Cuento de invierno. Ese fue el título de uno de los 'Cuentos de las cuatro estaciones' de Éric Rohmer, la última de sus series cinematográficas. Filmado a comienzos de los años 90 exponía en una accidentada historia de amor las tensiones filosóficas entre Platón y Blas Pascal, las elucubraciones shakesperianas sobre la creencia y la resurrección, y el destino y el azar como dos vectores que se disputan la existencia humana. El invierno no era la estación del inicio de la historia, sí la de su complicación. Santiago Loza recoge aquella climatología para un nuevo cuento sobre emociones y pensamientos, también definido por caminatas y encrucijadas, con el latir de la poesía como ritmo incesante. Amigas en un camino de campo se estrenó el año pasado en el Festival de Cine de San Sebastián, luego integró la Competencia Latinoamericana en el Festival Internacional de Mar del Plata, y finalmente llega a las salas Lugones y Gaumont de Buenos Aires como desembarco después de un largo recorrido. Santiago Loza elige esta vez la poesía como hilo conductor, un pueblo de montañas como escenario, y una serie de paseos invernales como emotiva evocación de los que ya no están, de aquellos que los despiden y los extrañan.
La película parece surgir de varios intereses: el espacio montañoso de Villa Ventana, la residencia cercana de la poeta Roberta Iannamico, la vitalidad de sus poesías. "Cuando con mi equipo comenzamos a pensar en la película, hace algunos años ya, por una necesidad personal o por esas derivas de la vida, me acerqué como participante a un taller de poesía y comencé a darle un espacio que antes no tenía en mis lecturas", revela el director en charla con RADAR. "Buscaba también escribir algunos versos y habitar una forma de ver las cosas que se alejara de lo utilitario. Así que cuando apareció la posibilidad de filmar, la poesía era lo que tenía más cerca como entusiasmo. La película se hizo en tiempo de pandemia, en el que los motivos de entusiasmo no abundaban. Y hubo un retorno, quizás un refugio, en la lectura, en la poesía". Santiago Loza siempre se ha caracterizado por enlazar lo real con lo representado a partir de una dramaturgia austera y elusiva, un pulso cotidiano que revela lo extraordinario. Lo poético no se impone a las imágenes sino que nace de ellas, de una cadencia que las cruza y las ordena, que las nutre y las magnifica.
Sandra (Eva Bianco) prepara los panes para la entrega del día. Lo hace con dedicación y paciencia, en los primeros intervalos de sol de la mañana. Su hija Nora (Jazmín Carballo) llega luego de un largo viaje, entre ambas parece surgir alguna disidencia, cierta sombra de reproche. Luego de un llamado, Sandra se aviene al camino y tras los primeros pastos altos aparece Tere (Anabella Bacigalupo), a la espera de su amiga. Juntas comienzan el recorrido por las casas de los lugareños, en cada encuentro asoman reflexiones sobre el pan de centeno, se retratan las manos del trabajo sobre el mimbre, resopla la promesa de una próxima visita la semana que viene. Pero entre lo ordinario de la mañana la caída de un meteorito resulta una presencia extraordinaria, la curiosidad por un hallazgo, el destino posible de la caminata. Un destino elusivo, que se pierde en cada nuevo paso. "Quería contar la historia de unas amigas que tal vez tienen su último viaje juntas. Una especie de road movie a pie, la crónica de una larga caminata. Me parecía que ese motivo narrativo era también un motivo poético. Caminar, de manera inútil, divagar. Con esa misma cualidad, la de cada tanto sorprenderse".
Loza construye cada escena con su propio movimiento poético, que acompaña el caminar de los personajes, el devenir del relato. "Comencé a trabajar en un guion de base con Lionel Braverman, durante el rodaje lo fuimos modificando, ampliando, descartando lo que no queríamos. El rodaje fue breve y bastante particular por la situación de aislamiento en pandemia, pero esa extrañeza hacía que el hacer se volviera más reflexivo", explica el director. Las subidas y bajadas por las lomas empujan la emergencia de una discusión, la visita al cementerio atesora con la cadencia de un verso la última memoria de una amiga ausente. Claudia ya no está, ya no son 'las tres mosqueteras'. Pero el duelo es diferente para ambas, para Sandra se acompaña de silencio, para Tere de palabras. "En esa relación reñida que mantiene la poesía con el lenguaje cinematográfico, me pareció justo que lo poético tuviera una entrada franca, un espacio temporal concreto", agrega Loza. Tres poemas de Roberta Iannamico se leen a lo largo de la historia, tres poemas que se enredan con el murmullo del viento, que afirman el peso del recuerdo. Ya en otras películas Loza había apostado a lo imposible, a capturar la magia de la danza en Malambo, a develar el origen del extraño en Breve historia del planeta verde.
Y la poesía es algo más que un imposible en el relato cinematográfico, es una presencia latente en las conversaciones, el eco de un lugar geográfico donde habita Roberta Iannamico. En el cine de Loza las imágenes son esquivas a las jerarquías, conviven las acciones y el paisaje, el tiempo de un día se condensa en poco más de una hora, el cuerpo de la poeta se presiente bajo su territorio. Así lo revela el director: "Me gustaba la idea de que las protagonistas mencionaran a la autora de los poemas, que Roberta [Iannamico] sea un personaje que sobrevuela el relato. Me interesaba cruzar, de esa manera, la ficción con alguna marca de la realidad". El espacio que vemos y que transitan los personajes es el de Sierra de la Ventana, la comarca de Roberta. Pero la fotografía de Eduardo Crespo convierte el registro de eso real en una compañía impensada, una extraña aparición. "Ese espacio ocre, el final del invierno, los detalles de la naturaleza, algo de todo eso está presente en la poesía de Roberta", concluye Loza. "Si bien la poesía no es traducible ni se la quería ilustrar, hay sonidos e imágenes que tienen resonancias al mundo que recrea Roberta desde sus versos".
