El verano arde en el hemisferio norte y las temperaturas extremas, por encima de los 45 grados, baten nuevos records casi a diario. Los incendios no distinguen entre barreras continentales y, en el presente, afectan a las naciones europeas como Grecia, Italia, Croacia, Portugal y Turquía, así como también a las africanas, como Argelia y Túnez. En este marco, familias enteras abandonan sus hogares; los ecosistemas y las reservas naturales se ven seriamente afectados; y los rescatistas, bomberos y agentes de fuerzas de seguridad pierden la vida en maniobras desesperadas. Aunque hasta al momento se registraron 40 víctimas, se cree que puede haber más.
¿La causa principal? Como casi siempre, de carácter estructural: el cambio climático y el calentamiento global promueven que las sequías se vuelvan cada vez más intensas y prolongadas. “Mientras llegan las imágenes de los incendios en Europa, volvemos a la pregunta en torno a los efectos de la crisis climática, que sucede a escala global, regional y local”, dice Guillermo Folguera, biólogo y filósofo del Conicet. Luego continúa: “Estos eventos están directamente conectados con la emisión de gases de efecto invernadero, las formas de producción y consumo”.
En Grecia, miles de viajeros debieron trasladarse hacia sitios seguros por culpa de los incendios. El país superó la barrera de los 40 grados en jornadas sucesivas y, por el fuego, la vegetación se observa comprometida. Italia, por su parte, ya ha reportado incendios en varias ciudades: regiones de Sicilia, Calabria y Cerdeña comenzaron evacuaciones para evitar víctimas fatales. Solo informaron una excepción: al incendiarse una casa de verano en Palermo, falleció una pareja de ancianos que se encontraba descansando.
Croacia también es otra de las naciones más perjudicadas y centenas de bomberos concentraron sus esfuerzos para impedir que el fuego se desplazara hacia Dubrovnik, el principal destino turístico. En Portugal se necesitaron 500 bomberos para apagar el incendio que, en días previos, obligó al traslado a varias familias rurales y animales de granja. Para completar el paisaje: Turquía tuvo que recurrir a las fuerzas armadas y a 10 aviones, 22 helicópteros y una centena de rescatistas para solucionar un problema similar. El fuego no da tregua y el viento se convierte en una complicación para quienes trabajan en la zona para evitar la propagación.
Para colmo, los eventos extremos se tornan más espectaculares desde que la ciudadanía tiene acceso a celulares. A partir de que son registrados, los peligros se vuelven virales y refuerzan el dramatismo. En las últimas horas circuló un video que muestra cómo, en una ruta de Sicilia, un auto se abre paso entre el fuego. Una situación de película distópica que parece sobrenatural, pero no lo es.
Caras de una misma moneda
Túnez y Argelia, en el continente africano, están en una situación comprometida también. Tanto que la Unión Europea envió aviones de bomberos en señal de solidaridad. Se cree que fallecieron 34 personas y otras tantas resultaron heridas en el intento de salvar a los grupos más vulnerables. Aunque según las autoridades argelinas el 80 por ciento de los incendios fueron combatidos con éxito, aún quedan 8 focos activos.
El interrogante, en esta línea, es cómo mitigar las consecuencias. “Uno de los aspectos que se suelen marcar es la transición energética, evitar la contaminación química, la deforestación y el desmonte. Tenemos que comprender que inequidad social y destrucción ambiental no son dos aspectos diferentes, sino caras de la misma moneda”, reflexiona el profesor de la UBA. Y sostiene: “Hay que tener en cuenta que la crisis afecta en primer lugar a los sectores de menores recursos y, en este sentido, los procesos de expulsión de comunidades rurales o pequeños poblados hacia las grandes urbes constituye uno de los efectos más visibles”.
Además de los incendios, se vuelven cada vez más corrientes los cortes del suministro eléctrico. La energía no alcanza frente a una demanda que, a través de los aires acondicionados y demás sistemas de refrigeración, busca aplacar la intensidad de un calor que se manifiesta como nunca antes. Las olas provocan jornadas por encima de los 46 grados en Italia, 40 en Francia, 45 en España y valores similares en Grecia, Turquía y Croacia.
La culpa es del modelo
Argentina tiene de qué preocuparse con la situación en el Cerro Uritorco, Córdoba, cuyos incendios comprometen a más de 100 brigadistas que lo combaten desde hace días. Del mismo modo, vale recordar los problemas que el país enfrenta con eventos del mismo estilo en provincias como Buenos Aires y La Pampa durante el verano.
Sin embargo, la lista nunca acaba y se acumulan antecedentes de peso por todas partes. En 2019, el fuego afectó al Amazonas: el “pulmón del mundo” afrontó pérdidas del orden de 900 mil hectáreas de bosque nativo. En aquel momento, el gobierno de Jair Bolsonaro comunicaba la reducción en un 95 por ciento del presupuesto de acciones destinadas a combatir el cambio climático. En California, EE.UU., sucedió algo similar durante el mandato de Donald Trump; en aquella ocasión fueron 800 mil las hectáreas calcinadas. Australia constituye el otro gran ejemplo en enero de 2020, cuando conmovían al mundo las imágenes de koalas y canguros que quedaban atrapados en medio de las llamas.
Los modelos productivos híper extractivistas (que se caracterizan por la deforestación y el uso intensivo de la tierra) combinados con el cambio climático y las sequías que afectan a buena parte del globo constituyen algunas de las principales causas que explican estos fenómenos ocasionados por el ser humano contra el ser humano. La falta de previsión, la negligencia de los gobiernos y la mirada cortoplacista constituyen los combustibles perfectos.
“Hay que tener en cuenta la relación con la multiplicación de enfermedades, ya sea por patógenos, o bien, provocadas por los daños químicos ambientales. Se trata de dos ejes que no fueron lo suficientemente discutidos en relación a la crisis climática. Hablar de salud humana es hablar de salud ambiental, por eso necesitamos políticas públicas que protejan a las comunidades y la naturaleza”, subraya Folguera.