El empecinamiento en demostrar que los que alientan, impulsan, construyen o respaldan un intento de mejor distribución de la riqueza social, de alguna reparación en la igualdad o la equidad, de ampliar los derechos de la gente a su propia identidad, a su reconocimiento ante sí y ante los otros, se equivocan, subvierten las costumbres, los principios esenciales, las augustas normas de la nacionalidad y de la augusta sociedad, ha alcanzado casi el límite. Quienes lo promueven son, al fin, agazapados servidores del sistema, ocultos bajo las tramas de un relato oscuro que terminará hundiendo, en su demasía, en su procacidad, a los propios autores de esa empresa sí que imaginaria.
Tomarse de un acontecimiento, a veces fuerte, otras menos real y menos grave, se trate de accidentes ferroviarios, aéreos, sanitarios, humanitarios, y prenderse a ellos, acordada su magnitud, como si fuesen la mostración del mero Inferno ¿no arrojará, en su exceso, chispas sobre la propia argumentación, sobre el propio cuerpo, sobre el propio campo, sobre la propia mente, sobre la propia dignidad?
¿Para qué gritar tanto, si se tiene razón? “Hablo despacio”, solía decir el gran Juan Rulfo, “para que se me escuche”. Y hablaba, en realidad, muy poco. Jugaba, más bien, con los silencios. Con el gran silencio de la materia, con el silencio cósmico, y también con el de los humanos y el de los campesinos que nos han dado tanta sabiduría. Esta otra gente a la que me refiero, por mejor intencionada que a veces diga ser ¿no entiende que se degrada en su animosidad, en sus insultos? Quien injuria, quien ofende, quien ataca valores primordiales del prójimo ¿no sabe que, en ese ataque, está mancillando su propia persona, su talento, su inteligencia, su moral? ¿Cómo decir de otra mujer, por más adversaria política que ella sea, que después de una operación quirúrgica se ha convertido en una plantita? ¿Qué amparo puede dar a la sociedad la persona política que profiere tal vejación al otro?
¿A qué vida nos está convocando este género de oposición? ¿Qué futuro nos está proponiendo? ¿Qué país, qué sociedad? Atención: No podrá después aducirse que esta gente nos ha mentido. Hoy dicen y exponen claramente qué se proponen hacer. Desconocer el derecho laboral, liquidar las direcciones sindicales, reducir o eliminar las prestaciones sociales. Una política de represión, ya no tanto de la rebeldía sino directamente de la pobreza. Barrer con los piquetes y sus direcciones, con la gente en situación de calle (para que deje de armar sus ”mono-ambientes” en los Bancos: “Hoy los cajeros automáticos se han transformado en monoambientes de algunos. Se apropian de sectores de la Ciudad”. Firmado: Jorge Macri). Echarlos: esa es la solución para el aumento de un 35 por ciento de gente en situación de calle el último año en CABA. La amplitud y la expansión de las medidas prometidas, y la vehemencia con que se las propone, no sólo ocultan los ataques y violencias con todo desamparado, con todo desprotegido; ponen en cabeza de las víctimas la responsabilidad.
Así piensan eliminar la pobreza: simplemente, reprimiéndola. Es la línea marcada por Patricia Bullrich, por Javier Milei, por el mismo Jorge Macri, hasta por “el moderado” Horacio Rodríguez Larreta. Si no se ve tan claro, relea sus declaraciones y vea, en algunos casos, en que pueden hacerlas, sus acciones. Más que lo económico, lo financiero, lo burocrático público estatal, lo que ellos quieren es ajustar la sociedad. Reducirla a los sobrevivientes, su clase, su partido, sus familias, toda la gente “bien” a la que se dirigen, que los rodea. Y que los vota.
La falta de objetivos constructivos, la monotonía de la repetición y, sobre todo, el angostamiento del eco en la sociedad, han llevado a esta gente a intensificar los propósitos violentos y, también, aunque parezca contradictorio, a deslizar (el verbo es demasiado suave, pero así es el lenguaje) hacia aliados y miembros conspicuos del mismo bando las agresiones, los insultos, las descalificaciones.
George Steiner, contradiciendo en parte a Cioran (quien, por supuesto, dista mucho de ciertos personajes a los que aludo), critica justamente la “facilidad” de las negaciones del rumano: “Es concebible que la cupididad humana, las enigmáticas necesidades del odio mutuo que alimentan la política interior y exterior, y la misma complejidad de los problemas político-económicos puedan provocar conflictos internacionales catastróficos, guerras civiles y el hundimiento interno de sociedades envejecidas tanto como inmaduras. Nosotros lo sabemos. Y este conocimiento ha inspirado el pensamiento político serio, los debates filosóficos sobre la historia, desde 1914-1918 y Spengler con su modelo de la declinación de Occidente. /…/ En sí, el sermón fúnebre de Cioran podría estar bien fundado. En verdad, mis instintos personales son apenas un poco más alegres”. Pero, advierte salvadoramente Steiner, si bien “las bestialidades de nuestro tiempo, su potencial de ruina, son evidentes, es también claro el hecho de que más hombres y mujeres que nunca en la historia de este planeta son convenientemente alimentados, hospedados y curados. Nuestras políticas son claramente las del asesinato en masa, pero por primera vez en la historia social conocida, es formulada, y proseguida de efectos la idea de que la especie humana tiene responsabilidades positivas hacia los minusválidos y los enfermos mentales, hacia los animales y el medio ambiente. Yo he evocado varias veces el veneno del nacionalismo actual y el espíritu de capilla que impulsa a los hombres a masacrar a sus vecinos y a reducir sus comunidades a cenizas (en Medio Oriente, en África, en América Central y en la India) pero contracorrientes sutiles y potentes no cesan de emerger.
Mario Goloboff es escritor y docente universitario.