Sandra y Tere son amigas desde hace tiempo y desde que Claudia no está, cierta distancia parece haberse impuesto entre ambas. El viaje hacia el misterioso meteorito es también un viaje hacia lo profundo de ese vínculo extraviado en la ausencia de quien parecía equilibrarlo, ponerlo en forma. Y si el cráter parece anunciar una marca indeleble en la Tierra, la partida de Claudia ha dejado un hueco invisible en las emociones de ambas, partículas de un dolor que todavía no se desintegra. Como el meteorito. Ahora Tere parece anunciar su propia partida, luego de pedir un traslado a un hospital de la ciudad. Un viaje con destino urbano, una nueva despedida, una oportunidad para el reencuentro. Loza modela los personajes sobre los cuerpos y las emociones de sus actrices, otra vez lo real se disipa en la fuerza de la ficción. "Eva [Bianco] y Anabella [Anabella Bacigalupo ] son dos amigas cercanas de las que tomé ciertas características personales, junto con rasgos de otras amistades de distintas generaciones y procedencias. Soy de provincia, me trasladé de mi lugar de origen, me separé de afectos y volví a encontrar otros. Algo de toda esa dinámica me interesa. Sigue estando en mí. La historia de quien se va y quien se queda. Lo que permanece más allá de los traslados, de las despedidas".
Cuando Éric Rohmer ideó la serie 'Cuentos de las cuatro estaciones' buscaba escapar del carácter abierto y algo indeterminado que tenían sus 'Comedias y proverbios', al igual que eludir la referencia programática de la serie anterior, 'Cuentos morales'. La meteorología parece haberle dado el paraguas que buscaba y con las cuatro estaciones llegaron una serie de relatos que combinaban el pensamiento con la fabulación. La estación invernal le da cuerpo a Cuento de invierno (1992), si bien la película comienza con un breve prólogo en el que Félicie (Charlotte Véry) y Charles (Frédéric van den Driessche) viven un intenso romance de verano, para luego perderse de vista por una confusión y una larga separación de cinco años. Cuando reencontramos a Félicie, es madre de una pequeña hija y se debate entre dos amantes, uno carnal y un poco primitivo, otro intelectual y algo desapasionado. El primero inspira el deseo, el segundo, la amistad. Pero en la vida de Félicie persiste un hueco, el de esa ausencia insistente; en definitiva, el de Charles. La película de Rohmer enlaza las vacilaciones amorosas de Félicie con la apuesta de Blas Pascal, dando un golpe definitivo a la razón que parece definir el diseño del mundo. Lo que en Félicie parece capricho e inmadurez resulta ser el más ferviente acto de creencia.
En Amigas en un camino de campo también hay caminatas y vacilaciones. Ambas amigas recorren los senderos montañosos sopesando distintas miradas sobre la vida, la muerte, el duelo y la revelación. Sandra prefiere no hablar de lo que le hace daño, elige recordar en silencio en el cementerio, guardar en su memoria lo compartido con Claudia sin necesidad de revelarlo. Como para Pascal, su apuesta es ferviente y silenciosa, anhelar un recuerdo perenne sin necesidad de revivirlo cada día. Tere resulta más pragmática, la necesidad de hablar de Claudia es también su forma de homenajearla, de convertir el dolor en la memoria material de los momentos compartidos. Por ello ese lugar que le recuerda a Claudia no puede verlo con los mismos ojos, por ello su viaje a la ciudad es una forma de empezar de nuevo en otro lado. El meteorito es la cuña fantástica que impulsa la caminata, la excusa perfecta para una nueva despedida. Loza integra lo fantástico con absoluta naturalidad al mundo humano y lo hace sin sobresaltos ni estridencias, acompañando a sus personajes en el tránsito, abrigando su reserva o su insistencia.
Hay otro elemento que da cuerpo al universo de la película y es la música de Santiago Motorizado. Como un personaje más, la melodía asoma a lo largo de las caminatas, en los contados descansos, como tiempo de meditación de lo que dirimen las conversaciones. "Cuando hablé con Santiago Motorizado, una de las pocas indicaciones que le di era que la música no debía acompañar a la poesía", explica Loza. "La poesía tiene una musicalidad propia, no necesita otra que la sostenga. La música aparecería en situaciones puntuales, como si de pronto sucediera un remanso, una calma, un puro movimiento. Cuando la película estaba en proceso de edición Santiago envió la canción del final, que forma sentido con el tono de la película y le da un cierre bonito. Hay algo de pequeño cuento, de historia menor donde nada terrible puede suceder. Algo de esa canción serena también emociona de manera primitiva. La vuelve un recuerdo". Amigas en un camino de campo asume su magia con ligereza, de la misma manera que el orden material que la compone, los animales que habitan la tierra, los caminantes perdidos que buscan orientación, nacen de ese mismo gesto de mera respiración.
En la misma mañana del reparto del pan y el reencuentro entre Sandra y Tere, Nora aguarda a su amiga Virgi (Carolina Saade), la hija de Tere. Ellas, como sus madres, conversan de aquello que comparten, de lo que las diferencia, de la ciudad, de las ganas de viajar, de conocer, de ir a todos lados. Lo que en el camino de sus madres permite evocar el pasado, en la charla de las hijas, sentadas bajo un árbol, permite proyectar el futuro. Un futuro de amistad y camino, un horizonte posible que nunca se extingue en una despedida.