Después de tres semanas bien movidas, acaba de bajar el telón el Festival de Aviñón, y hay coincidencia entre especialistas teatrales sobre el saldo que ha dejado el encuentro de artes escénicas más antiguo y célebre de Francia, acaso el más importante del mundo: las mujeres indudablemente fueron las grandes protagonistas. Dueñas de algunas de las propuestas más comprometidas y arriesgadas del certamen, dejaron huella en la edición número 77 de este festival, donde antaño triunfaran Peter Brook, Pina Bausch, Patrice Chéreau, etcétera. Para prueba, la apertura misma del distinguido evento en la histórica Corte de Honor del Palacio de los Papas, que estuvo a cargo de una dama; algo que no sucedía desde 1984, con Ariane Mnouchkine…
En efecto, la inauguración corrió a cargo de Welfare, de la francesa Julie Deliquet, una obra que aborda problemáticas tan tocantes como la pobreza, la exclusión y el racismo. Sin clichés ni sentimentalismos, la artista presenta una galería de personajes “de vitalidad asombrosa, en permanente estado de combate” que enfrentan dificultades financieras, laborales, de vivienda… Se trata de una adaptación del homónimo film de Frederick Wiseman, documental que registraba lo que pasaba en una oficina de asistencia social de la Nueva York de los años 70s, siguiendo tanto a personas que habitaban los márgenes como a trabajadores sociales sin recursos suficientes. “No quería competir con la película; como artista, necesité divorciarme un poco de esta cinta”, explicaba Deliquet días antes del estreno de la obra, dejando claro que el suyo “no es teatro documental sino teatro documentado”, y que su trabajo “es artístico y político”. Señalaba además que, aunque la historia esté fechada, los personajes no dejan de ser “atemporales y universales, permitiéndonos cuestionar la democracia, sin maniqueísmo”.
“Estamos a las puertas del averno, a punto de descender…”, advertía el programa mismo de A Noiva eo Boa Noite Cinderela, con texto y dirección de la brasilera Carolina Bianchi, acaso lo más shocking del certamen. Junto a su colectivo Cara de Cavalo, la jugada intérprete llevó a escena la espiral infernal de la violencia de género, ingiriendo una dosis de la llamada “droga de la violación”. Cuando el sueño prevaleciera, aclaró, los/las demás artistas de su compañía se harían cargo del espectáculo… Hasta entonces, Bianchi recorrerá siglos de femicidios en una conferencia profusamente documentada, que recuerda -entre tantos otros casos- el de la artista italiana Pippa Bacca, violada y asesinada en Turquía en 2008 durante una performance itinerante en la que hacía autostop vestida de novia. El discurso de Carolina se prologa hasta hundirse en un profundo letargo, aunque sigue hablando a través de frases proyectadas, donde revela que ella también fue violada hace 10 años…
Otro título que dio de qué hablar fue Carte noire nommée désir, de la actriz y directora Rébecca Chaillon, joven afrofeminista que subió a escena junto a siete intérpretes para explorar el deseo a través del prisma de una mujer negra en Francia, en pos de hacer añicos las fantasías alienante. “Este espectáculo caótico está en la frontera entre la fantasía y el cabaret, dinamitando prejuicios coloniales dominantes para dejar espacio a la expresión gozosa y militante”, decía la ascendente Chaillon sobre la obra, que a su modo responde al interrogante que fue puntapié de la obra: “¿Soy deseable para la sociedad francesa? Pero deseable en sentido amplio: en la amistad y en el amor, también en la educación y el mundo del trabajo”.
También fue muy aplaudida Black Lights, pieza de la coreógrafa Mathilde Monnier, referente de la danza contemporánea en Francia. Para este trabajo, la ex directora del Centre National de la Danse se inspiró en H24, una serie de cortometrajes emitidos en 2021 por Canal Arte que abordan diferentes formas de violencia que sufren las mujeres a diario. Monnier partió de diez de estos episodios, que adaptan a la tevé textos basados en hechos reales de talentosas autoras de distintas partes del mundo; Siri Hustvedt, Fabienne Kanor, Agnès Desarthe, Alice Zeniter, entre ellas. “A estas problemáticas que hoy se iluminan con una nueva luz, quise otorgarles una dimensión corporal que, espero, sea aún más poderosa que las palabras”, manifestó la distinguida coreógrafa a poco de presentar Black Lights, un alegato feminista donde ocho bailarinas narran -a través de una polifonía de movimientos- la humillación, el miedo, la sumisión, la angustia que atraviesan muchas mujeres en el cotidiano, deteniéndose tanto en detalles aparentemente insignificantes -el imperativo de sonreír, por ejemplo- como en arrebatos de brutalidad directa, como la violencia doméstica.
Y también: en clave desenfadada y con altas dosis de ternura, Rachel Arditi y Justine Heynemann revivieron a la primera banda brit femenina de punk, las grandiosas Slits, en Punk.es, viajando al invierno del descontento de 1976 para repasar la epopeya de las legendarias Ari Up, Palmolive, Viv Albertine y Tessa Pollitt. Por su parte, la alemana Susanne Kennedy sumergió en un “surrealismo prodigioso”, según la crítica encandilada, con Angela (a strange loop): obra que escribió y dirige, donde coquetea con lo sobrenatural, la ciencia ficción y el poshumanismo al narrar la rutina de una influencer que habla a cámara sobre sus enfermedades extrañas, instalando un clima de creciente enrarecimiento donde resulta imposible discernir entre lo real y lo virtual. Además, Émilie Monnet -dramaturga, actriz y directora de ascendencia anishinaabe, pueblo originario canadiense- presentó Marguerite: le feu, una pieza que retrocede dos siglos para relatar la historia de la heroína aborigen Marguerite Duplessis, primera mujer esclavizada que se atrevió a reclamar sus derechos frente a la Corte de Quebec…
Y siguen las firmas femeninas en una edición en la que más de la mitad de las obras programadas llevaron el gancho de ellas, sobradas de talento, originalidad y, dicho está, coraje y compromiso.