hay algunos partidos que no los vi porque son muy temprano, me gustan mucho las historias de las jugadoras que desde nenas empezaron a jugar” dice Paula, que también es fanática de jugadoras de otros países como Marta de Brasil o Linda de Colombia.
El horizonte comenzó a expandirse como una avalancha que rápidamente encontró su cuello de botella y se amontonó en la puerta del amo: como Barbie lucha contra el patriarcado el fútbol femenino también es capaz de empoderar a mujeres y convertirlas en un abrir y cerrar de ojos en un producto, en una marca o en una consigna. El predio de Ezeiza ya tiene vestuarios para mujeres, la semi profesionalización es un hecho y la AFA tiene Departamento de Equidad y Género. Relatoras, periodistas, comentaristas y futbolistas mujeres empezaron a formar parte de ese firmamento exclusivo para masculinidades cis. ¿Qué hace falta imaginar para que todas las Paulis puedan soñar con jugar un mundial? ¿Qué estructuras del fútbol de barrio, del club, del compañerismo, la amistad hace falta recuperar? ¿Cuánta importancia tiene desarmar el binarismo de género y jugar a cambiar ilusión por producto?
Bonus track: de lo que se habla
En los mundiales no sólo se habla de fútbol: se vio en Qatar que entre partido y partido las redes sociales se fogoneaban con el gran grupo de amigos que habían conformado los jugadores de la selección: los chistes que se hacían entre ellos, los bailes en los vestuarios y el entretelón de un vínculo que -decían- era el secreto del éxito.
En la versión femenina también existe el cotilleo pero con ciertos bemoles. En esta primera semana de mundial hubo tres hechos, dos a nivel local y uno más internacionalista que captó la atención en las redes sociales: Yamila Rodriguez, la delantera argentina, fue acusada de ser “anti Messi” por tener un tatuaje en la pierna de Cristiano Ronaldo. Una muestra de manual de cómo funciona el antagonismo entre jugadores de fútbol y la pregunta que cabe: ¿Por qué Yamila se tiene que inspirar en Lionel y no en Cristiano? A las agresiones ella respondió que “la estaba pasando muy mal” y “que nunca dijo que fuera anti Messi”.
Pero las agresiones a mujeres que están formando parte del Mundial trascendieron a las jugadoras, fue el caso de Angela Lerena, que cerca del final del partido debut de la selección contra Italia dijo sobre la futbolista italiana Cristiana Girelli: “Creció en una farmacia y nos vacunó ¿Está mal?”. El chiste o el comentario recibió un enorme aluvión de críticas : “que la echen”, “que no comente más”, “que grosera”. ¿Es el chiste -bien logrado o no- lo que molesta? ¿O es el "que las minas no opinen de fútbol" todavía no perdió vigencia?
El tercer acontecimiento está vinculado a los titulares de un diario deportivo en donde resaltaron los “enfrentamientos” entre noviazgos lésbicos entre jugadoras que jugaban para distintas selecciones. Si bien por un lado este enfoque deja de lado los modelos de familias de futbolistas tradicionales, por el otro pone el acento en las conflictividades que pueden acarrear que dos chicas sean novias. En otra nota del mismo diario -para seguir con la novela- detallan la escena en la que supuestamente dos jugadoras no se saludaron antes de que comenzara el partido: “le negó el saludo porque salió con su ex novia” ¿No es un poco rebuscada la manera de aggiornarse a los romances lésbicos por demás habituales en el fútbol femenino?
Preguntas del futuro, deseos para un deporte impregnado en las pieles de este territorio y fantasías para un fútbol distinto que puede colarse en las hendijas que deja el mercado y hacer historias como la de Pauli o como las de las chicas de la selección.